Los comicios del 2 de junio próximo constituyen la primera prueba para Manolo Jiménez como jefe del PRI. Morena y el PT ganaron en 2018 la elección presidencial, las dos senadurías de mayoría y tres de siete diputaciones. A escala local, el PRI obtuvo 18 alcaldías; el PAN, 11; y Morena y Unidad Democrática de Coahuila, cuatro cada uno. El priismo gobierna actualmente 25 municipios, Morena, ocho, y el PAN, cuatro. Jiménez decidirá las candidaturas para alcaldes y legisladores, lo cual le permitirá preparar el tablero para futuros movimientos. El responsable de conducir el proceso es Carlos Robles Loustaunau, político de carrera quien sustituyó al riquelmista Rodrigo Fuentes en la presidencia del CDE.
La elección presidencial es la más difícil, pues Xóchitl Gálvez, candidata del frente PAN-PRI-PRD, no ha logrado revertir la percepción ciudadana ni las encuestas, favorables a Claudia Sheinbaum, de la coalición Morena-PT-Verde. Si la tendencia se mantiene, Gálvez podría lastrar a los candidatos a diputados y senadores del bloque opositor e incluso a los aspirantes a presidentes municipales. Máxime si el PRI, primera fuerza electoral en el estado, se divide y postula perfiles débiles. La reelección de alcaldes, en algunos casos, conjuraría ese riesgo.
A escala nacional, el PRI afronta su peor momento. El tándem de Alejandro Moreno y Rubén Moreira es el responsable de una crisis insalvable. La fuga de militantes y cuadros es incesante. Bajo la dirección de los exgobernadores de Campeche y Coahuila, el partido tricolor lo ha perdido casi todo. De ser por el triunfo de Jiménez, el dinosaurio ya habría sido sepultado. Morena gobierna la mayoría de las entidades (23), entre ellas las de más peso electoral (Estado de México, Ciudad de México y Veracruz). El reto del gobernador consiste en aislar las elecciones de alcaldes, diputados y senadores de la presidencial. La tarea es compleja, pues en los procesos concurrentes de 2018 el voto en cascada por Morena le permitió ganar la mayoría en el Congreso, el Senado y las gubernaturas en juego.
En Coahuila no se vislumbra por ahora un voto de castigo para el PRI, pese al moreirazo. No porque el agravio se haya olvidado, sino porque el impacto de la deuda y sus secuelas no han sido debidamente dimensionados. El Sistema Estatal Anticorrupción lo controla el clan. Al PRI le ayuda el liderazgo de Jiménez y el hecho de que el exgobernador Miguel Riquelme haya conciliado el estado en vez de generar conflictos como hicieron los Moreira. La relación de Riquelme con Moreira II la erosionaron los celos por la proyección del lagunero, quien podría ganar la carrera por la senaduría.
Por ahora, el mayor activo de Jiménez está en las urnas. Los 765 mil votos alcanzados en coalición con el PAN y el PRD representan un caudal nada desdeñable. El desafío radica en conservar el mismo nivel de apoyo ciudadano dentro de seis meses o al menos no sufrir una merma de consideración. El ánimo, las obras y las acciones del primer medio año de su administración, el previo a las elecciones federales y estatales, pueden ayudar. Sobre todo, si logra negociar con los bancos una reducción del capital de deuda, la cual excede todavía los 36 mil millones de pesos. Aun así, la competencia electoral será enorme. Como último baluarte del PRI en el país, Coahuila está en el punto de mira de Morena. Si Jiménez pasa esta prueba, podría superar otras, pues no será la primera ni la última.