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Escape de X

Jorge Volpi

Un meme antisemita. Una nueva y enrevesada teoría de la conspiración. Un chiste transfóbico. Un hilo sesgado y mendaz contra Kamala Harris. Una noticia falsa tras otra. Y, a continuación, una andanada de muestras de apoyo a Donald Trump. Nada que antes no fuera bastante habitual en Twitter, pero hoy basta abrir X para verse sometido a las inagotables baladronadas de su dueño. Desde que, en una operación tan desaseada como cínica, el hombre más rico del mundo se apoderó de la plataforma, todo lo que ya estaba mal en ella no ha hecho sino empeorar. De aparentar ser una arena pública abierta a todas las voces -aunque en realidad nunca lo fuera-, se ha convertido en una peligrosa caja de resonancia para la propaganda populista, ultraderechista, tecnofascista y transfóbica de un solo hombre: Elon Musk mismo.

Como cuenta Ben Mezrich en Breaking Twitter (2023), la toma hostil de Twitter quizás no quebrara a la red social, pero sí a su nuevo propietario, quien desde entonces ha revelado su faceta más inestable, atrabiliaria, incendiaria, tozuda y pueril. Características de personalidad que se han vuelto aún más acusadas desde el fallido atentado contra Trump de hace unas semanas, como si hubiese sido el disparo de salida que al fin le permitió a Musk mostrar su verdadero yo, hasta entonces disimulado tras su aparente empeño por defender a toda costa la libertad de expresión: la promesa que, en sus propias palabras, lo llevó en primer término a fijar la mirada en Twitter (y, al cabo, a reintegrarle su cuenta a Trump).

El diseño original de la plataforma ya había contribuido drásticamente a fijar los términos del debate en nuestro tiempo. Para empezar, se trataba, insisto, de una obscena simulación: una empresa privada, cuyo único objetivo siempre consistió en enriquecer a sus dueños a nuestra costa, disfrazada de espacio público. Sus ciento cuarenta caracteres originales -luego ampliados- privilegiaban la ocurrencia intempestiva o los destellos de ingenio o de vileza y eludían en cambio cualquier búsqueda de profundidad o de matices; la posibilidad de crear cuentas anónimas alimentaba la violencia enmascarada, lo mismo que la puesta en marcha de estrategias automatizadas -granjas de bots- destinadas a la venganza personal, la represión o la desinformación. Su objetivo nunca fue alentar el diálogo o el intercambio de ideas, sino que los mensajes más divertidos, maliciosos o altisonantes se volviesen virales.

Igual que las otras grandes plataformas -Meta, Amazon o Alphabet en primer lugar-, X representa la quintaesencia del nuevo modelo económico que rige nuestra época y que ha terminado por suplantar al capitalismo: ese tecnofeudalismo, en palabras de Yanis Varoufakis, en el que han desaparecido tanto los beneficios como los mercados y cualquier asomo, por tanto, de libertad individual. Como en la Edad Media, hoy los ciudadanos nos hemos convertido en empleados sin sueldo de las grandes plataformas -los nuevos señores feudales-, para las que trabajamos de forma enloquecida y a quienes les entregamos lo más valioso que nos queda: ya no nuestra fuerza de trabajo, como en el capitalismo clásico, sino la información más detallada posible sobre quiénes somos, qué hacemos, qué nos gusta o disgusta y, sobre todo, que aspiramos a poseer. Con todos estos datos, los dueños de las grandes corporaciones tecnológicas, que sobrepasan por mucho las fronteras nacionales, se hacen infinitamente ricos a nuestras costillas.

Si de por sí es desasosegante habernos convertido en jornaleros voluntarios del capitalismo de vigilancia -para usar ahora el término de Shoshana Zuboff-, debería serlo aún más trabajar a destajo y sin sueldo para alguien como Elon Musk. Cada vez que entramos a X, que damos un like o replicamos un meme, nos arrodillamos ante él y lo volvemos aún más rico y poderoso, mientras él nos insulta y nos desprecia. Tenemos que encontrar una forma de decir basta. Una manera de escapar de X y de imaginar y construir un nuevo espacio público que en realidad lo sea. No podemos resignarnos a seguir siendo los dóciles siervos de un reyezuelo zafio y megalómano.

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