Empezaré por el principio, y seguiré hasta llegar al final. Luego me detendré. Tal es el plausible método que el Rey sugirió a Alicia en el viaje que ella hizo por el País de las Maravillas, según el célebre y celebrado cuento de Lewis Carroll. Lo primero que me gustó de Claudia Sheinbaum en su toma de posesión fue su toma de posesión. La primera mujer en llegar a la Presidencia de la República asumió el cargo en un acto en el cual privaron el orden y la civilidad. El acontecimiento era ciertamente histórico, y ha de verse como una muestra del avance que en materia de igualdad de género ha tenido nuestro país. Me agradó el atavío que lució la Presidenta. Hablar de su vestido parecería cosa nimia, pero no lo es. Hay ocasiones en que el hábito sí hace al monje, y el que escoge un hombre o una mujer para una ocasión importante dice mucho de su talante y su intención. Sheinbaum llevó un vestido de color neutro, en un tono perlino que tiraba a blanco, con bordados hechos por manos femeninas. Muy mexicano se veía el atuendo, sin excesos nacionalistas, sino antes bien discreto y elegante. Celebré también el reconocimiento que hizo la Presidenta de las mujeres anónimas que con su trabajo en el hogar o fuera de él han labrado calladamente, con esfuerzo y sacrificio, el bien de sus familias, y por tanto el del país. Son heroínas junto a aquellas cuyos nombres están inscritos en la historia nacional. Saludé también -expresión muy de la izquierda- el hecho de que la Presidenta entrante haya saludado a su llegada a la ministra Piña, en contraste con la grosera actitud de AMLO, quien hasta el último minuto dio a ver su carácter vindicativo y rencoroso. Aquí tiene aplicación aquello de "Genio y figura, hasta la sepultura". Ahora bien: lejos de mí la temeraria idea de ser un aguafiestas en medio de la esperanza que suscita la inauguración de una nueva etapa de nuestra vida pública, pero debo decir también lo que no me gustó de esa ceremonia. Encontré desmesurada la exaltación que en su discurso hizo la doctora Sheinbaum de López Obrador. Desde luego estaba obligada a encomiar a quien la llevó al sitial que ahora ocupa, pero su alabanza de AMLO fue idolátrica, y estuvo muy alejada de la verdad, pues mejor que nadie ella conoce los numerosos saldos negativos que deja el régimen obradorista. Un comedimiento mayor en sus elogios habría sonado mejor que el tributo que con voz nada agradable y tono en ocasiones destemplado hizo de su antecesor, a quien llamó hermano, comparó con Lázaro Cárdenas y calificó de el mejor Presidente. Tampoco me gustó el cúmulo de promesas que tanto en ese discurso como en el Zócalo hizo la Presidenta entrante. Su declaración de respeto a la ley y a las instituciones debe tomarse cum grano salis, es decir con reserva cautelosa. Lo mismo juró López en su toma de posesión, y ya vimos cómo faltó a ese solemne voto. Así, serán los hechos los que validen las palabras de la nueva mandataria. No omito el dato positivo de que en algunos de sus pronunciamientos la doctora Sheinbaum se apartó, siquiera haya sido moderadamente, de algunas de las posturas de AMLO. Ése es un viso promisorio de lo que después podrá venir. Recibo con optimismo su ofrecimiento de gobernar para todos, y su actitud conciliatoria ante el empresariado nacional y extranjero. Aplaudo su decisión de ir ayer mismo a Acapulco a apoyar a los damnificados por las recientes calamidades que ha sufrido el Puerto. También en eso se distingue de su antecesor, que hablaba sin cesar del pueblo bueno y sabio pero no solía acompañarlo en sus desdichas. Que el cambio que se avizora sea para bien de México. FIN.