Un parque muy emblemático de Torreón es al que llamamos La Plaza del Eco. En el centro de ese lugar hay una estructura semiesférica hueca. Quien se adentra debajo de la media naranja escuchará con sorpresa que los sonidos producidos ahí, rebotan y se oyen repetidamente por unos segundos. A este fenómeno le llamamos eco, y al lugar, por una natural derivación, los laguneros le llamamos La Plaza del Eco.
La palabra Eco proviene de un vocablo griego muy semejante a la voz española, y como sucede con muchas palabras de nuestro idioma, la recibimos a través de un vocablo latino, en esta ocasión de la palabra echo, que se pronuncia igual que en español. En griego y en latín sendas voces corresponden al fenómeno que le he descrito líneas arriba. Esta palabra ha permanecido casi invariable durante cerca de tres mil años.
Pero los griegos, muy dados a representar el mundo a través de mitologías, compusieron una historia relacionada con el eco, y dijeron que así se llamaba una ninfa, o sea, una de esas chicas hermosas que poblaban los bosques y eran perseguidas por los sátiros, entes extraños con torso de joven humano, pero que tenían el vientre y las piernas de macho cabrío, lo que significa que estaban siempre ávidos de actividad sexual.
Zeus, el más importante de los dioses, era un varón muy rijoso, y se acostaba con cuanta mujer estuviera a su alcance, mortal o inmortal. Hera, su esposa, lo perseguía para espiarlo y evitar que hiciera obra de varón con la primera que encontrara.
Para enamorar a otras ninfas, Zeus consiguió la complicidad de Eco, y le pidió que entretuviera a Era para seguir dándole vuelo a la hilacha con alguna de las hermosas pobladoras del bosque. Así lo hizo Eco y le sacaba plática a Hera. Eco debió haber sido muy buena para la conversación, pues la consorte del rey del Olimpo se quedaba con ella echándose el chal y descuidaba a Zeus, quien aprovechaba la ocasión para convivir con alguna hermosa ninfa.
Pero sucedió que la esposa de Zeus se dio cuenta del engaño cometido por Eco, y le echó una maldición: su capacidad de conversación quedaría anulada y solo podría repetir lo último que le dijera su interlocutor, así Eco quedó casi muda, y de tristeza se recluyó en una cueva, donde devolvía a quienes entraban, los últimos sonidos que habían emitido.
Por otro lado, Narciso era un hermosísimo joven del que todas las mujeres se enamoraban, ninfas incluidas. Este bello mancebo, que andaba siempre en las nubes, vivía ensimismado y no entablaba conversación con nadie, se acercó a la cueva de Eco y sin darse cuenta, se dejó ver por ella. Eco, al igual que todas las féminas, se enamoró de Narcisito, pero el galán la rechazó con toda la frialdad del mundo. Eco se quedó más triste aun y se murió adentro de su cueva. Desde entonces, ahí permanecen sus huesos convertidos en la pared de la caverna, y siguen repitiendo los últimos sonidos que emiten los visitantes de la gruta. Lo mismo sucede en todas las demás cuevas del mundo: ahí está Eco, regresando las sílabas finales de lo que la gente dice.
Pero todo en la vida se paga, dicen los sabios, y Narciso fue encantado por la diosa Némesis, quien, luego de que se enteró de la tragedia que le pasó a Eco, se vengó a nombre de ella contra el ególatra Narciso y le hizo un encantamiento para que tuviera una sed muy intensa. En esas condiciones fue a un lago a tomar agua. Ahí se inclinó para beber, y cuando vio su bello rostro en la superficie del lago, se enamoró de sí mismo y quiso abrazarse, pero murió en el intento, pues se ahogó en las aguas profundas que le sirvieron de espejo.
Ahí están los huesos de la ninfa Eco, bajo el domo en la Plaza del Eco, recordándonos el amor que le tuvo a Narciso y la tristeza causada por el rechazo de tan narcisista sujeto.
