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ARMANDO CAMORRA

El deseo sexual tiene a veces extrañas manifestaciones. Ni Kinsey ni Master y Johnson serían capaces de explicar ciertas conductas que bien podrían ser calificadas de bizarras, o sea extravagantes, raras. Una mujer madura llegó a una tiendita cuyo dueño era un hombre guapo y joven. Le apuntó con una pistola y le dijo: “Vamos a la trastienda”. Ahí, sin dejar de amagarlo con el arma, le ordenó que se desvistiera. Ella también se desnudó. En seguida le puso la pistola en la sien: “Hazme el amor”. El muchacho obedeció. En los deliquios del acto a la mujer se le cayó el arma. Le pidió el joven, angustiado: “¡Por favor, señora, no deje de apuntarme! ¡Ahí viene mi esposa!”. El Padre Arsilio estaba resolviendo un crucigrama, y requirió la ayuda de Sor Bette, la encargada de la casa parroquial: “Parte trasera del cuerpo humano, en cuatro letras. Comienza con ce y acaba con o”. Sin vacilar le indicó la reverenda: “Codo”. “Ah sí dijo el Padre Arsilio-. ¿Tiene un borrador?”. La liga local de beisbol invitó a Babalucas a lanzar la primera bola. “¡Ah no! -rechazó él con vehemencia-. ¡Ni ésa ni la otra!”. Un cardiólogo pasó a mejor vida. En la capilla funeraria su viuda hizo poner un decorado en forma de corazón. Terminados los servicios religiosos el corazón se abrió y el féretro pasó a través de él para ser llevado al cementerio. Uno de los asistentes no pudo contener la risa. “¿De qué se ríe usted?” -se molestó el sacerdote que ofició la misa. Contestó el hombre: “Pensé en cómo sería mi funeral. Soy ginecólogo”. El Coronel Sanders, del Kentucky Fried Chicken, llamó por teléfono al Papa. Le dijo: “Quiero hacer un donativo de 100 millones de dólares a la Iglesia”. “¡Fantástico, hijo! -se alegró el pontífice-. Por ese regalo tendrás derecho a un millón de indulgencias y una estampita de Santa Teresita del Niño Jesús”. “Agradezco eso -respondió el Coronel-, pero quiero otra cosa”. “¿Qué quieres?” -inquirió el Santo Padre. Pidió Sanders.: “Quiero que se modifique el Padre Nuestro, para que en vez de decir: ‘El pan nuestro de cada día” diga: “El pollo nuestro de cada día”. El Papa cubrió la bocina del teléfono y le preguntó al Cardenal secretario: “¿Cuándo vence nuestro contrato con las panaderías?”. Ninguna persona con escrúpulos debería leer el cuento que en seguida viene. Se recomienda discreción, como advierte el anuncio de una película donde hay sexo o violencia. Vale decir de todas las películas. Un tipo estaba haciendo el amor con una mujer excesivamente rica en carnes. Le pidió: “¿Podrías hacerme el favor de apagar la luz?”. “¿Por qué? -quiso saber ella-. ¿Eres tímido?” “No -repuso el individuo-. Lo que pasa es que el foco del techo me está quemando las pompas”. En el súper un pequeño señor se acercó a la bella clienta de generoso busto y opulento caderamen y le hizo una extraña petición: “Disculpe, señorita. ¿Podría conversar un minuto con usted?”. “¿Un minuto? -se sorprendió la chica-. ¿Por qué un minuto?”. Explicó el señorcito: “No encuentro a mi esposa. La he buscado durante media hora y no la hallo. Pero cuando hablo con una mujer como usted se me aparece en menos de un minuto”. Un tipo fue a la playa y se quedó dormido bajo el sol, a consecuencia de lo cual su piel sufrió los dolorosos efectos de los intensos rayos solares. Acudió a la consulta de un dermatólogo. Después de examinarlo el médico le extendió una receta. La vio el paciente y se asombró. “¿Me prescribe usted Viagra, doctor? No sabía yo que el Viagra sirve para curar las quemaduras causadas por el sol”. “No las cura -replicó el facultativo-, pero evitará que las sábanas le rocen el cuerpo”. (No le entendí). FIN.

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