“Mi novio es lascivo, concupiscente, libidinoso, lúbrico y salaz -le contó Rosibel, linda muchacha, a su amiga Susiflor-. Una vez que empieza a besarme ya no sabe cómo detenerse”. “Qué raro -ponderó Susiflor-. También mi novio me besa apasionadamente, pero siempre encuentra un sitio dónde detenerse”. “¿Tolerancia? ¡Para eso hay zonas!”. La contundente frase pertenece a Paul Claudel, poeta y dramaturgo católico cuyo catolicismo no lo libró nunca de la intransigencia. Sin irrespetar al autor de “Le Livre de Christophe Colomb” yo soy ecléctico, lo cual significa que no tengo carácter. En presencia de dos males no escojo el menor: tomo los dos. Alguna vez pergeñé un brevísimo poema de sólo cinco palabras: “Sí. No. Si no, sino”. Quise significar que en la vida debemos decidir siempre con firmeza, pues de no hacerlo quedaremos sujetos a un destino incierto. Las más de las veces, sin embargo, no pongo en práctica mi teoría. Me parezco más bien a aquel marido que comentaba al hablar del trato con su esposa: “Entre nosotros no hay nunca ni un sí ni un no. El puro qué te importa”. Repito las palabras del mejor Machado, Manuel: “Mi voluntad se ha muerto una noche de luna / en que era muy hermoso no pensar ni querer”. No soy voluntarioso, entonces, sino más bien involuntario, y en muchos aconteceres que me atañen ha actuado ese dios ciego al que damos el nombre del azar. Advierto, sin embargo, que sin buscarlo he tomado el rebuscado camino de la solemnidad. Vuelvo sobre mis pasos para decir que un cierto amigo mío sí tiene carácter, y llama siempre a las cosas por su nombre, aunque con frecuencia ese nombre sea más bien apodo o remoquete. Así, por ejemplo, ha dado en referirse a Claudia Sheinbaum con el mote de “López Obradora”. Yo lo exhorto a no ser descomedido. La señora, le digo, es una dama, Presidenta de la República y doctora en ciencias, por lo cual él no debe aplicarle ese apelativo que además de misógino es inurbano y descortés. Él justifica el sobrenombre diciendo que Claudia -ni siquiera la llama doña Claudiaes una calca de AMLO, cuyos modos está copiando como si fuera sombra de él, o sosias. “Espera -lo detengo-. ¿Qué es un ‘sosias’?”. Me explica: “Es una persona tan parecida a otra que llega a confundirse con ella”. Añade que la Presidenta se comporta en igual forma que el ex Presidente. Tiene su misma actitud agresiva y polarizadora, como lo ha demostrado en sus expresiones relativas a los ministros de la Corte, a quienes describió como oportunistas, ambiciosos y pancista sin más propósito que el de llenar con dinero sus bolsillos. Ese proceder de la señora no tiende a arreglar la crisis constitucional presente, sino a desarreglarla más al exhibir el mismo talante vindicativo y pugnaz de quien la hizo ser su corcholata. “Y lo sigue siendo” -afirma mi obcecado amigo. Ya no discuto con él, pues en las discusiones pone demasiado calor y escasa luz. Sin embargo me quedo con el pensamiento de que, en efecto, nuestra Presidenta es una segunda edición de AMLO. No corregida, pero sí quizá aumentada en los días por venir. Un muchacho acudió a la consulta del doctor Duerf, siquiatra especializado en ponerse la mano en el mentón con actitud meditativa al escuchar a sus pacientes, y decir a cada momento: “Mmm”, lo cual le permitía elevar el monto de sus honorarios. Le dijo el tribulado mancebo: “Todas las noches sueño que estoy jugando beisbol, y siempre amanezco cansado. Por favor, ayúdeme, doctor”. El analista hizo: “Mmm” y le preguntó: “¿No tiene usted sueños húmedos con mujeres?”. “¡Oh no! -se alarmó el joven-. ¡Puedo perder mi turno al bat!”. FIN.