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El nuevo ring

JUAN VILLORO

Donald Trump y Don King han amasado fortunas, ejercen liderazgo a base de demagogia y han convertido su desorden capilar en marca registrada.

No es casual que el promotor de boxeo respalde con entusiasmo al político republicano. De acuerdo con AP VoteCast, Trump llegó a la Presidencia gracias al voto blanco, pero también al creciente apoyo de ciertas minorías: tres de cada diez afroamericanos menores de 45 años votaron por él en 2024, casi el doble que en 2020. Don King contribuyó a este desplazamiento sutil pero significativo.

He visto al icónico promotor en dos ocasiones. El 20 de febrero de 1993, el Estadio Azteca fue escenario de la pelea más concurrida de la historia: Greg Haugen vs. Julio César Chávez, ante 132 mil 247 espectadores. Cubrí la contienda para la revista Macrópolis y asistí a la fiesta posterior en honor de Chávez. Con la ostentación de quien domina una economía paralela, King entregó al campeón superligero un rollo de billetes de dólares atado con una liga.

Un año más tarde yo daba clases en Yale y King impartió una conferencia sobre los derechos civiles. Numerosos alumnos llegaron al auditorio con el pelo peinado hacia arriba en alusión a la figura que había convertido el boxeo en espectáculo planetario. King habló con su habitual caos retórico, en el que no faltan citas de Camus o Schopenhauer, pero dejó claro su apoyo a las minorías desfavorecidas.

Estas escenas exhiben las dos caras de King: el promotor que salda cuentas tras bambalinas y el proselitista de causas igualitarias.

En su paradójica trayectoria, King llegó al boxeo después de haber matado a dos personas. La primera fue Hillary Brown, que en 1954 trató de robar en el local donde él promovía juegos de apuesta; la segunda, Sam Garret, que le debía 600 dólares. Detenido en 1966, pasó cuatro años en prisión. Salió de ahí reconvertido y organizó un acto de beneficencia con Muhammad Ali. El boxeador se impresionó con su carisma y le propuso que fuera su representante.

Las ambivalentes gestiones de King llegaron a un clímax en 1974 con Rumble in the Jungle, el combate entre Foreman y Ali en Kinshasa, Zaire, que se promovió como el "regreso a las raíces" de dos grandes atletas afroamericanos bajo el patrocinio, menos publicitado, del dictador Mobutu Sese Seko. Norman Mailer cubrió el acontecimiento en su libro El combate, pieza clásica del periodismo narrativo. Ahí describe la teatralidad desatada por King: "Los campeones eran grandes embusteros... De ahí que sus personalidades se convirtieran en obras maestras del ocultamiento".

El promotor dominó la sociedad del espectáculo sirviéndose de cobros y pagos oscuros y una publicidad engañosa. En 2018 revisó su carrera en la revista Der Spiegel: "Nuestro principal negocio era mentir", confesó: "El promotor debía ser como San Juan Bautista, anunciaba a alguien sobrehumano. ¡Convertí a Mike Tyson en el 'peor hombre del mundo'!".

Cuando el entrevistador alemán Malte Müller-Michaelis le preguntó si veía en Trump facultades como las suyas, reviró: "Ustedes tuvieron uno mejor: Joseph Goebbels".

Siempre contradictorio y siempre mediático, King fue amigo de Nelson Mandela y fraguó un lema que anticipaba a Trump: Only in America. Llegaba a las peleas en el extranjero con una bandera de Estados Unidos y otra que representaba su amor de ocasión al país sede.

Gracias a Ramón Márquez, leyenda del periodismo deportivo, conocí a José Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo. Ante el inevitable tema de su trato con King, don José dijo en forma reveladora: "Fui réferi de boxeo". El promotor daba golpes bajos pero no podía ser descalificado.

A los 93 años, King vive en Florida y sigue al frente de una oficina donde tres Rolls Royce juntan polvo. Ya no es el sultán de los golpes y se refiere a su declive de este modo: "Ahora hay que decir la verdad". El box opera con controles más rígidos.

La mayor leyenda del ring side elogia a Trump como si fuera un pugilista: "Es incontrolable, no lo pueden comprar". Por su parte, el reverendo Al Sharpton, apoyador de los derechos civiles, comenta: "Si Trump fuera negro, sería Don King".

En cierta forma, el presidente electo de Estados Unidos es Don King. La narrativa que antes servía para promover a los titanes del cuadrilátero se ha desplazado a una arena sin supervisión, la política, donde el engaño es más poderoso que un gancho al hígado.

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