Noche de bodas. ¡Cuántas cosas suceden en las noches de bodas! Extático, arrobado, el férvido galán interrogó con emoción a su flamante desposada: “¿De quién es esta carita hermosa?”.
“Tuya, mi amor”. “¿Y estos ojitos preciosos?”. “Tuyos, mi vida”. “¿Y esta boquita linda?”. “Tuya, mi cielo”. En ese punto el lírico mancebo descendió a terrenos bastante más terrenales: “Y estas nalguitas maravillosas ¿de quién son?”. “Ay, Leovigildo -replicó en ese punto la muchacha-. No seas tan acaparador”. Dos señoras estaban en la playa mientras sus respectivos maridos bebían una copa en el bar del hotel. Las dichas damas contemplaban a los apuestos jóvenes que cubiertos sólo por una breve tanga pasaban frente a ellas, y los calificaban del uno al 10 conforme a su musculatura y otras prendas físicas.
“9” -le puso una al bien dotado mancebo que pasó.
“10” -atribuyó la otra a un mejor guarnido másculo. El hombre que menor calificación recibió obtuvo un 8. Así estuvieron por buen rato. Luego una de ellas le dijo a la otra: “Ya es hora de comer. Vámonos con nuestros doses”. Cinéfilo irredento, despistado habitante de este mundo, creo que la vida es una imperfecta copia de las películas de Hollywood. “Se hace lo que se puede”, dirá el Señor al comparar sus escenografías con las de Cecil B. DeMille. El cine es un universo más vasto que el de las galaxias. Quien no se encuentre en él está perdido. Un film de 1960 dejó profunda huella en mí. Todas las huellas que el cine me ha dejado son profundas, desde que vi de niño en el Cine Marycel de mi ciudad, Saltillo, “Pinocho” de Walt Disney. La película que digo se llama “Heredarán el viento” -Inherit the wind, en inglés-, dirigida por Stanley Kramer con actuaciones espléndidas de Spencer Tracy, Fredric March y Gene Kelly.
El film se basó en la obra teatral del mismo nombre escrita por Jerome Lawrence y Robert Edwin Lee.
Su título está sacado de la Biblia. En Proverbios 11.29 se lee: “Aquél que divida su casa heredará el viento”. Lejos estoy de poseer un espíritu seráfico, pero no mentiré si digo que a nadie le deseo mal. Ni siquiera uso la expresión de la tía Lola cuando hablaba de su finado esposo: “Dios lo tenga de las orejas”. A pesar de mi benevolencia pienso que a López Obrador le aguarda el destino que la frase bíblica señala: heredará el viento. No sólo ha dividido su casa: la ha dejado en ruinas. Su megalómana obsesión ha sido pasar a la historia. Y pasará, seguramente, pero no como Hidalgo, Juárez y Madero, sino como el hombre que destruyó el orden jurídico y las instituciones del país y lo puso en el camino de la dictadura. Ídolo con pies de barro, su popularidad será efímera. Cuando la sentina que creó desaparezca quedarán a la vista sus excesos, sus corrupciones, el gravísimo daño que en todos los órdenes ha hecho a la nación. De nada le valdrán entonces las dádivas que a diestrayasiniestra repartió. No le servirá su compra de militares que aceptaron de él funciones ajenas a su misión y dejaron de servir a la Patria para ponerse a las órdenes del cacique de la 4T. Hasta sus más untuosos aduladores reconocerán, siquiera sea en su fuero interno, que haber estado con Obrador fue un deshonor. Quizá no vea yo su caída -los autócratas caen tarde o temprano- pero tengo la certidumbre de que México resurgirá de los escombros que AMLO deja, y volverá al camino de la ley, de las instituciones, de la democracia, del orden y la unidad nacional. Otros gobernantes absolutos ha habido, como López. Todos están ahora en el basurero de la historia. También él heredará el viento. FIN