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Humanidad: visiones antitéticas

El daño que causan las visiones negativas es indiscutible, pero hay que reconocer que entre las personas que suscriben una visión positiva de nuestra especie hay algunas que incurren en un optimismo desproporcionado.

Humanidad: visiones antitéticas

Humanidad: visiones antitéticas

ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

¿Quién lo duda? Abundan las visiones negativas del ser humano. Thomas Hobbes afirmaba que el hombre es un lobo para el hombre. Maquiavelo estaba seguro de la mezquindad inherente a las personas y justificaba cualquier medio y recurso para controlarlas. Hay ambientalistas radicales que conciben a la humanidad como un cáncer fase cuatro, ya en irreversible y mortífera metástasis, y consideran como tumores malignos a todas las sociedades humanas. 

Por supuesto, también hay visiones positivas. Jean Jaques Rousseau escribió que el hombre es bueno por naturaleza, aunque la sociedad lo corrompe. El cristianismo afirma que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26) y que esencialmente es bueno, aunque aclara que, como una consecuencia del pecado original, las personas están inclinadas al mal. El mismo cristianismo insiste que esa perversa inclinación puede ser vencida al procurar la gracia de Dios. Por otra parte, filósofos como Emerson y psicólogos como Abraham Maslow y Carl Rogers aseguran que los individuos tienden naturalmente a la autorrealización personal y a las relaciones armónicas con sus semejantes. 

Las actitudes cuentan mucho. Y las perspectivas tienden a cumplirse. En educación hay numerosas investigaciones que muestran que las expectativas de los docentes sobre el potencial de sus estudiantes son determinantes. A esa profecía autocumplida se le conoce como efecto Pigmalión. Todo trabajo educativo parte de una concepción antropológica. 

Lo mismo pasa en el terreno administrativo. Douglas McGregor —gurú de los negocios— enfatiza que en todas las empresas se trabaja a partir de una visión esencial del ser humano. Las empresas que suponen que los trabajadores sólo cumplen con su deber cuando son coaccionados, porque por naturaleza tienden a ser irresponsables, se guían —según McGregor— por lo que él denomina teoría X. En cambio, las organizaciones que asumen que el ser humano es digno de confianza y que al sentirse apreciado y apoyado dará lo mejor de sí, se conducen por lo que él llama la teoría Y. 

El daño que causan las visiones negativas es indiscutible, pero hay que reconocer que entre las personas que suscriben una visión positiva de nuestra especie hay algunas que incurren en un optimismo desproporcionado, en una grosera ingenuidad que hasta termina con sus vidas. La artista italiana Pippa Bacca fue un ejemplo de esa postura cándida. Convencida de que todas las personas invariablemente se portan bien cuando son tratadas con amabilidad, quiso demostrarlo recorriendo con vistoso traje de novia los territorios más peligrosos de Medio Oriente. Pidiendo “aventones”, viajó por zonas en guerra. Pippa fue violada, estrangulada y enterrada desnuda en un pueblo del noreste de Turquía. Por la presión internacional, la policía turca se dio prisa en identificar y apresar al asesino, un trailero llamado Murat Karatas, y se descubrió que este no tenía antecedentes penales. Violó y mató a la indefensa y atractiva joven de 33 años simplemente porque la tentación era mucha; “Esa oportunidad no podía desaprovecharse, si no lo hacía yo, lo haría otro”. Una hermana de Pippa declaró que el traje de novia “era una metáfora del encuentro con el otro, la unión y la búsqueda de la parte femenina como fuente de vida, estabilidad y sensatez”. 

Obviamente fue sensatez lo que le faltó a Pippa en tan temerario proyecto. Los insensatos abundan. Muchos creen que el universo, por arte de magia, se somete a sus intenciones y les concede sus caprichos. Creen dominar el secreto de una supuesta ley de la atracción y con frecuencia acaban padeciendo las peores consecuencias. 

No hay que pecar de ingenuos. La historia muestra que los crímenes más abominables y los actos más sublimes coexisten en la trayectoria del género humano. Sin duda, la herencia y las circunstancias hacen sentir su peso, pero el individuo, ante un ambiente abrumador y ante una predisposición genética conserva —como bien dijera Octavio Paz— la posibilidad de pronunciar uno de dos monosílabos sagrados: la palabra sí o el vocablo no. Hay que pronunciar esos monosílabos con plena conciencia y hay que construir entornos que favorezcan el desarrollo humano. 

Con preparación y trabajo consecuente hay razones para el optimismo y —sin duda— la fe puede enriquecer la vida de las personas, pero esta ha de ser —como enseñara Erick Fromm— una fe racional.

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