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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

El que se sienta de sentón y se levanta de pujido, está jodido”. Con más elevación, y al mismo tiempo con mayor hondura, dijo lo mismo Jorge Manrique en las dolidas coplas que escribió con motivo de la muerte de su padre: “Las mañas y ligereza / y la fuerza corporal / de juventud, / todo se vuelve graveza / cuando llega el arrabal / de senectud”. Los años pueden ser bálsamo que alivia penas de alma o enfermedad que trae consigo ajes de cuerpo. Con Biden no han sido benévolos. Lo han tratado mal y maltratado. En su debate con el infame Trump se vio como un anciano de mente vacilante y expresión errática, incapaz de hacer frente a la rijosidad de su pugnaz rival. El tropiezo del actual ocupante de la Casa Blanca será fatal para él, por la imagen que proyectó, de hombre valetudinario sin los recursos físicos y mentales que se requieren para desempeñar en la debida forma un segundo período en la Presidencia. Me temo que Trump, probado delincuente, hombre mendaz y trapacero, racista, discriminador, será electo otra vez para desgracia de México y mía en lo personal, que de nuevo quedaré impedido, por cuestión de principios, de pisar suelo norteamericano mientras ese barbaján sea Presidente. Eso significa, con toda probabilidad, que jamás volveré a cruzar el río que nosotros llamamos Bravo y los vecinos Grande. No me duele esa quijotada, lo digo con sinceridad, pues de mi casa soy y en mi casa me estoy, ni envidiado ni envidioso, como el clásico, sino contento, o sea contenido, sin desear el bien ajeno ni querer acrecentar el propio. Hago míos los versos de aquel feo poeta tan hermoso, Pedro Garfias: “Aquí estoy sobre mis montes, / pastor de mis soledades”. Advierto, sin embargo, que me acerco al peligroso resbaladero de lo melodramático. Vuelvo sobre mis pasos para dolerme de la locura que posee a los estadounidenses capaces de colocar en el mismo sitial que ocuparon Washington y Lincoln a un hombre tan deleznable y de tan baja calidad humana como Trump. En fin. Como solía decir en sus sermones el señor cura García Siller, párroco que fue por largos años de la Catedral de Saltillo, mi ciudad: así anda el mundo, y ni modo. Al terminar el consabido trance en la habitación 210 del Motel Kamawa ella le dijo a él: “¡Qué felices seremos cuando nos casemos!”. “Sí -confirmó él-. Claro, si nos tocan buenas parejas”. El rabino Chochem y el padre Arsilio tenían buena amistad. Cierto día el rabino le hizo una pregunta al sacerdote: quería saber cómo era eso de la confesión. El padre Arsilio se lo explicó y le dijo que por vía de ejemplo le permitiría confesar a un feligrés, para lo cual lo instruyó debidamente. Llegó al confesonario un individuo. “Acúsome, padre, de que tuve trato carnal con mujer”. Dictaminó el rabino: “De penitencia rezarás 100 padrenuestros”. “¡Cien padrenuestros! -se azaró el sujeto-. ¡Por ese pecado el padre Arsilio me hace rezar nada más tres padrenuestros!”. Replicó el rabino Chochem: “Es que él no sabe lo sabroso que es”. La trabajadora social le preguntó al hombre que pedía la ayuda de la beneficencia pública: “¿Cuántos hijos tienen usted y su esposa?”. “Respondió el sujeto: “Nueve. Ya sé que son pocos, pero es que ella y yo nunca hemos congeniado”. El cuento que ahora sigue es de color subido. Las personas de moral estricta deben suspender en este mismo punto la lectura. El gendarme municipal llevó a una parejita joven ante el juez. Quiso saber el letrado: “¿Por qué los detuvo?”. Declaró el jenízaro: “Estaban haciendo el amor por jurado”. “¿Cómo por jurado?” -inquirió el juzgador sin entender. Explicó el gendarme: “Oral y público”. FIN.

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