Once personas en situación de calle ubicó este diario en el primer cuadro de la ciudad (Daniela Cervantes)
El Buen Fin arrancó. Inspirado en el modelo estadounidense del Black Friday, se ha posicionado como uno de los eventos de consumo más esperados en México. Su finalidad, según sus promotores, es incentivar la economía a través de atractivos descuentos en una variedad de productos y servicios. Sin embargo, detrás del brillo de los escaparates y las llamativas promociones, este evento también puede dejar al descubierto profundas desigualdades socioeconómicas.
Son cerca de las 11 de la mañana y un convoy de seguridad desfila por la calle Hidalgo en Torreón. Se trata del operativo del Buen Fin de la Policía Municipal, que desplegará, según informó este diario, 700 elementos de seguridad para salvaguardar el bienestar de la ciudadanía durante la jornada de ofertas que concluirá hasta el próximo lunes 18 de noviembre.
“Escuché por la televisión que el operativo iba a arrancar desde hoy (ayer). A la gente que ya les dieron dinero les advirtieron que no lo saquen en la calle porque hay muchos rateros y fraudes”, me dice Gerardo, un señor de 72 años de edad que se detiene a observar el despliegue de elementos que va sonando la sirenas a su paso.
Él no cree eso de que se aplique tanto descuento.
“Una vez pregunté a un empleado de Walmart ‘¿oye y sí baja de precio? Y me dijo: nombre, no baja mucho, es puro cuento’. Lo hacen para que la gente caiga”, me informa.
Aun así, dice, tal vez vea en estos días sí puede comprarse una pantalla plana, no sabe si la va a completar, por eso igual, me expresa, sólo la apartaría. Trabaja como cerillo y adquirirla, él bien lo sabe: sería un sacrificio.
Sigo avanzando por la Hidalgo. Encuentro anuncios de descuentos por todos lados, pero siento que no saturan la vista como en otros años. Sí hay movimiento, pero no tanto.
Veo que la gente va como otros días, no percibo euforia por las anunciadas ofertas. Incluso, noto que brincando la calle Ramos Arizpe, rumbo a La Alianza, la publicidad del Buen Fin se desdibuja, y justo por esa zona encuentro, dentro de un localito, a Juan José vendiendo churros de azúcar. Dice que un señor lo contrató hace como cinco semanas, y le paga según lo que venda.
Le pregunto sobre el Buen Fin, y que si lo aprovecha. “No, ¿cómo? Si vivo al día”. Sí está informado de que se trata de una fecha en la que hay ofertas donde se pueden comprar refrigeradores, televisores, o colchones a bajo precio, pero aunque trabaja todos los días en el puesto de churros y en la noche vendiendo comida, me dice, él nunca ha podido comprar nada de eso.
Por eso pienso: El Buen Fin no es para todos. Gerardo y Juan José tienen sus empleos y subsisten, pero aparte, hay otra parte de la población que viven una vida ajena a las dinámicas del consumo, atrapadas en un círculo de desigualdad y abandono social: las personas en situación de calle.
Me cruzo con al menos 11 durante el recorrido que doy por el centro de Torreón. Se trata de una parte considerable de la población que no sólo no participa en este ejercicio económico que, como ya se mencionó está inspirado en Estados Unidos, sino que permanece al margen de los beneficios de un sistema que prioriza el consumo como motor de desarrollo.
CENTRO DE TORREÓN: ZONA DE INDIGENCIA
Once personas en situación de calle ubicó este diario en el primer cuadro de la ciudad, lo cual, resulta una imagen contrastante, debido a que, es evidente, ellos y ellas enfrentan una lucha diaria por subsistir, donde el acceso a alimentos, abrigo y salud básica está muy lejos de las “gangas” que actualmente están publicitadas en las tiendas por donde deambulan pidiendo caridad.
Entonces, mientras veo a un hombre esculcando la basura, a otro tomando de una botella que levantó del suelo, a uno más caminando con un bastón suplicando un peso, y también a una mujer tirada afuera de una pizzería con las ropas desgastadas, pienso, no, El Buen Fin no es para todos.
Esta exclusión no es accidental, sino estructural.
Vivimos en un sistema que privilegia al consumidor como eje de la economía, dejando de lado a quienes no pueden cumplir este rol. Así, el Buen Fin no es un fenómeno meramente comercial; es también un recordatorio de la desconexión entre las políticas económicas y las necesidades más urgentes de los sectores vulnerables.
El ejercicio es simple: sólo hay que agudizar la mirada para percibir a todos esos hombres y mujeres, que, cabe mencionar, no son pocos, plantados en el primer cuadro de la ciudad suplicando caridad para llevarse algo a la boca, para entender, que no, el Buen Fin no es para todos.