El pasado 26 de agosto inició el ciclo escolar, con el regreso de millones de niños y adolescentes a las aulas. Seguramente muchos de ellos lo hicieron con emoción, con alegría por reencontrarse con sus compañeros y amigos, con ilusión por mostrar la mochila o lonchera nueva. Otra buena parte de ellos quizás regresaron con miedo, porque el ambiente educativo no siempre es propicio para el desarrollo seguro de nuestros niños y niñas. Si bien es cierto que mucho se ha escrito sobre el bullying, lo que ha propiciado que cada vez más personas sepan lo que significa, este tipo de violencia sigue incrementándose y la estadística de 2023 nos indica que México ocupó el primer lugar en casos reportados de acoso escolar con 270,000; pero si consideramos que una buena parte de los casos no se reporta por diferentes causas, fácilmente podríamos asegurar que este número es aún mayor.
Definitivamente el primer paso es concientizar qué es el acoso. Creo que en este aspecto se tiene un avance, pero ¿qué hacemos para prevenirlo? En repetidas ocasiones hemos escuchado que el niño o el adolescente bully se forma en casa aunque frecuentemente su caldo de cultivo se da la escuela. Considero que muchas veces para los padres de familia es difícil aceptar las conductas nocivas de sus hijos, tienden a sobreprotegerlos y a minimizar las acciones de acoso que manifiestan. Pero en la escuela tampoco hay mucho avance; tenemos una buena parte de docentes y directivos que requieren capacitación sobre la forma de identificar el acoso y cómo afrontarlo. Lo más fácil es quizás el regaño, la suspensión o hasta la expulsión, pero eso no resuelve el problema, tal vez lo único que logra es mudarlo a otra institución. Sin duda, uno de los principales obstáculos para avanzar es que tendemos a normalizar el acoso; le puede suceder a todos, sin distinción de sexo, cultura, nivel socioeconómico o educativo. Tenemos años observándolo y a veces hasta nos dan risa sus manifestaciones, porque creemos que mientras no lleguen a lo físico no representa algo grave y no pensamos en las consecuencias que puedan tener en el futuro de la víctima. Conozco diversos casos en los que personas adultas han podido reconocer que sufrieron acoso y la manera en la que les ha afectado, en tiempos en los que también existían niños, niñas o adolescentes bully a los que nunca se les puso un alto. Pero la época actual ha diversificado los medios para ejercer esta práctica: el acoso ya no es sólo directo, verbal o físico, pues ahora las redes sociales pueden dar distancia, anonimato y perpetuidad a esta violencia.
Que triste saber que la falta de acción de todos nosotros, como sociedad, como autoridades con poder y recursos para establecer programas que fomenten un ambiente escolar sano no lo hagamos; me pregunto qué debe pasar o hasta cuándo tendremos que esperar para tomarlo en serio y ocuparnos del asunto. Y en nuestro México, ¿este primer lugar no podría constituir un motivo suficiente para entender la gravedad del problema? 270,000 víctimas en algún momento también se lo preguntarán.