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Jorge Volpi

Fin

JORGE VOLPI

México: país de ficción. A lo largo de siete décadas, el partido de la Revolución -con sus distintas denominaciones- alumbró una democracia imaginaria. En el papel, se salvaguardaban las garantías individuales, la división de poderes, las elecciones con varios candidatos, la justicia y la equidad. Todo ello entreverado con un orgulloso discurso nacionalista, inagotables llamados a la soberanía popular y un rechazo tajante al pasado. En los hechos, el régimen perseguía un objetivo muy distinto: repartir y defender los privilegios de las nuevas élites al interior de un partido hegemónico que controlaba todas las instituciones. La oposición era prácticamente inexistente y, detrás del discurso progresista, se parapetaba un espíritu netamente conservador. Ello no implicaba que no hubiese mecanismos de ascenso social o iniciativas para articular un precario estado de bienestar, pero siempre a través de una estructura piramidal que no consentía la disidencia.

Casi un siglo más tarde -la fundación del PNR data de 1929-, Andrés Manuel López Obrador ha dado vida a una ficción muy semejante. Hoy, la 4T da vida a una nueva democracia imaginaria. En el papel, se salvaguardan los derechos humanos, la división de poderes, las elecciones multipartidistas, la justicia y la equidad. Todo ello entreverado con un orgulloso discurso nacionalista, inagotables llamados al pueblo bueno y un rechazo tajante al pasado. En los hechos, su objetivo es muy distinto: desplazar o absorber a las antiguas élites del PRI al interior de un movimiento que controla todas las instituciones. La oposición es prácticamente inexistente y, detrás del discurso progresista, se parapeta un espíritu netamente neoliberal. Ello no implica que no haya mecanismos de ascenso social o algunas iniciativas para disminuir la desigualdad, pero siempre a través de una estructura piramidal que no consiente la disidencia.

Si en el México moderno jamás se implantó un auténtico Estado de derecho, se debió a que los caudillos revolucionarios, primero, y el PRI y el PAN, después, nunca quisieron desprenderse de sus privilegios: nuestro rocambolesco entramado legal surgió como una pantalla para asegurar que los poderosos -y los ricos- se salieran sin falta con la suya. La apasionada defensa de la Constitución del 17, remendada a modo una y otra vez, era la cortina de humo ideal para ocultar la discrecionalidad de los gobernantes en turno. No es muy distinto lo que ha ocurrido con la reciente reforma judicial: el argumento de acabar con la impunidad -algo que no logrará en medida alguna-, no es sino el pretexto de AMLO para apoderarse del único poder capaz de plantarle cara, así fuera muy de vez en cuando. Nadie debería, sin embargo, salir en una airada defensa de la independencia del Poder Judicial: en efecto, nunca dejó de ser parte central de esa justicia imaginaria, al servicio de unos cuantos, construida por el PRI y apuntalada por el PAN. Solo que la reforma no tiene como fin desterrar sus vicios o combatir su corrupción, sino arrebatárselas a quienes son tachados como adversarios (y, parecería, crearle un gigantesco distractor a su sucesora).

A pocos días de abandonar el poder, AMLO ha conseguido todas sus metas: implantar un sistema muy cercano al que siempre echó de menos. No contento con ello, le ha añadido un perturbador elemento adicional: un sinfín de controles -en las Fuerzas Armadas, el partido y el Congreso- para acotar a su sucesora y una pretensión dinástica a la que ningún priista se atrevió. De nuevo: bajo su ficción ejemplarizante -qué agotadores han sido estos seis años de cotidiana superioridad moral-, lo que subyace, como quedó claro con la suma a Morena de los Yunes, es la más descarnada adicción al poder. Y, bajo los cotidianos ataques contra sus rivales, una lógica neoliberal y autoritaria basada en la disminución de la capacidad de acción del Estado y su sustitución por los designios del movimiento o del partido. Este es otro de sus trágicos legados: así como, a fuerza de simulaciones, el PRI aniquiló a la Revolución mexicana, López Obrador acabó con la izquierda y la transformó en algo muy similar al PRI que esta siempre combatió.

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