En tiempos de inteligencia artificial, la tragedia del Manchester City revela que el planeta aún tiene reservas para lo inesperado.
Conocí a un editorialista que aceptaba publicar cualquier día de la semana menos el lunes, cuando no se puede competir con los resultados del futbol. Había contraído la fiebre de quienes piensan que el destino se decide en el césped.
De vez en cuando esta columna se ocupa del futbol, no en plan deportivo, sino para explorar las pasiones humanas. Jorge Valdano lo acaba de resumir en un artículo: "El futbol no se lleva bien ni consigo mismo ni con la sociedad, pero sigue siendo el primer productor mundial de conversaciones y emociones".
En tiempos de la inteligencia artificial vale la pena reflexionar en una actividad impredecible que aún nos distingue de las máquinas. El artículo de Valdano abordaba el inaudito fracaso del Manchester City, comandado por el más brillante de los estrategas: Pep Guardiola. En siete partidos, esa escuadra triunfal perdió seis y empató otro que iba ganando 3-0. Millones de hinchas se sumieron en la tristeza que sólo entiende quien sabe, como Martín Kohan, que "un partido es cuestión de vida o muerte, que se puede llorar de emoción por la ventura de un penal atajado o bien llorar de bronca y desconsuelo por la desventura de un gol que no debió ser pero fue, porque en eso va la vida, materia de las preocupaciones supremas". El calvario llevó a Pep a arañarse la cara hasta hacerse sangre y duró lo suficiente para servir de enseñanza.
El desplome fue algo tan inesperado como descubrir que el agua seca las plantas. Obviamente había ciertas explicaciones más o menos racionales, comenzando por la lesión de Rodri, ganador del más reciente Balón de Oro y emblema del futbol de alto rendimiento: es el mejor del mundo pero no puede jugar porque el exceso de partidos le destruyó los ligamentos. A esta ausencia se agregan otras que han convertido al City en un sanatorio donde sobran balones. Para colmo, el prometedor canterano Palmer se fue al Chelsea, Grealish permaneció en el plantel siendo inútil y Foden, mejor jugador de la Premier en la temporada pasada, perdió la puntería.
Estos razonamientos tienen que ver con la lógica pero lo interesante es lo contrario: en una época que las computadoras entienden mejor que nosotros, el futbol sigue siendo ilógico.
Pasemos a la importancia de perder partidos. Cuando Guardiola entrenaba al Barcelona con un éxito sin precedentes aceptó protagonizar la publicidad de un banco catalán. La campaña no abordaba temas deportivos sino de filosofía de vida. La ciudad fue tapizada con aforismos del joven técnico; uno de ellos decía: "La derrota enseña más que el triunfo". El filósofo Rafael Argullol comentó con ironía esta propagación del saber: "Guardiola es Sócrates y el banco es Platón".
Vale la pena volver a aquella frase: ¿qué enseña el fracaso? Daniel Titinger es hincha de la U de Lima. Cuando su equipo estaba al borde del descenso, el estadio se llenó más que nunca: "La cercanía del fracaso nos hizo más fuertes", comenta Titinger, que dedicó un libro al más triste de los poetas, César Vallejo, y otro a Julio Ramón Ribeyro, cuyo diario lleva el título de La tentación del fracaso. A pesar de las apariencias, no estamos ante un enamorado de la derrota: sus palabras tocan un punto neurálgico del futbol.
Manchester fue sede de la revolución industrial. ¿Puede esa gente laboriosa tener ataques de nervios? Claro: a la hora de los goles todo inglés es un latinoamericano sin control.
"Hay que fracasar mejor", dijo Samuel Beckett para recordar que en literatura no hay obra perfecta; todo surge de la inseguridad. En cambio, el futbol es competitivo y sus protagonistas valen tanto como su último triunfo, pero también nos invita a probar, e incluso a saborear, la amarga hiel del fracaso. El verdadero aficionado ama al equipo que pierde y espera que el próximo partido le depare un milagro: "La fe en unos colores resulta idéntica al fenómeno religioso, y solo funciona correctamente cuando se conjuga con un fracaso monumental, inapelable", escribe Enric González, hincha del Espanyol de Barcelona, que algo sabe de derrotas.
El City se había convertido en un mecanismo para ganar y su contundencia comenzaba a ser posthumana. Pero por fortuna el planeta aún tiene reservas para lo inesperado. No me refiero a la Amazonia sino a los estadios.
La tragedia del Manchester City remite a lo que el futbol debe ser: el extraño lugar donde nos gusta sufrir.