Eso se oye en nuestras ciudades
Con sus matices, las historias vinculadas con lo sobrenatural esencialmente son las mismas en todas las ciudades. ¿Quién no ha escuchado la historia de una joven mujer vestida de blanco que algunos automovilistas se encuentran en su trayecto de Gómez Palacio a Torreón a altas horas de la noche? Al verla tratan de evadirla y, cuando parece que lo han logrado, se dan cuenta aterrorizados que la espectral dama va sentada en el asiento trasero. En la Comarca Lagunera, esa historia es conocida como la del fantasma del kilómetro 1140, pues se dice que en ese conocido paso a desnivel es donde se aparece con mayor frecuencia.
En otras ciudades, el supuesto espectro parece corresponder a una anciana que pide la caridad de ser transportada porque perdió el último autobús. Un inmaduro automovilista finge estar dispuesto a ayudarla, pero tan pronto la anciana se acerca para subir al coche, el tipejo acelera para alejarse. Con ganas de burlarse, mira por el espejo retrovisor suponiendo que la ha dejado muy atrás y se lleva el susto de su vida al descubrirla a bordo.
Se dice que en las madrugadas, cada vez que una persona fallece en la Clínica 16 del IMSS Torreón, suena uno de los teléfonos públicos ubicados en su exterior. Y si acaso alguien se atreve a tomar a esas horas el auricular escuchará el nombre de alguno de sus familiares que ha de morir pronto, sin importar lo sano que se encuentre. No conviene contestar, porque eso implica condenar a muerte a un ser querido.
Personal de enfermería que ha sido vencido por el sueño durante su turno, al retomar sus actividades se encuentra con que los enfermos reportan haber sido atendidos por una monja en verdad amable. Entre el personal nadie se ajusta a esa descripción, después se descubre que varios años atrás hubo una hermana religiosa con esas características. Ella lleva muchos años de muerta, pero varias personas reportan haberla visto haciendo rondas. En Torreón, esa historia ha tenido fuerza especial en el Hospital Universitario de Torreón, pero en el Hospital Civil de Guadalajara se conoce hasta su nombre: Sor Manuela Lozano Mendoza.
Reiteradas son la historias de taxistas que muy de noche son abordados por personajes que piden ser transportados a cementerios o a templos con columbarios. Sabiendo que a tales horas estos lugares se encuentran cerrados, acceden sólo a prestar el servicio a cambio de una paga en verdad generosa y por adelantado. No obstante, ese dinero no evita el mayúsculo susto que sufren al constatar que han transportado seres fantasmales.
La historia del ciclista atropellado también está muy arraigada en la región. Cafres al volante han recibido la lección de sus vidas. La experiencia típica es así: un prepotente conductor va de noche manejando a exceso de velocidad, cuando súbitamente aparece en su camino un señor en bicicleta al que atropella. Seguro de haberlo matado y temeroso de ser encarcelado, emprende la huida. Ya en su domicilio, al revisar su vehículo, no encuentra señales del impacto, aunque este ciertamente fue brutal. Después de una noche de medroso insomnio se apura a revisar los periódicos. Extrañamente, no viene nada sobre el atropellamiento. Sin embargo, el intenso sentimiento de culpa y la abrumadora sensación de haber vivido una experiencia sobrenatural le hace modificar de por vida su forma de conducir.
Muy mencionada es la historia de una fatua jovencita que, en una discoteca de Lerdo, respondió despectiva a un muchacho que la invitó a bailar ante numerosos testigos: “¿Bailar contigo? Preferiría bailar con el diablo”. Después de un rato, apareció un apuesto y elegante joven que también la invitó a bailar. En este caso ella accedió con gusto y hasta se sintió en las nubes cuando bailó una pieza abrazada a su recién conocido príncipe azul. Al recargar su cabeza en el hombro del galán, vio que este, en lugar de pies, tenía una pata de gallo y otra de cabra. Se dice que esa impresión le provocó la muerte. No obstante, antes de morir, la muchacha alcanzó a revelar que había estado con el mismísimo demonio.
Historias así sirven para salpimentar la vida rutinaria de muchos laguneros. Proveen una dosis de magia a sus jornadas monótonas. Son relatos que abren un pequeño, pero significativo paréntesis, en un mundo que les parece tedioso y carente de sentido. Mientras esas historias conduzcan a una comunicación más profunda —que vincule más a las personas— puede justificarse su existencia.