La portera del edificio le comentó a don Ruguito, señor octogenario: “Los vecinos dicen que le está usted haciendo el amor a la muchacha del 14”. “No es cierto -replicó el provecto caballero-, pero agradezco el rumor”. He perorado en todas las entidades del país, sin exceptuar ninguna. Igualmente he dado conferencias en todas las capitales de los Estados que forman la República, con una sola excepción: Chilpancingo, Guerrero.
No sé qué valor tengan las perlas de la Virgen -supongo que ha de ser muy elevado-, pero si me ofrecen ese preciado tesoro como pago por ir a disertar ahí declinaré cortésmente tal oferta. Diré que estoy enfermo del píloro, que acabo de hacer voto perpetuo de silencio o que ese día tengo un compromiso en Timbuctú, pero no iré a Chilpancingo.
El hecho de que el alcalde de esa ciudad haya sido asesinado, y la sañuda forma en que se cometió el crimen, son muestra del grado de ingobernabilidad que priva en Guerrero, entregado a manos ineptas por uno de los autoritarios caprichos de López Obrador. A pocos días de haber asumido la Presidencia, y luego de su visita a Acapulco, Claudia Sheinbaum se entera de esa ejecución llevada a cabo por los delincuentes que tienen a Guerrero bajo su poder en medio de la anarquía reinante en la entidad.
Efecto es ése de la omisa conducta asumida por el caudillo de la 4T, en cuyo régimen la violencia criminal se hizo rampante, y vastas regiones del país cayeron en manos de quienes estarían fuera de la ley si alguna ley subsistiera todavía en esas zonas. Ya veremos cómo el crimen cometido en la persona del infortunado edil quedará impune, y cómo los delincuentes seguirán campando en Guerrero, igual que lo hacen en otros estados del país. También ellos le están poniendo un segundo piso a su dominación. Trataré de disipar con un relato de humor lene la gravedumbre de esta última frase.
En una noche oscura de terrible tempestad el vehículo de un vendedor viajero sufrió una descompostura, y el hombre se vio obligado a pedirle a un granjero que vivía por ahí que le permitiera pasar la noche en su casa.
El sujeto no se avenía a recibir al forastero, pues tenía una hija en edad núbil, y hermosa, pero recordó que una de las obras de misericordia enunciadas por el buen Padre Ripalda en su olvidado Catecismo es dar posada al peregrino, y así admitió al viajero. En el curso de la cena el visitante pudo contemplar a su sabor a la agraciada joven y admirar sus atractivas formas.
El insano deseo que hizo nacer en él ese deleite lo movió a ir a la alcoba de la muchacha cuando ya todo en la casa era silencio. Lo vio ella entrar y le dijo: “Deténgase, o llamo a mi papá”.
No atendió la advertencia el individuo y fue hacia el lecho de la joven. “Deténgase o llamo a mi papá”, repitió ella. La desoyó el fulano.
Poseído de ignívoma pasión besó a la chica y llenó su cuerpo de eróticas caricias. Mi condición de narrador veraz me obliga a decir que eso fue del agrado de la ninfa. En igual forma se encendió en deseo, y con el visitante gozó cumplidamente del acto del amor. Tanto le gustó aquello que le pidió al experto galán una segunda coición, solicitud que el hombre obsequió a cabalidad. No se detuvo ahí la ardiente joven.
Apenas su pareja se repuso un poco le pidió una tercera demostración, que el viajero apenas pudo hacer juntando todas sus menguadas fuerzas. ¿Se sació así el amoroso apetito de la joven? No. De nueva cuenta se acercó al exhausto tipo y lo abrazó, sinuosa, en demanda de una cuarta vez. Le dijo él con débil y tremulante voz: “Detente o llamo a tu papá”. FIN.