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Dieciséis días de desprestigio

ENRIQUE SADA SANDOVAL

Después de una ceremonia de apertura tan improvisada como desagradable y de bajo presupuesto, acompañada de ofensas en contra de la Cristiandad junto con lo más nauseabundo de la subcultura woke que hay en el mundo, se esperaba que en el transcurso los Juegos Olímpicos llevados a cabo en París lograran sortear su infortunio, ocasionado por el Gobierno junto con sus organizadores, pero no fue así.

Lo que antaño, desde su consolidación como una justa de disciplinas deportivas de honor, respeto y fraternidad entre naciones, había sido descrito para la posteridad como aquellos Dieciséis días de Gloria-para quienes crecimos con el clásico documental sobre las Olimpiadas del verano de 1984 en Los Ángeles- a celebrarse con gran expectativa cada cuatro años, en esta ocasión terminaron como días de desprestigio y pena ajena para quienes se vieron involucrados dentro de las mismas.

Pero eso no es todo. Si algo trascendió durante las celebraciones de los juegos no fue solo el descuido criminal en lo que respecta a ciertas contiendas que se llevaron a cabo de manera sumamente irresponsable (exponiendo a los atletas a una serie de situaciones graves y vergonzosas) pues también se distinguieron por su intolerancia cínica al amparo de la peor banderería política e ideológica posible.

En el primer caso, uno de los grandes problemas que tuvo la organización de París 2024 fue el estado en que se encontraban las aguas del Río Sena para la competencia de natación organizada para llevarse a cabo en el mismo y que en cualquier otro país civilizado habría sido cancelada o cambiada de sitio, tanto que la prueba de Triatlón tuvo que posponerse dos días por el alto nivel de contaminación terriblemente visible, y que causó mucha polémica cuando contemplamos la imagen del canadiense Tyler Mislawchuck vomitando tras cruzar la línea final; misma que dio vuelta al mundo.

En cuanto al segundo, trascendió no solo el que no hubo disculpa por parte del Comité Olímpico por la mofa inaugural a la Eucaristía -pese a la pérdida de patrocinadores que esto generó- sino el arresto sin causa a los ocupantes de un autobús que circulaba en la capital del país con el mensaje "Basta de ataques a los cristianos"; mismo que recibía aplausos por donde circulaba y cuya detención violatoria de derechos humanos fue por orden directa de Emmanuel Macron.

Algo también notorio durante estos juegos fue que vimos hordas de internautas -los mismos tontos útiles o "idiots útiles" stalinistas que con maromas olímpicas intentaron justificar la burla contra la Última Cena- especializarse repentinamente como expertos en arte Renacentista para convertirse inmediatamente después en conocedores de boxeo y ciencia; gente que nunca en su vida se había preocupado por la biología, la genética, la historia del arte ni el box ahora consultaban en Facebook y en Google para saber sobre cromosomas y anomalías genéticas para intentar justificar también al muchacho argelino que en muy mala lid, por parte de las autoridades organizadoras, permitieron que compitiera de manera desigual contra una mujer, a la que le ganó en la rama femenil de boxeo.

En consecuencia de todo lo anterior, el Comité Olímpico anunció pérdidas de ganancias por $2 billones de dólares, algo del que a decir de los especialistas, los Juegos quizá nunca se recuperarán.

Desafortunadamente, aún después de una clausura mediocre en la que al final se intentó sortear tantos descalabros y estulticia ideológica perpetrada por el Comité organizador y las autoridades francesas, con Tom Cruise saltando épicamente en paracaídas al más puro estilo de la saga de espionaje Misión Imposible, recibiendo la batuta para las próximas Olimpiadas a celebrarse en cuatro años en Los Angeles, California, cabe señalar que ni siquiera este acto de vodevil logró quitar el mal sabor de boca en lo que la gran mayoría de la audiencia y los participantes no han escatimado en descalificar de viva voz como los peores Juegos Olímpicos de la Historia hasta hoy.

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