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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Un amigo mío vio con su esposa la película “Atracción fatal”, donde actúan magistralmente Michael Douglas, Anne Archer y Glenn Close. Es la historia de un marido que tiene una aventura con una mujer neurótica que luego le hace imposible la vida. Al salir del cine comentó mi amigo: “No vuelvo”. “Qué bueno” -se alegró la señora. “No vuelvo a venir al cine” -completó él. Después de haber visto “Tiburón” yo procuraba no ir al mar, y si me veía forzado a ir no entraba al agua más que para mojarme los pies, y aun así me mantenía vigilante por temor a la llegada de un escualo. Miren ustedes lo que acaba de suceder en la Isla del Padre. Un tiburón llegó casi hasta la playa y atacó a cuatro personas, caso ciertamente desusado en ese centro turístico tan apreciado por los regiomontanos y la gente del Valle de Texas. He oído opiniones según las cuales el cambio climático global ha traído consigo la alteración de las corrientes oceánicas, con efectos tan inesperados como la modificación del hábitat de las especies marinas. Quién sabe. La verdad es que la conducta de las criaturas del mar es impredecible. En cierta ocasión una escuela de delfines penetró en el río Guadalquivir, de España. De dos pueblos distantes entre sí acudieron una mujer y un hombre a contemplar aquellas hermosas criaturas y sus saltos jabonados que dijo García Lorca. Vieron a los delfines, se vieron entre sí y se enamoraron. De su unión nació Antonio Machado, una de las más altas voces poéticas en lengua castellana. De no haber sido por esos erráticos delfines no tendríamos los poemas de este escritor iluminado. Pero advierto que me desvío del tema que escogí. Muchas veces el tema escoge al escritor, y no el escritor al tema. Lo que quiero es decir que estamos alterando nuestro planeta en tal manera que llegará el día en que provocaremos catástrofes que ahora ni siquiera nos es dable imaginar. Mejor cambio de tema, antes de que el tema me cambie a mí. Una adolescente le preguntó a su hermana mayor: “¿El cine puede enseñarte algo acerca del amor?”. “Sí -respondió la chica. Claro, si no te distraes viendo la película”. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, entabló conversación en una fiesta con una bella y elegante dama, y de buenas a primeras le hizo una proposición de contenido lúbrico y salaz. Replicó ella, ofendida: “¡No está usted hablando con una prostituta!”. Opuso Afrodisio, cachazudo: “Nadie habló de dinero”. No falto a la buena educación ni a la caridad cristiana si digo que Meñico Maldotado fue paupérrimamente equipado por la naturaleza en la parte de la entrepierna. Una vez se allegó la compañía de una chica, y con ella ocupó la habitación número 210 del popular Motel Kamawa. Despojado que se hubieron de sus respectivas ropas la muchacha contempló la dicha parte de Meñico y le preguntó luego, despectiva: “¿A quién crees que vas a satisfacer con eso?”. Respondió con una gran sonrisa Maldtotado: “A mí”. Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Su suegra, que estaba de visita desde hacía 14 meses, anunció que se regresaría a su casa al día siguiente. Capronio se entristeció. Su señora le preguntó, conmovida: “¿Estas triste porque mamá se va mañana?”. “Sí -contestó Capronio-. Yo hubiera querido que se fuera hoy”. La esposa de don Languidio, señor de edad madura, acudió muy preocupada al consultorio del médico de la familia. Al verla el doctor se sorprendió sobremanera: las bubis de la mujer, enhiestas, erguidas, levantadas, apuntaban hacia arriba. “Señora -le dijo el facultativo-. Las píldoras que le di a su marido eran para él”. FIN.

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