En los últimos días fue presentado el retrato que Annie Leibovitz le hizo a los reyes Felipe y Letizia, por encargo del Banco de España. Desde inicios del año se dio a conocer la elección de la artista y, con ésta, surgió la primera controversia ya que algunos fotógrafos españoles expresaron su molestia por no haber sido considerados para un proyecto de tal trascendencia.
Al tratarse de un retrato considerado como “no oficial”, los reyes —o sus equipos de relaciones públicas y comunicaciones— se sintieron con la libertad de invitar a una de las artistas más reconocidas del mundo, poseedora de una sólida carrera de cinco décadas y para quien han posado John Lennon y Yoko Ono, Allen Ginsberg, una Demi Moore embarazada, el trasero de Bruce Springsteen, la reina Isabel II, Mijaíl Gorbachov y hasta las princesas de Disney.
La calidad del retrato no es cuestionable y Leibovitz demuestra por qué es una de las fotógrafas mejor pagadas y más reconocidas del mundo. A simple vista se trata de dos imágenes que fueron capturadas por separado, teniendo de fondo el Salón de Gasparini del Palacio Real de Madrid, con su decorado rococó e iluminado a la manera de uno de los máximos exponentes del Barroco, el también español Velázquez. Letizia está viendo directamente al objetivo de la cámara enfundada en un Balenciaga negro al que añade una capa roja, mientras que Felipe desvía la mirada mientras porta orgulloso su uniforme de capitán general del Ejército de Tierra.
Hemos visto los retratos perfectamente cuidados de dos personajes cincuentones que se encuentran en forma gracias a una rigurosa disciplina y que han sido bendecidos por la Madre Naturaleza con belleza y una pizca de carisma, mientras disfrutan del poder y riqueza que les ha aportado su herencia borbónica.
¿Qué de malo podrían tener estos “reales” retratos? El contexto, el momento, la oportunidad, el también llamado timing. Tan sólo un mes antes se publicaron otras fotografías, éstas sí “reales”, que mostraban a la pareja cubierta de lodo e increpada por los habitantes de una de las comunidades valencianas más afectadas por las inundaciones. Algunos medios afines a la monarquía española argumentaron que Letizia y Felipe tuvieron la presencia de ánimo suficiente para escuchar los reclamos y mostrar cierta empatía hacia las víctimas. Lo cierto es que el desastre dejó muertos, desaparecidos y una crisis de vivienda aún inmanejable.
Estos tiempos parecen ser aciagos para las pocas monarquías europeas que han sobrevivido crisis políticas, sanitarias, conyugales y económicas. Tal vez estos retratos “reales” se expongan en las próximos lustros o décadas como los últimos vestigios de una institución que ya no encuentra muchos argumentos para pervivir.