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De la diplimacia de sombrero texano a la de boina verde

RAÚL RODRÍGUEZ CORTÉS

Ken Salazar dejará el próximo 7 de enero la embajada de Estados Unidos en México.

El peculiar político del sombrero texano y el corbatín vaquero concluirá dentro de veinticinco días una gestión diplomática de tres años y tres meses de la que habrán de recordarse tres momentos estelares:

1. El de asiduo visitante de AMLO en Palacio Nacional, prácticamente con derecho de picaporte.

2. El que dio lugar a que el expresidente mexicano pusiera en pausa la relación bilateral tras la intromisión opinativa del estadounidense en temas como la reforma judicial y el de su silencio sobre el secuestro en México y posterior traslado a Estados Unidos del narcotraficante Ismael "El Mayo" Zambada.

Y 3. El del estate quieto que le puso el nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum al indicarle que la vía de comunicación, al igual que con toda legación extranjera, es la Secretaría de Relaciones Exteriores, no directamente el Palacio Nacional.

La relación bilateral no está en su mejor momento y lo que vendrá es de pronóstico reservado si nos atenemos a las amenazas de Trump de imponer aranceles, deportar migrantes masivamente y proceder, incluso militarmente y en nuestro territorio, contra los cárteles de la droga.

El lugar de Salazar, el hombre de la texana, lo ocupará el coronel retirado Ronald Johnson, un hombre de boina verde, prenda distintiva de las Fuerzas Especiales estadounidenses, uno de los grupos militares de élite experto en guerra no convencional.

Johnson, de 74 años, trabajó en la CIA por más de dos décadas y es avezado en inteligencia, seguridad y cuestiones militares.

Se puede decir, sin caer en exageración, que la embajada estadounidense en México estará con Johnson en manos de la CIA.

La experiencia que muestra la hoja de servicios del próximo embajador estadounidense, coincide a la perfección con el escenario de "invasión suave" a México que han planteado Trump y el grupo de halcones que ha nombrado en posiciones claves como la de secretario de Estado, fiscal general, consejero de seguridad nacional y zar de la frontera, entre otros.

Ronald Johnson ha tenido, por cierto, un vínculo especial con El Salvador. Fue, en la década de los ochenta, uno de los 55 militares consejeros militares que diseñaron las estrategias contrainsurgentes durante la guerra civil del país centroamericano y ya décadas después, embajador en San Salvador. En ese periodo prácticamente sometió al presidente Nayib Bukele al imponerle una política antimigrante que incluyó la exigencia al salvadoreño de mano dura contra pandilleros y criminales.

Ronald Johnson será el primer militar en años que se ocupe de las relaciones diplomáticas con México y por su perfil y las ideas de Trump, acaso se convertirá en uno de los embajadores estadounidenses más injerencistas que hayamos tenido, más allá de quienes fueron calificados como verdaderos procónsules como el actor John Gavin en la presidencia de Ronald Reagan o John Dimitri Negroponte en la de George Bush padre.

Sobre el tema ya hubo una respuesta contundente de la presidenta Sheinbaum: "Sea quien sea el embajador, defenderemos la soberanía del país".

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