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De políticas y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Mis padres no me heredaron bienes materiales. Es una de las muchas cosas que les agradezco. Ambos tenían condición modesta: mi madre era maestra en un tiempo en que a los profesores se les llamaba “pobresores”; mi padre fue sencillo empleado de oficina. Con cuatro hijos, apenas había en casa lo más indispensable.

No sé, entonces, cómo se las arreglaban para comprar un libro cada mes y para tener una suscripción del Selecciones, versión en español del Reader’s Digest. Así adquirí yo de ellos el único vicio impune que hay: el vicio de leer. Tal herencia es mejor que la de cosas. A mis padres debo mi ser; a un puñado de buenos maestros y maestras mi quehacer. Aquella revista que dije, el Selecciones, tenía un artículo permanente llamado “Mi personaje inolvidable”. Pues bien: uno de los personajes que están siempre en mi memoria y en mi gratitud es el señor licenciado don Felipe Sánchez de la Fuente, rector que fue de la Universidad de Coahuila. 

Me llamó, siendo yo jovencísimo, para ofrecerme el puesto de director de Difusión Cultural. Le agradecí la invitación, pero le dije que no estaba seguro de poder desempeñar el cargo. Me respondió con su usual tono oratorio: “¡Cómo no va a poder desempeñarlo, compañero, si nació usted en la calle de Santiago!”.

Era la antigua calle de Saltillo donde él también nació. Gran orador fue don Felipe, en el estilo magnílocuo de Urueta o Castelar. Alguna vez, en San Luis Potosí, vi al público que llenaba el Teatro de la Paz ponerse en pie para ovacionar el discurso que pronunció ahí. Lo terminó con una frase lapidaria: “Para salvar a un México crucificado es necesario crucificarnos en él”. 

Tales palabras vuelven a tener aplicación en estos días oscuros, cuando nuestro país está siendo llevado al sacrificio por un hombre, Andrés Manuel López Obrador. Se empeña él en destruir los valores de justicia y democracia plasmados en una Constitución ahora amenazada por la obsesión dictatorial del cacique de la mal llamada 4T. Contra su reforma judicial protestaron estudiantes de la UNAM, a quienes calificó de engañados.

¡Y lo dice el más grande engañador que ha habido en México desde Antonio López de Santa Anna! Nuestro país, que aspiraba a ser un estado de derecho, va camino de ser en todos sentidos un estado de desecho, como Cuba, Venezuela y Nicaragua. Y sin embargo jamás saldré de aquí.

Seguiré la admonición de don Felipe, y acompañaré a la patria en su destino, por más aciago que sea. Me doy cuenta de que también yo estoy siendo magnílocuo, pero hay veces en que a la delincuencia política no se puede responder más que con grandilocuencia crítica. Cumplida la inútil cita cotidiana con el muro de las lamentaciones vayamos ahora a terrenos de menos gravedumbre y lenidad mayor. 

El rano -así se llama el macho de la ranapracticó en ella un acto erótico de sexo oral. Exclamó al mismo tiempo asombrado y deleitoso: “¡Mira! ¡De veras sabe a pollo!”. Pesarosa y compungida la señora le dijo a su desamorado esposo: “¡Te casaste conmigo porque tenía dinero!”. “Todo lo contrario -la rebatió él con firmeza-.

Me casé contigo porque yo no lo tenía”. Rosibel le comentó a su amiga Susiflor: “Mi jefe es un hombre lujurioso, lúbrico, libidinoso, lascivo, concupiscente, salaz y voluptuoso. Me ofreció un anillo de brillantes si pasaba con él un fin de semana”. Replicó Susiflor: “A verlo”. El señor le contó a su pequeño hijo un cuento en la cama. Tras llegar al colorín colorado le indicó: “Y ahora duérmete, porque no tarda en llegar el hombre de los sueños”. “Éjele! -se burló el chiquillo-. ¡Ése nomás viene cuando tú estás de viaje!”.

FIN.

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