Gabo y la Comisión de Babel
Una de las mayores discusiones de la década de los setenta estuvo relacionada con las dinámicas de recopilación, sistematización y distribución de información a nivel mundial. En 1977, Amadou-Mahtar M’Bow, director general de la UNESCO, impulsó la creación de una comisión para realizar un estudio sobre “la totalidad de los problemas de la comunicación en las sociedades modernas”. Durante los siguientes dos años, dieciséis integrantes de la comisión, “ampliamente representativos de la diversidad ideológica, política, económica y geográfica del mundo”, trabajaron para elaborar el estudio bajo el liderazgo de Sean MacBride, exministro de Relaciones Exteriores de Irlanda, que en ese año había sido distinguido con el Premio Nobel de la Paz.
El grupo de trabajo recibió el nombre de Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación, pero es más conocido con el sobrenombre de Comisión Mac Bride. Entre los miembros sólo había dos latinoamericanos: el chileno Juan Somavía y el periodista colombiano Gabriel García Márquez. En un lapso de dos años, los dieciséis miembros del comité se reunieron ocho veces: cuatro en París, una en Estocolmo, una en Dubrovnik, una en Nueva Delhi y una en Acapulco.
“Lo único en que todos estuvimos de acuerdo desde el principio fue en la certidumbre de que el flujo de la información de este mundo circula en un solo sentido: de los más fuertes hacia los más débiles”, escribiría García Márquez en un artículo periodístico publicado cuatro años después, titulado ‘La Comisión de Babel’. Allí sostiene: “La mayoría pensábamos —y yo lo sigo pensando— que la información y la comunicación se han convertido en instrumentos de dominio de los países ricos sobre los países pobres, y esto causa otra desigualdad universal que es necesario corregir”.
El informe rendido por la Comisión Mac Bride fue publicado a fines de 1980 bajo el título Un solo mundo, voces múltiples. Desde las páginas iniciales, el documento considera que “en el plano internacional, surgen nuevas estructuras de comunicación que reflejan los estilos de vida, los valores y los modelos de un pequeño número de sociedades y que tienden a generalizar en el plano mundial ciertos tipos de consumo y modelos de desarrollo preferentemente a otros”.
Respecto a las agencias internacionales de prensa, el informe considera que “facilitaron considerablemente la apertura de nuevas vías comerciales y contribuyeron a reducir las dimensiones del mundo”, pero al mismo tiempo observa que desde “la época de apogeo del colonialismo, coadyuvaban al mantenimiento del orden político y económico existente, y a la extensión de los intereses comerciales y políticos metropolitanos”.
El informe advierte que cinco agencias —AFP (Francia), UPI y AP (Estados Unidos), Reuters (Reino Unido) y TASS (URSS, hoy Rusia) tenían “instalaciones técnicas de tan alta calidad y pueden utilizar una red de corresponsales tan vasta que literalmente dominan el escenario de las noticias internacionales”. También estima que el flujo diario de AP, UPI, Reuters y AFP orbitaba los 32.9 millones de palabras.
De acuerdo con el documento, para los países del tercer mundo las distorsiones del contenido de las noticias “pueden ser peligrosas por dos razones: por una parte, creen que los medios masivos de Occidente, conscientemente o no, distorsionan la imagen de los países en desarrollo en sus informes de noticias, al concentrarse en forma casi exclusiva en las noticias ‘calientes’: disturbios políticos, golpes de Estado y catástrofes”.
El informe advierte que, si se considera que un gran porcentaje de los contenidos informativos que llegan a los auditorios del tercer mundo son originados y distribuidos por dichas agencias, “los habitantes de los países en desarrollo reciben la misma imagen distorsionada, lo que puede herir su orgullo nacional y dañar el sentido de su propia identidad cultural”.