El primer debate presidencial del actual proceso electoral en Estados Unidos dejó a los demócratas en pánico y a los republicanos trumpistas complacidos. Si nos quedamos en esta dicotomía de visiones, no podremos ver lo que está ocurriendo con la democracia estadounidense. El espectáculo del jueves por la noche fue grotesco. De un lado, un presidente en busca de la reelección que perdió el hilo de su discurso varias veces, que se confundió con sus propias cifras y que profirió insultos pueriles a su oponente. Del otro lado, un expresidente convicto que quiere recuperar el poder y que hizo uso de sus recursos retóricos de siempre: mentira, descalificación y megalomanía. Es probablemente el debate más deprimente de la historia reciente de EUA. Pero tratemos de ir más allá de lo anecdótico y analizar qué significa que el otrora país modelo de la democracia liberal se encuentre sumido en una verdadera crisis política.
La democracia liberal es un sistema político en el que el poder reside en el pueblo, el cual elige a sus líderes a través de un proceso de elecciones libres y justas por medio del sufragio universal de los ciudadanos. Una característica básica de este sistema es la protección de los derechos y libertades individuales, la aplicación universal del estado de derecho y la separación de poderes. El gobierno es representativo, y sus funcionarios deben rendir cuentas a los ciudadanos, quienes tienen la capacidad de elegir nuevos representantes en elecciones periódicas. Los contrapesos sociales e institucionales y la rendición de cuentas del gobierno frente a los ciudadanos son condiciones sine qua non para que exista una democracia liberal sana y funcional. Y la base para la existencia de dichas condiciones es el respeto de los representantes políticos hacia las facultades soberanas de los ciudadanos.
Por convención generalista, el "mundo occidental" ampliado se asocia con la democracia liberal al grado de usar este concepto como un rasgo característico. Se suele asumir que Occidente es liberal y democrático para colocarlo enfrente de otros "mundos" en donde prevalecen regímenes de otro tipo. La realidad es que la democracia liberal no es igual en todos los países occidentales y, además, existen estados liberales y democráticos fuera del llamado Occidente. Más aún. Existen claras señales de que la democracia liberal enfrenta diferentes grados de retroceso.
Desde 2006, la Unidad de Inteligencia de la revista británica The Economist publica el Índice de Democracia Global (IDG). La edición más reciente, de 2023, muestra los peores datos en los 17 años del índice. Sólo 24 de los 167 países son considerados democracias plenas, lo que representa el 8 % de la población mundial. Los atributos de una democracia plena coinciden con los de una democracia liberal. Un total de 59 países son calificados como regímenes autoritarios, en los cuales vive el 39 % de la población mundial. El resto de los habitantes, 53 %, vive en democracias deficientes o regímenes híbridos. Los retrocesos más importantes se observan en América Latina y el Caribe, Oriente Medio y el Norte de África, pero incluso EUA aparece ahora como una democracia deficiente.
Los defensores de la democracia liberal la asumen como el "menos peor" de los sistemas políticos posibles y la han convertido en sinónimo de democracia. No obstante, hay democracias de otro corte, por ejemplo, la popular, que practica China, o la iliberal, que ejerce Rusia. Para Occidente, estos países son autoritarios. Además, existe la tendencia a considerar la democracia liberal como un evangelio que hay que esparcir por todo el mundo, el cual, tarde o temprano, deberá democratizarse por completo. Esta visión parte de la idea de que las sociedades democráticas liberales son más avanzadas que las no democráticas, y que existe un destino manifiesto de libertad a la usanza occidental al que se llegará de forma gradual y progresiva. Pero la historia es mucho más compleja.
Se toma como punto de partida de la democracia a la Antigua Grecia, pero lo que se vivió en la Atenas de los siglos V y IV a. C. de forma extraordinaria tiene poco que ver con los sistemas democráticos actuales. Para la democracia liberal, se establecen como hitos fundacionales la revolución de Independencia de EUA y la Revolución Francesa hace dos siglos y medio. La historia nos permite observar varios hechos. La democracia ha sido la excepción y no la regla en el devenir del mundo. El sistema democrático liberal es bastante joven comparado con la civilización. La democracia, liberal o no, puede retroceder o desaparecer. Y el retroceso o desaparición del sistema político depende de la vigencia del pacto social que lo sustenta. Porque si hay algo que comparten la democracia ateniense y la liberal es que ambas se basan en un pacto entre las élites y los ciudadanos menos pudientes.
Las democracias liberales actuales son un subproducto de la hegemonía estadounidense que se forjó durante el siglo XX. Para vencer a los regímenes totalitarios, los aliados occidentales construyeron un sistema político basado en un acuerdo tripartita entre los dueños del capital, la cúpula política y la base trabajadora. Este pacto funcionó hasta los años 80, cuando comenzaron a operarse cambios en beneficio, primero, de los dueños del capital y, después, de la cúpula política. Bajo la promesa de liberar al capital de las ataduras regulatorias y superar la crisis de rentabilidad que se manifestó durante los años 70, el neoliberalismo alteró el pacto social que sustentaba a las democracias liberales. La base trabajadora vio perder sus beneficios lo cual, a la postre, se tradujo en una caída de la confianza en las instituciones democráticas y el resurgimiento de los populismos de izquierda y extrema derecha que aprovechan y alimentan la polarización social.
A la par, comenzó a observarse un repliegue de la hegemonía estadounidense, el paraguas de la democracia liberal. Y la razón de dicho repliegue se conecta también con el neoliberalismo. En aras de encontrar nuevos territorios donde el capital global pudiera ser más rentable, se integró a países de tradición no liberal en el mercado mundial. China, el más claro ejemplo de ello, vio crecer exponencialmente su economía gracias a esa integración, mientras su régimen de partido único se fortaleció al grado de representar hoy el principal desafío de EUA. La pérdida de confianza en la democracia liberal por parte de las bases trabajadoras tiene un reflejo en la pérdida de confianza en el liderazgo estadounidense. El sistema en su conjunto se encuentra desencajado. Y un sistema desencajado produce políticos ídem. Los Trump y Biden del debate de la semana pasada sólo son el signo más visible del naufragio de la democracia liberal.
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