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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Don Chinguetas y doña Macalota estaban aquella noche en una banca del parque. En otra cercana se hallaba una pareja joven en íntimo coloquio. Doña Macalota, que algo alcanzó a oír, le dijo por lo bajo a su marido: “Parece que el novio está a punto de pedirle matrimonio a la muchacha. Tose para que el chico se dé cuenta de nuestra presencia”. “¡Ah no! -respondió con energía don Chinguetas-. ¡Que se joda! ¡A mí nadie me tosió!”. En el Bar Ahúnda un pequeño señor que se dirigía a la barra tropezó con la silla de un sujeto. Le dijo éste: “Fíjate por dónde vas, idiota”. El señorcito, indignado, lo retó: “Le doy 5 segundos para que retire sus palabras”. El hombre se puso en pie. Medía 2 metros de estatura, pesaba 150 kilos y tenía puños como mazos. Replicó: “Ni madre”. Uno de los factores que mejor hace ponderar las cosas es el instinto de conservación. Ante la descomedida respuesta del toroso individuo cedió terreno el chaparrito: “Bueno. ¿Cuánto tiempo necesita?”. Don Gerontino, añoso y valetudinario caballero, iba a desposar a Pompilia, mujer en flor de edad y dueña de magnificente busto y poderoso caderamen. El médico del provecto galán le advirtió: “Ese matrimonio presenta riesgo de muerte”. “No importa -replicó don Gerontino-. Total, me vuelvo a casar”. La palabra latina virtus significa “virtud”, pero quiere decir también “fuerza”. Se dice que algo ha sido desvirtuado cuando se le ha hecho perder sus cualidades, su vigor. Por ejemplo: “AMLO desvirtuó a la Comisión Nacional de Derechos Humanos”. (¿Existe todavía?). Yo pienso que los Juegos Olímpicos han sido desvirtuados. Su esencia original era el amateurismo. Jim Thorpe, indio de una etnia norteamericana, uno de los más extraordinarios deportistas que en el mundo han sido, fue privado ilegalmente de las medallas que obtuvo en la Olimpiada de 1912 en Estocolmo. Se descubrió que en su primera juventud había jugado beisbol con un equipo que le pagaba 2 dólares por partido. Anécdota de paso. El rey Gustavo de Suecia le entregó una de esas medallas y le dijo: “Es usted el mejor atleta del mundo”. Le contestó Jim Thorpe: “Gracias, rey”. Pasarían muchos años para que se formara un comité a fin de reivindicar la memoria del gran piel roja. (Esta última expresión es ahora políticamente incorrecta, como tantas expresiones que sería políticamente incorrecto mencionar). A través de mis columnas periodísticas recabé 70 mil firmas de apoyo a la moción, cuando no había redes sociales ni cosa parecida. Sus medallas le fueron devueltas post mortem a Jim Thorpe. Conservo como valiosa presea un diploma que me fue otorgado por mi participación en las acciones para que se llevara a cabo ese acto de justicia. Ahora en las Olimpíadas son admitidos profesionales del deporte, quizá como un recurso para atraer más atención sobre el evento. Eso desvirtúa los Juegos Olímpicos, lo mismo que la inclusión de actividades que poco o nada tienen de deportivas. Por eso no me han atraído mucho las competiciones en París. Sin hacer injusticia a los participantes, y menos a los de México, que están ahí por su propio esfuerzo, no por el apoyo recibido de Ana Guevara o López Obrador, creo que la Olimpiada parisina será recordada más por el triunfal regreso de Celine Dion, por las aguas del Sena y por la desastrada actuación de las drag queens que por las competencias mismas. Decía una sexoservidora: “Nuestra profesión es la más antigua del mundo, y una de las más necesarias y útiles. Lástima que la echen a perder las aficionadas”. Pues bien: lástima que en buena parte, o mala, los Juegos Olímpicos sean echados a perder por los profesionales. FIN.

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