La señorita Peripalda, catequista, les hablaba a los niños acerca del demonio. Pepito se inclinó sobre Juanilito, su asustado vecino de asiento, y le dijo: “No le hagas caso. Crees en el demonio y luego resulta como con Santa Claus, que es tu papá”... Reflexión de temporada: has llegado a la edad madura cuando te levantas sintiendo los efectos de la noche anterior, y sucede que no hiciste nada la noche anterior... Predicaba el padre Arsilio. Su tema eran los pecados de la carne. “La humanidad ha llegado en su degeneración a los peores extremos de lujuria -clamaba con vehemencia-. Antes oíamos nada más acerca de pecados de hombre con mujer. Ahora se ven con toda naturalidad los pecados de él con él, y de ella con ella”. Un adolescente le dijo al oído a otro: “Se le está pasando el de yo con yo”... Entró don Cornulio en la recámara y sorprendió a su mujer refocilándose con un desconocido. “Es la primera vez que te hallo así le dice-. Te advierto que la segunda me pegaré un tiro”. “¡Caracoles! -exclamó la señora, cuyo catálogo de interjecciones estaba ya fuera de moda-. ¡Qué no irás a hacer la tercera vez!”... Adipia Pomponona era una muchacha de la vida alegre. Gorda, muy gorda, hacía recordar a Boule de Suif, Bola de Sebo, personaje de Guy de Maupassant, escritor francés, 1850-1893. La característica principal de este autor es la atención a los detalles, como lo muestra el cuidado que ponía al peinarse. Murió tempranamente -5.10 amvíctima de una enfermedad secreta sumamente pública. Su visión social era pesimista, pero es que le daban motivos, sobre todo sus amigos). Ya me perdí, como dijo Livingstone. ¿En qué iba? Ah sí. Hablaba de Pomponona, muchacha de la vida galante. Conseguía sus clientes en la calle; de cada esquina hacía un lupanar. Cierto día ofreció sus servicios a un caballero que casualmente llegó al sector pecaminoso después de buscarlo por tres horas. Preguntole dicho señor el monto de sus honorarios, tarifa, cuota o arancel. Ella proporcionó la información pedida, y el hombre manifestó su desacuerdo. Era mucho dinero, dijo meneando la cabeza como Metternich cuando desaprobó el Tratado de Aquisgrán. Además ella estaba demasiado gorda. “Precisamente -replicó Pompona-. Haga usted el cálculo, caballero, y encontrará que, kilo por kilo le vengo saliendo más barata que una hamburguesa”... (Incluso de las de doble queso, le faltó añadir)... Habrá quien me acuse de exceso de imaginación. Acepto la acusación, pues de otros excesos en que caigo no he sido acusado nunca, y eso tiende a equilibrar las cosas. Diré que al contemplar en la televisión los reportajes sobre el Popo no he visto un volcán: he visto dos. (”¡De cuál fumaste!” -le grita al columnista desde las galerías un lépero incivil. “De ninguna -contesta impertérrito el autor-. Ni tabaco he fumado nunca, señor mío, menos aún cualquier substancia alucinógena como la que sugiere su grito, descomedido y soez”). Veo dos volcanes porque la televisión, sin proponérselo, ha mostrado la tremenda pobreza de muchos mexicanos que habitan en las cercanías del Popo, gente humilde que cifra su fortuna en un jacal, un cerdo y unas cuantas gallinas, posesiones paupérrimas que sin embargo defienden tenazmente de la amenaza de los delincuentes. Esa pobreza, semejante a la de millones de compatriotas, es otro volcán más amenazante aún, pues si se suspenden por falta de fondos las dádivas creadas por López Obrador se puede provocar un estallido de irritación popular cuyas consecuencias son impredecibles. Mark my words, como dicen los ingleses. Y no le sigo, porque no quiero estremecer más a la República... FIN.