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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

¿Cuál es la diferencia entre miedo y pánico? Miedo es la primera vez que no puedes la segunda vez. Pánico es la segunda vez que no puedes la primera vez. Eso le aconteció al maduro caballero que no logró izar su bandera en presencia de una sexoservidora. La mujer puso en práctica todas las artes de su oficio a fin de capacitar a su languidecido cliente para hacer obra de varón. Inútiles resultaron sus ímprobos esfuerzos. Le dijo él, resignado: “Ya no te canses, linda. A esta cosa nomás mi señora le entiende”. Al empezar la noche de las bodas el recién casado dejó sola en la suite nupcial a su dulcinea a fin de que se dispusiera para la ocasión, y fue a tomarse una copa en el bar del hotel. Cuando regresó a la habitación recibió una mayúscula sorpresa. He aquí que la desposada se estaba refocilando en el lecho connubial con los siguientes empleados del establecimiento, a quienes mencionaré por riguroso orden alfabético: el almacenista, el botones, el concerge, el encargado de mantenimiento, el jefe de seguridad, el operador de las calderas y el portero. Antes de que el estupefacto joven pudiera pronunciar palabra habló la novia: “Ni me digas nada, Leovigido. Tú me conoces bien, y sabes que siempre he sido algo coqueta”. La señorita Himenia, célibe de madura edad, le pidió en la mueblería al encargado: “Quiero esa sala que anuncian hoy en el periódico, la sexual”. “Seccional, señorita, seccional” aclaró el hombre. Don Ataúlfo declaró en la mesa, campanudo: “Las minorías merecen respeto”. Su hija se alegró. “Qué bueno que pienses eso, papi -le dijo al genitor-, porque las estadísticas muestran que el 60 por ciento de las mujeres de mi edad son vírgenes, y yo estoy en la minoría”. Guardo muchos recuerdos, y los recuerdos me guardan a mí. Uno de ellos es de la vez primera que viajé a Culiacán en mis andanzas de hablista itinerante. Desde la ventanilla del jet miré el verdor de sus campos de cultivo y vi sus ríos, uno solo de los cuales habría bastado para hacer un carmen de todos los desiertos de mi natal Coahuila. Un momentito, por favor. Voy a ver qué es eso de “carmen”. La palabra designa tanto un jardín como un poema. Ambas cosas fue mi madre, que se llamaba Carmen y que sigue viviendo intensamente en mí. Regreso a Culiacán. Su catedral es blanca como niña con vestido de primera comunión. Cerca estaba una tienda de artículos religiosos. Entré a ella, pues soy santero por afición -todo lo que soy lo soy por afición y me atraen las imágenes de santos, cuyas extravagantes vidas y sanguinosas muertes conocí en la Leyenda Dorada y otros libros. Encontré ahí una rara estampa de San Nicasio, que sufrió martirio de decapitación. En el aniversario de su muerte se aparece llevando en las manos su cabeza, a la que de cuando en cuando da piadosos besos. De nueva cuenta vuelvo a Culiacán. Ahora en esa bella ciudad de la cual guardo gratísimos recuerdos andan sueltos los demonios. El edificio del periódico “El Debate”, mi casa de trabajo ahí y en otras ciudades sinaloenses, recibió antier impactos de balas disparadas por maleantes. Envío un abrazo de solidaridad a Poncho Salido, editor de ese prestigiado diario, y a su esposa Pili, amigos queridísimos desde hace muchos años, cuya labor periodística, cultural y de generosa filantropía admiro grandemente. Otros atentados han sufrido sus periódicos, pero su incansable tarea de difusión de la verdad no se ha interrumpido un solo día. Aún hay sol en las bardas, y confío en que la vida me regalará un nuevo encuentro con esos entrañables amigos míos de Sinaloa. Su bondad y su ejemplo van conmigo más allá del tiempo y la distancia... FIN. 

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