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En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Donald Trump fue declarado culpable; 34 veces escuchó el veredicto: guilty. Es, oficialmente, un criminal. No puede votar, no puede portar un arma, que en su país equivale a ser un apestado. Si puede, sin embargo, ser candidato a la presidencia de la república y regresar a la Casa Blanca. La sentencia no está decidida aún. El juez lo puede mandar a la cárcel o permitirle seguir en libertad pagando una fianza y yendo a firmar cada semana a la prisión. Trump tiene otros cuatro juicios abiertos por diferentes causas y aún así la gran pregunta sigue siendo si esto le ayuda o le pesa de cara a la campaña, si los estadounidenses, que ya votaron por él una vez y otra en su contra, están dispuestos a llevar a un criminal a La Casa Blanca.

Cuando, contra todo pronóstico, Trump fue electo presidente en 2016, los estadounidenses vieron en él a un nacionalista disruptivo al mismo tiempo que un empresario exitoso. El magnate neoyorkino -que tiene un edificio con su nombre en la Quinta Avenida de Manhattan como gran homenaje a su ego- rompió hace ocho años los esquemas de un anquilosado partido republicano y derrotó a la mujer más fuerte del establishment político de aquellos años: Hillary Clinton.

Hay quienes festejan desde ya la caída del tigre y consideran que este es el empujón que se requería para descarrilar a Trump de la campaña presidencial. En un país donde mentir a la autoridad es el equivalente a traicionar la confianza y el delito socialmente más castigado, pareciera una contradicción que un candidato que ha sido encontrado culpable de falsificar documentos para encubrir pagos a una actriz porno tenga alguna posibilidad de competir por la presidencia. Es claro que los votantes duros del trumpismo seguirán aferrados al discurso populista y la diatriba xenófoba que representa. Lo que no está tan claro es que el votante republicano tradicional, moralista, cristiano, conservador y orgulloso de esa forma de ser estadounidense, que tiene en su sistema de justicia uno de sus valores fundamentales, esté dispuesto a votar por un criminal sentenciado.

Donald Trump está herido, pero nadie puede darlo por muerto. Difícilmente el sistema de justicia le va a dar la estocada final antes del 5 de noviembre. El juez podría enviarlo a prisión en julio, lo cual sería otro tremendo golpe, sin embargo, está claro que el republicano apelará la sentencia. La campaña la hará, pues, desde la victimización, no desde la prisión. Será un antisistema de derecha, cada día más radical y en contra de las instituciones a las que perseguirá porque él es un perseguido por ellas.

La apuesta demócrata, con un aburrido y desorientado Joe Biden como candidato, no parece ser otra que esperar a que Trump se venga abajo atrapado en su propia telaraña criminal. La sentencia de ayer es un paso importante; lejos está de ser definitiva.

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