En agosto de 2014, Ruth Castro decidió emprender un proyecto que marcaría su vida para siempre: la fundación de una librería independiente en Torreón. El lugar recibió el nombre de El Astillero, como aquella novela del autor uruguayo Juan Carlos Onetti. El objetivo no sólo era vender libros, sino generar todo un registro de actividades como círculos de lectura, presentaciones de libros, talleres e incluso trabajos de edición. Desde entonces ha pasado una década.
Castro tiene un lazo con las librerías desde muy joven. A los 16 años trabajó en la Librería Astraleph. Luego se trasladó a Xalapa, Veracruz, donde se licenció en Letras por la Universidad Veracruzana. Allá también trabajó en varias librerías. Al regresar a Torreón, dirigió la Librería del Fondo de Cultura Económica (LFCE), que se ubicaba a un costado del Teatro Isauro Martínez de Torreón.
Esos años de experiencia le permitieron a Castro hacerse de contactos: proveedores, editores, incluso autores. Cuando dejó la LFCE y pese a que no tenía planeado trabajar en otra librería, la misma gente le pedía asistir a ferias del libro o solicitaban sus servicios en las presentaciones que se realizaban en la ciudad. Entonces tuvo la idea de gestar el proyecto de El Astillero, acompañándose de alumnos (entonces daba clases de literatura) y amigos.
Castro recuerda que si bien iniciar el proyecto fue complicado, reconoce que tuvo muy buen recibimiento. Recuerda que la inauguración, en el primer local que tuvo la librería sobre la avenida Morelos, contó con abundante asistencia y gran entusiasmo. Había personas de todas las edades, familias y vecinos del Centro de Torreón.
“Las dificultades fueron muchas, pero una de ellas fue mantener una propuesta literaria constante y novedosa. No siempre nos surtían a tiempo. No todo el tiempo tenía todo el dinero para seguir invirtiendo. Eso costó tiempo”.
Otro desafío ocurrió en 2015. Castro y otros colaboradores decidieron rentar el local adjunto a la librería y poner ahí una cafetería, a la que llamaron Caracol. Pero ese mismo año la avenida Morelos fue cerrada para hacerla semipeatonal con la construcción del Paseo Morelos. Las obras, que en un principio se supone durarían pocos meses, se extendieron a más de un año, afectando a los negocios de la Morelos, reduciendo el flujo de gente y, por ende, de ventas.
La librería sobrevivió, pero la cafetería cerró y entonces El Astillero se trasladó al local del Caracol, que además contaba con un salón idóneo para dar talleres. Pero hubo luz en el camino, la librería comenzó a usar la zona peatonal de la Morelos para realizar charlas y presentaciones de libros.
“Fue recuperarse de ese año (cuando cerraron la Morelos), donde tienes que seguir pagando todo: empleados, renta, tus proveedores, todo. Nos costó unos años recuperarnos. Y había una cierta ingenuidad de mi parte, de decir: ‘Bueno, ya pasó lo más difícil. Ahora sigue tener una librería normal’. Y después aprendí que nunca se tiene una librería de manera normal”.
Hoy, tras un breve paso por la virtualidad, El Astillero encontró una nueva ubicación en una vieja casona de la avenida Juárez, inmueble que alguna vez albergó a la presidencia municipal. Cabe señalar que ya no es la única librería independiente de la ciudad, en los últimos años han surgido nuevos proyectos que abogan por la promoción y difusión de la lectura desde la misma ciudadanía. Entusiasmo hay mucho, pero se debe tener ímpetu y disciplina para sostener un proyecto de estas características.
“Las librerías independientes (en España les llaman librerías de barrio), principalmente tienen una oferta o una propuesta de lectura particular. Es decir, nosotros nos basamos en libros de arte, de literatura y de humanidades. También le damos mucha importancia a la literatura infantil y juvenil […] Tiene muchos retos y no sólo es en lo económico, uno tiene que acostumbrarse a ser todo el tiempo creativo para atraer a la gente”.
Castro indica que incluso los dos años de pandemia por Covid-19 dejaron algo bueno, pues en los últimos dos años ha existido un auge en los círculos de lectura. En la actualidad, El Astillero cuenta con tres de estos círculos más un taller de escritura. En estos espacios, el feminismo ha sido un tema clave, pues uno de los círculos incluso es exclusivo para mujeres y aborda la literatura de diversas autoras.
“De mis intereses principales ha sido leer más mujeres cada vez y tener estos círculos de lecturas donde leemos lo que las mujeres escriben. Y esto simplemente como revancha histórica de que los programas escolares, hasta la fecha, siguen habiendo 99 por ciento autores y una autora que es Sor Juana Inés de la Cruz. Entonces, todas esas autoras que no se mencionan, que todavía no están en las currículas escolares, tomarlas, presentarlas y recomendarlas, ha sido uno de mis intereses de todos estos años”.
Ruth Castro también celebra que, contrario a lo que se podría pensar, más de la mitad de su clientela sean jóvenes, pues son ellos quienes en gran medida han mantenido vivo el proyecto. Finalmente, quiso agradecer a los libreros, gestores culturales, talleristas y escritores que han pasado por El Astillero en estos 10 años.
“De los colaboradores que me comentabas quisiera mencionar a los actuales: Paty Mitre (socia), Dibheni Jiménez, Faviola Jiménez (de la sala de lectura infantil) y Federico Saldaña. Del espacio anterior y los años anteriores: Edgar González, Aleida Belem Salazar, Fernando de la Vara y Caleb Landaverde. A los socios del café y foro cultural Caracol: Érika Soto, Walter Salazar y Germán Cravioto. Ellos fueron parte, más todos los que han colaborado como empleados, talleristas, autores, autoras, amigos y clientes de El Astillero”, finalizó.
Ruth Castro, fundadora de El Astillero. Imagen: Verónica Rivera.
