La violencia juvenil en los márgenes del siglo XXI adquierematices políticos, económicos y sociales que obliga a una reflexión sociológica. En ese sentido, la modernidad, entendida como un proceso histórico de transformación social y cultural, ha marcado el rumbo de las interacciones humanas, redefiniendo las estructuras familiares, las relaciones comunitarias y las aspiraciones juveniles. En este marco, la violencia protagonizada por jóvenes emerge como un síntoma de fracturas múltiples: desigualdades sociales, educación de poca calidad, ausencia de oportunidades laborales y una crisis generalizada de sentido.
En el contexto de América Latina, una región históricamente marcada por la desigualdad, los jóvenes enfrentan una precariedad estructural que limita su desarrollo integral. En México, el 40% de la población juvenil vive en condiciones de pobreza (según datos del CONEVAL, 2020), las oportunidades educativas y laborales suelen ser insuficientes. Esta situación crea un caldo de cultivo para que los jóvenes se vean atrapados entre dos realidades: la marginalización o la cooptación por parte de redes delictivas.
Desde una perspectiva sociológica, Pierre Bourdieu plantea que las condiciones materiales y simbólicas del entorno moldean el habitus de los individuos, es decir, sus disposiciones y prácticas. En este sentido, la violencia juvenil puede interpretarse como una respuesta adaptativa ante un sistema que ofrece pocas alternativas viables para la movilidad social. Para muchos jóvenes, la participación en actos delictivos o en pandillas se convierte en una forma de construir identidad, pertenencia y reconocimiento, elementos que no encuentran en los espacios formales de socialización como la escuela o el hogar.
Por su parte el sociólogo Zygmunt Bauman refiere el concepto de modernidad líquida para describir un mundo caracterizado por la inestabilidad y la fragmentación de las relaciones sociales. En este contexto, los y las jóvenes enfrentan un desarraigo que dificulta la construcción de proyectos de vida sólidos y significativos. Las redes sociales, aunque han democratizado el acceso a la información, también contribuyen a una hiperconexión que puede exacerbar sentimientos de aislamiento y comparación constante. En muchas ocasiones, la violencia se convierte en una forma de manifestar una protesta silenciosa contra un sistema que les ha excluido.
La prevención de la violencia juvenil requiere en un principio de la creación de oportunidades para acceder a espacios educativos y profesionales como becas o iniciativas para incentivar el mercado laboral. No obstante, el problema no se resolverá sino se generan cambios estructurales en la dinámica económica y política, pues de acuerdo con un estudio del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (2020), de cada 100 mexicanos que nacen en condiciones de pobreza, 74 permanecen en esa misma escala social a lo largo de su vida, este tipo de situaciones refuerzan la percepción de la juventud sobre un futuro desesperanzador y con pocas oportunidades de vida.