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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

La hermosa chica terminó de vestirse en el consultorio médico. Le dijo al facultativo: “Lo encontré bien, doctor. ¿Para cuándo quiere que programe mi próxima visita?”. El otro Machado escribió en su “Retrato”: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina”. A imitación de ese modelo digo yo: “Hay en mis venas gotas de sangre tlaxcalteca”. Lo sé por lo atezado de mi tez, por lo lampiño de mi rostro y por la emoción que siento cuando a Tlaxcala voy. A Tlaxcala fui este fin de semana que pasó. Decir todo lo bueno que me pasó ahí sería llenar varias páginas, y aun así me faltaría espacio, lo mismo si mencionara uno por uno a los amigos que me recibieron y me brindaron su cálida hospitalidad. Sólo diré que estuve en Piedras Negras, como antes estuve en Rancho Seco. Ambas son centenarias ganaderías de reses bravas, casas las dos de nobleza señorial. En un tiempo se usó mucho la expresión “tres piedras” para significar que alguien o algo era de mucha calidad. “Fulanita está tres piedras”. La frase se originó en el titular que un periódico puso para informar de una corrida en la cual salieron tres toros de bandera de esa ganadería, Piedras Negras. A ella perteneció el toro “Centinela”, famoso porque embistió de frente a una locomotora que cruzó por sus terrenos. Visité la basílica y santuario de Nuestra Señora de Ocotlán, joya preciosa no sólo de Tlaxcala y México, sino de América y el mundo. En el camarín de la Virgen hay una serie de pinturas coloniales acerca de la vida de María. Todas me conmovieron, y una me hizo sonreír. Es la que muestra a la Virgen niña presentada en el templo por sus padres, Señora Santa Ana y Señor San Joaquín. En el fondo, asomando tras una columna, está un niño que mira con devoción a la pequeña. Es San José, destinado desde la infancia a ser el casto esposo de la madre de Jesús. Esa noche peroré a dónde irá el juglar que no peroreante un nutrido público amable y generoso que me aplaudió de pie al final de mi peroración, en la cual compartí con mis oyentes los recuerdos que guardo de la fiesta brava, entre ellos el de ese torero de intensa personalidad, Rodolfo Rodríguez, El Pana, cuya amistad me honró. En Tlaxcala hay 38 ganaderías de reses bravas. Es tierra, entonces, de Su Majestad el toro. Tiene uno de los cosos más bellos y de mayor solera del mundo taurino, y ha dado grandes figuras a la fiesta. Lo dijimos en un conversatorio en Radio Universidad. Agradezco a un sacerdote ejemplar, hombre culto y apreciado por todos, el Padre Ranulfo Rojas Bretón, sus gentiles atenciones en el curso de mi estancia. Doy gracias a la alcaldesa de Tlaxcala, Maribel Pérez Arenas, talentosa funcionaria pública entregada al servicio de sus conciudadanos, de cuyas manos recibí el título de Visitante Distinguido “por su extenso conocimiento en el ámbito histórico y cultural de nuestra ciudad”. Y expreso mi gratitud también al Hacedor de las cosas de este mundo porque a la luz del alba, camino ya del aeropuerto para emprender el viaje de regreso, me permitió ver en la plenitud de su belleza los volcanes de José María Velasco, el Doctor Atl, Saturnino Herrán y Helguera, el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, con su capuz de nieve en todo su esplendor. Envío desde aquí un saludo lleno de afecto a los bondadosos tlaxcaltecas con quienes compartí el orgullo de mi origen y que me llenaron de regalos, dones al mismo tiempo para el cuerpo y el espíritu. La abuela daba consejos a su nieta en edad de merecer. Le dijo: “Al hombre se le conquista por el estómago”. Acotó la muchacha: “Mi novio tiene aspiraciones más bajas”. FIN.

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