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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Vino viejo qué beber. Leña vieja qué quemar. Viejos libros para leer. Amigos viejos con quienes recordar. De esos cuatro regalos de la vida he disfrutado. Una memorable noche bebí un memorable Vega Sicilia de madura edad cuyo espíritu era santo. En el fogón de la cocina del Potrero arde una leña de manzanos que han muerto de pie, como todos los árboles mueren -Casona dixit-, y que ahí vuelven a vivir en aromado fuego. Regreso siempre a mis queridos libros, sobre todo los clásicos españoles, pues al igual que mis paisanos Pereyra y Valle Arizpe me nutrí en la riquísima cultura de la madre España. Y en cuanto a los amigos, los más viejos son los más amigos. Semana tras semana me reúno con los niños del Zaragoza, mis compañeros del colegio de la infancia, niños de más de 80 años con quienes comparto la nostalgia y el afecto. Tengo además amigos muy cercanos que están lejos. Uno de ellos es Enrique Heras, extraordinario dibujante. Sus cartones, desenfadados pero rigurosamente críticos, son fiel imagen del acontecer nacional. Quienes miran sus caricaturas sonríen primero, reflexionan después. Este amigo mío hizo un travieso libro cuyo título es “Con permiso de Catón”, en el cual recoge un buen número de cuentos que al paso de los años he contado aquí. Transcribo algunos de ellos. La mamá de Firolito, preocupada, habló con su hijo: “¿Es cierto que te vas a casar con Taisia?”. “Sí, mamá”. “¿Cómo es posible? ¡Por esa muchacha ha pasado todo México!”. “¿La ciudad, el estado o el país?”. “Doctor: en la antesala está una muchacha con un chichón tremendo”. “¡Pásela inmediatamente!”. Decepción del facultativo. “Señorita: la próxima vez use la palabra ‘hematoma’”. El maduro caballero y su esposa acudieron a un consejero matrimonial, pues su intimidad se había vuelto aburrida. “Pongan en ella algo de fantasía. Por ejemplo, imaginen que hacen el amor en un barco velero”. Días después: “¿Dio resultado el tratamiento?”. Y la señora: “No. Mi marido no pudo izar la vela”. El cirujano se disponía a operar a Pepito. “¡Increíble! -se asombró-. ¡Este niño tiene cuatro amígdalas!”. “Son dos -precisó el chiquillo-. Lo que pasa es que estoy asustado”. “Mi marido le dijo ‘vieja bruja’ a mi mamá”. “¡Qué barbaridad! ¿Y qué hizo ella?”. “Lo convirtió en sapo”. “Antes de nuestro matrimonio jamás toqué a mi mujer”. “Yo sí. Pero no sabía que se iba a casar contigo”. “Fui a una conferencia sobre eyaculación prematura. Llegué puntual, y ya había terminado”. Cierto individuo sufrió un episodio de orquitis, o sea inflamación de los testículos. Le contó a un amigo: “Fui a ver a un urólogo”. “¿Por qué?”. “Porque se me hinchan los huevos”. “Cálmate, güey. Yo nomás preguntaba”. Noche de bodas entre un octogenario y una frondosa joven. En la oscuridad de la alcoba nupcial dijo ella: “Por favor, don Panchito, quite el codo. Me está oprimiendo la espalda”. “No es el codo”. “¡Paco!”. Al terminar la misa el padre Arsilio les pidió a los feligreses donativos para restaurar el templo. La prostituta del pueblo ofreció 10 mil pesos. El buen sacerdote vaciló. “No sé si aceptar ese dinero. Es fruto del pecado”. Desde el fondo de la iglesia so oyó una voz de hombre: “¡Acéptelo, padrecito! ¡Ahí hay aportaciones de todos nosotros!”. La bella Susiflor pidió en la farmacia una docena de condones. Le preguntó el farmacéutico: “¿Grandes? ¿Medianos? ¿Chicos?”. Respondió ella: “Démelos revueltitos. Mis papás no me dejan tener novio formal”. Doy gracias a Heras, gran artista, gran amigo, por haber hecho esta antología del humor que enmis columnas pongo para quitarles el feo vicio de la solemnidad. FIN.

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