Hace diez años amanecimos con la noticia de que 43 estudiantes de la normal Isidro Burgos de Ayotzinapa habían desaparecido en Iguala cuando se trasladaban en camiones secuestrados a la ciudad de México para la conmemoración del 2 de octubre. Hoy, diez años después no solo están desaparecidos los 43 estudiantes normalistas, también desapareció la verdad, desapareció la empatía de un gobierno que se decía de izquierda y, lo peor, se normalizó la desaparición en todo el país.
Si algo sintetiza el gobierno que está por terminar fue la traición a los familiares de los desaparecidos, no solo a los padres de Ayotzinapa, a todos. En el cuarto año de gobierno, cuando acumular poder se convirtió en la obsesión, el presidente se alió con el Ejército -e indirectamente con el crimen organizado- y dio la espalda a las víctimas. Primero despidió a Omar Gómez Trejo, el fiscal especial para el caso de los 43 estudiantes porque encontró que el contexto de la desaparición no era otro que los vínculos entre el crimen organizado y las Fuerzas Armadas. En un segundo acto no menos vil, el entonces secretario de Gobernación, Adán Augusto López, rasuró a la Comisionada Nacional de Búsqueda de Personas, Karla Quintana, porque ella se negaba a rasurar el padrón de desaparecidos. Fiel al estilo autoritario del ejercicio del poder, el presidente y su corte revictimizaron a los desaparecidos y, repitiendo las palabras de Calderón y Peña Nieto, los acusaron de desaparecer por voluntad propia.
Terminar el gobierno con la conmemoración del décimo aniversario de Ayotzinapa sintetiza muy bien la administración de López Obrador: en medio de la autocomplacencia y de los desplantes de poder más inverosímiles está el caso de los 43 como un moscardón en el centro del plato de sopa. Los obradoristas están preparados para el festín -un festín que sienten merecer tras años de lucha- y listos para devorarse al fin el país entero. Confunden la invitación a presidir la mesa con la propiedad del banquete, la mayoría con la univocidad, la parte con el todo, porque lo quieren todo y en ese quererlo todo, la memoria estorba como un moscardón. Otra vez el incómodo moscardón, ese que, decía Javier Restrepo, zumba en los oídos por los principios traicionados, que resuena en la límpida conciencia del poderoso que ha dejado de escuchar.
No, no solo nos faltan 43. Nos faltan 50 mil personas más desaparecidas y no localizadas durante el gobierno de López Obrador, una cada hora. Nos faltan 60 mil personas más desaparecidas en gobiernos anteriores. Nos falta una sociedad comprometida y solidaria con las víctimas y sus familiares. Nos faltan gobiernos con tantita madre y una ética del poder. Cómo hace falta el zumbido incómodo del moscardón.