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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

"Una Piedra del camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar". Oigo a México cantar con dolorida voz esa canción. Nuestro país, en efecto, rodó ya hacia la dictadura de un jefe máximo que a distancia sigue ejerciendo su omnímodo poder. El nuevo nombramiento de Rosario Piedra Ibarra como titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos es una bofetada a la República, a la ciudadanía y a la Presidenta Sheinbaum. He aquí que por orden de López Obrador la mujer menos calificada para el cargo, la rechazada en forma unánime, la que ha mostrado sobradamente su incapacidad para el desempeño de ese puesto, lo recibe nuevamente. Ahora sabemos sin lugar a dudas que Claudia Sheinbaum fue la designada, pero el que manda vive en La Chingada. La Presidenta no ha hecho honor a su condición de mujer y a su calidad de mandataria, y permite que la voz de su amo se imponga sobre su propia voz, y se deja avasallar, y aun humillar, por quien la hizo su corcholata. Ya nada puede ocultar el hecho de que vivimos bajo la férula de un jefe máximo que a trasmano da sus órdenes a una camarilla de incondicionales que recogen sus consignas, las obedecen servilmente y las llevan a la práctica sin tomar en cuenta a Sheinbaum. Lo sucedido en el caso de la Piedra es algo grotesco que anula en la forma y en el fondo a la supuesta titular del Poder Ejecutivo. Dice la voz venida desde aquel rancho de adecuado nombre: "Hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley". Y pronuncia luego la expresión que hunde a México en la dictadura: "Sigo siendo el rey". Tienes razón, columnista, al opinar así. Tus palabras son expresión de la verdad. Debo añadir, no obstante, que tan ominosos juicios nos inquietan y perturban. Ea, relata algunos inanes cuentecillos que pongan un poco de humor en tu caliginoso texto. La guapa penitente le dijo al joven curita que la estaba confesando: "Acúsome, padre, de que cuando oigo las clamorosas campanas de mi pueblo siento deseos de entregarme al primer hombre que vea". El novel presbítero llamó al sacristán del templo: "Ya sé que son las 9 de la mañana, Cerulino, pero hazme el favor de dar la primera llamada para la misa de 11". Alguien debería escribir un libro con anécdotas de lo que sucede en las noches de bodas. Sabroso texto sería ése, travieso y divertido. Un ejemplo. Al comenzar la noche nupcial el joven Leovigildo tomó por los hombros a Loretela, su flamante desposada, y le preguntó, solemne: "¿Soy yo el primer hombre?". "No, tontín -respondió ella-. El primer hombre fue Adán". "Lejos estoy de referirme a eso -se molestó el novio-. Lo que quiero que me digas es si soy el primer hombre con el que vas a la cama". Le dijo ella: "Es muy posible que lo seas. Tu rostro me parece conocido". Don Cucoldo, señor de edad madura, les anunció orgulloso a sus compañeros de oficina: "Mi esposa está embarazada". Venida del fondo se escuchó una voz: "¿De quién sospechas?". El papá del muchacho que asistía a la Universidad del Estado decidió darle una sorpresa. Hizo el viaje a la ciudad, se dirigió a la residencia de estudiantes donde se hospedaba su hijo, y aunque apenas despuntaba el día llamó con grandes golpes a la puerta. Después de repetidas llamadas se abrió una ventana del segundo piso, y alguien preguntó en tono somnoliento: "¿Quién es?". Preguntó a su vez el señor: "¿Aquí vive Ovonilio Patané?". "Sí -respondió el de la ventana-. Tírelo en el porche; después lo recogemos". Libidio les informó a sus amigos: "A fin de mes me caso con Pirulina". Quiso saber uno: "¿A dónde irán de luna de miel?". "De luna solamente -precisó Libidio-. La miel ya hace tiempo que nos la chingamos". FIN.

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