“ Anoche le di el sí a mi novio”. Eso le contó Susiflor a su amiga Dulcibel. “¡Fantástico! -se alegró ella-.¿Cuándo es la boda?”. Replicó Susiflor: “¿Quién habló de matrimonio?”. Vendado de la cabeza a los pies igual que momia egipcia estaba en su lecho de hospital un individuo. Cierto amigo suyo fue a visitarlo y le hizo la pregunta obligada: “¿Qué te sucedió?”. La respuesta fue intrigante: “Me golpeó un compadre mío por darle la razón”. “Extraño motivo para golpear a alguien - ponderó el amigo-. ¿Cómo estuvo eso?”. Explicó el lacerado: “En una mesa del Bar Ahúnda el compadre declaró en presencia de otros bebedores: ‘Mi esposa es muy buena en la cama’. Y yo le dije: “Tiene usted toda la razón, compadre. Soy testigo personal”. Este niño de 7 años hace su tarea del colegio a la luz de una lámpara de querosén. Son tiempos de la Segunda Guerra, y aunque Saltillo está a miles de kilómetros de los conflictos bélicos es necesario ahorrar energía eléctrica. Tres noches por semana hay apagón, y la ciudad entera queda a oscuras. Este niño es ahora un adulto mayor. Tal eufemismo, “adulto mayor”, se usa en la actualidad para no decir “anciano” o “viejo”. Guarda, sin embargo, recuerdos vívidos de su niñez. Llega con su padre a la casa del abuelo, y los tíos están en la cocina tomando café. Sobre la mesa se ve el periódico del día. Con un gran titular -72 puntos, madera- da la noticia del acontecimiento: “¡Hitler se suicidó!”. Aquel niño siente alivio: el papá de un compañerito suyo les ha dicho, severo: “Hagan la tarea, porque a los niños que no la hacen se los lleva un hombre muy malo que se llama Hitler”.Otro recuerdo infantil guarda su memoria: el de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, y el final de la guerra al rendirse el imperio de Japón. Ahora, inevitablemente adulto, lee libros acerca de ese tema: “Day of infamy”, de Walter Lord; “Last chapter” de Ernie Pyle. Ve películas bélicas: “Retorno a Batán”, “Arenas de Iwo Jima”, “Aventuras en Birmania”, y series documentales: “Pacific”, “Band of brothers”. Conoce diversas opiniones: unos tildan a Truman de asesino por haber ordenado el uso de la terrible arma nuclear; otros juzgan que la bomba atómica fue el menor de los males: una invasión al territorio japonés habría causado más de un millón de muertos. Hay quienes dicen que en verdad Japón no se rindió por el holocausto atómico, sino porque Rusia le declaró la guerra y atacó Manchuria.Los japoneses prefirieron rendirse a los Estados Unidos y no a los rusos, que tenían fama de ser temibles vencedores. La decisión probó ser acertada: bajo el mandato norteamericano el derrotado país del Sol Naciente surgió de entre sus ruinas y tomó el camino que lo llevó a ser la potencia industrial que ahora es. La amenaza atómica, sin embargo, no se ha disipado en el mundo, y existe el riesgo de que hombres demenciales como Putin la usen en sus guerras. En fin, estos asuntos internacionales son arduos para un escribiente aldeano como yo, cuyo artículo anterior trató de baches en las calles. Si abordo hoy tales cuestiones es para comentar el hecho de que una organización japonesa que lucha por la abolición de las armas nucleares obtuvo el Premio Nobel de la Paz. Con ambas manos, para mayor efecto, aplaudo a la Academia Sueca por su tino al discernir esa presea, y espero sinceramente que la paz reine en el mundo, a fin de no verme obligado otra vez a hacer mi tarea a la luz tremulosa de una lámpara de querosén. ¿Cuál es el sitio más seguro para estar en caso del estallido de una bomba atómica? Cualquiera donde puedas decir después: “¿Qué chingaos fue eso?”. FIN.