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LUIS RUBIO

ÁTICO

La sucesión presidencial en EUA anuncia tiempos difíciles, pero los problemas de México no se generan allá, sino en su poca capacidad.

La relación con Estados Unidos será siempre compleja por las enormes diferencias entre dos naciones histórica, cultural y económicamente tan contrastantes, pero eso no ha impedido que la vecindad se haya convertido en una fuente de enormes oportunidades. Ahora, pasada la elección presidencial de esa nación, el gobierno mexicano tendrá que definir qué espera de nuestro vecino y cómo se va a relacionar con su nuevo gobierno. Más importante, el verdadero asunto para México es cómo va a lidiar con nuestras propias carencias, porque ese es el tema de fondo.

Hay tres dimensiones que tienen que ser apreciadas. Primero que nada, la profundidad y, sobre todo, trascendencia de la interacción económica. Se trata de quizá la frontera más dinámica del mundo (con más de tres millones de dólares de intercambios por minuto) donde nuestras exportaciones constituyen el principal motor de crecimiento de la economía mexicana. En una palabra, no hay forma de minimizar la relevancia y trascendencia de esta relación.

Un segundo enfoque es el hecho, evidenciado en esta elección, del enorme cambio, convulsión, que experimenta la sociedad americana, tanto en su interior como respecto al resto del mundo. EUA experimenta un complejo ajuste ante la polarización interna, el cambio en el llamado orden mundial y la emergencia de China como factor transformador y la reaparición de la geopolítica en un mundo cambiante. Su historia siempre ha sido así: como dijo sobre ellos Churchill, "los americanos siempre harán lo correcto, después de haber intentado todo lo demás".

Tercero, y más directamente concerniente a la nueva realidad después del triunfo de Trump, la relación bilateral retornará a una estructura transaccional donde los intercambios serán con frecuencia asimétricos, pero siempre transparentes. En contraste con gobiernos de corte más tradicional, Trump es claro, directo y con preferencias muy simples, aunque las presente de manera agresiva. Ante todo, no todo es sobre México: su visión es brusca, pero no siempre falaz y solo un ciego argumentaría que las cosas están bien en nuestro país. Quizá sea tiempo de actuar de manera preventiva: enfrentar de manera clara y directa los problemas que nos aquejan en seguridad, educación, energía y, en general, de desarrollo.

Para México, todo esto se resume en una sola cosa: cómo ve el gobierno de Claudia Sheinbaum a EUA y si comprende las oportunidades y consecuencias de sus potenciales opciones. En una era de economías aisladas era posible pretender distancia e independencia, dos artificios que, en la era de la integración económica (y la inmensa importancia de las exportaciones para el funcionamiento de la economía interna) son irrelevantes, si no es que contraproducentes.

En un mundo ideal, cada país definiría sus intereses, objetivos, oportunidades y preferencias en abstracto para luego buscar la mejor manera de alcanzarlas. En el mundo real, las opciones son acotadas y las consecuencias de errar múltiples. Esto no implica que México deba plegarse ante las demandas estadounidenses, pero sí exige admitir las carencias que enfrenta el país y que son éstas las que crearon la realidad en que hoy nos encontramos. En una palabra, la única manera de garantizar la soberanía es con una economía fuerte y una sociedad desarrollada. Nada supera eso. La pregunta es si el nuevo gobierno estará dispuesto a asumir lo que eso implica.

La geografía nos creó una oportunidad inmensa, pero como país hemos sido negligentes en crear condiciones para que la conexión física con nuestros vecinos se convierta en una palanca para el desarrollo integral del país. Podemos apreciar o despreciar a los norteamericanos, pero nuestro vecino nos ofrece una excepcional oportunidad, siempre y cuando la sepamos asir.

Y las carencias se remiten a decisiones que se han venido tomando, o no tomando, a lo largo de las décadas en áreas clave como la educación (donde el desarrollo de las personas a su máximo potencial es lo más distante de los proyectos gubernamentales); la salud (donde en lugar de privilegiar un sistema eficiente y generalizado se han cerrado opciones, especialmente para los más necesitados); prioridades erradas (o inexistentes) en materia de infraestructura para facilitar la actividad económica; conflictos comerciales absurdos; y un régimen legal, y ahora judicial, que hace más por ahuyentar y disminuir la inversión que por promover el desarrollo del país. En una palabra, México se ha negado a desarrollarse de manera integral.

El problema no es Trump ni los americanos, sino nuestras propias mitologías, que han sido el verdadero impedimento a nuestro desarrollo. Las exportaciones muestran un camino, pero el éxito depende de encarar el hecho de que México se partió en dos: un México abierto y competitivo y un México rezagado, violento y extorsionado. Y ambos conviven en el mismo lugar. Ese es el verdadero reclamo de Trump y no se equivoca...

La sucesión presidencial estadounidense anticipa una etapa compleja, pero no hay que perder de vista que la interdependencia es una realidad para las dos naciones. Si en lugar de "ponernos las pilas" nos enfrentamos a ellos, vamos a acabar mal. El comienzo simultáneo de dos gobiernos es una gran oportunidad para cambiar los vectores nacionales hacia el desarrollo.

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