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ARMANDO CAMORRA

El padre Arsilio se enteró de que cierto lenón estaba tramitando un permiso para instalar en el pueblo una casa de mala nota, mancebía, prostíbulo, manflota, ramería, congal, burdel o lupanar. De inmediato se opuso al proyecto. “Llevémoslo a votación” -sugirió el alcalde. 80 vecinos se presentaron a votar. Resultado: 78 votos en favor de que se pusiera la tal casa; 2 en contra. “¡Protesto! -clamó un sujeto airadamente-. ¡El cura votó dos veces!”. Don Poseidón, granjero acomodado, llevaba todos los días en una camioneta a sus tres marranitas a la granja vecina a fin de que las cubriera un fino semental porcino. Como no quedaban preñadas la visita se repitió durante varios días. Una mañana don Poseidón no hallaba a las cerditas. Le preguntó a su esposa: “¿Dónde están las marranas?”. Le informó la señora: “Dos están trepadas en la camioneta y la otra está tocando el claxon”. La daifa callejera le ofreció en una esquina a Babalucas: “¿Quieres fornicar?”. “No, gracias -declinó el badulaque-. Ya tengo demasiadas tarjetas”. Mi tía Hortensia Aguirre fue enfermera en la Villa de General Cepeda. Antes de llamarse así ese bello lugar de mi natal Coahuila se llamó Patos. De ahí el nombre del Jarabe Pateño, cuya preciosa música usó Walt Disney para su película “Los tres caballeros”. En tiempos coloniales la población fue sede del poderoso marquesado de San Miguel de Aguayo, alguna vez regido por mujer casada. “En casa de San Miguel el marqués es ella, la marquesa él”. Pero advierto que estoy divagando, actividad en cuya práctica he alcanzado una rara perfección. Vuelvo al relato que aún no he comenzado. La tía Hortensia recibió el encargo de levantar un censo de las enfermedades más frecuentes en General Cepeda. Llamó a la puerta de una casa, y apareció un individuo con el rostro picado de viruela. Tras anotar sus datos personales mi tía le preguntó: “Enfermedades que ha padecido”. “Ninguna” -respondió el sujeto. “¿Ninguna?” -dudó ella. “Ninguna” -repitió con firme voz el tipo. Entonces mi tía Hortensia anotó en su hoja: “Cacarizo de nacimiento”. Recordé esa anécdota de familia cuando fui invitado a participar con una conferencia en un jubiloso aniversario. Sucede que la Escuela y Preparatoria Técnica Médica de la Universidad Autónoma de Nuevo León llegó a los 50 años de su fundación. Más de 3 mil estudiantes, muchachas y muchachas, acuden a las aulas de ese prestigiado plantel y reciben enseñanzas que los capacitan para trabajar en un sector tan importante como es el de la salud. El director de la institución, maestro Arnulfo Garza Garza, ha llevado a cabo, con apoyo de la Rectoría de la Universidad y del Consejo Universitario de la misma, un ambicioso plan de trabajo que amplía las perspectivas de la Escuela y Preparatoria -tiene esa doble designación al llegar al medio siglo de su fecunda existencia. Compartir su aniversario, haberme enterado en mis conversaciones con el maestro Garza de la labor realizada por el personal directivo, los maestros, alumnos, empleados y trabajadores del plantel, fueron regalos de vida con los cuales se aumentaron el afecto y gratitud que siento por la Universidad Autónoma de Nuevo León, de la que fui Maestro Huésped y que me honró con su máxima distinción, el Doctorado Honoris Causa. En medio de tantos días opacos esta celebración fue para mí ocasión feliz que fortaleció mi esperanza en el futuro de nuestro país y de sus jóvenes. Como dijo el maestro Garza Garza al terminar su intervención en la ceremonia de aniversario: ¡Larga vida a la Escuela y Preparatoria Técnica Médica de la Universidad Autónoma de Nuevo León! . FIN.

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Escrito en: Editorial Columnas

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