Según reza el dicho, después de la borrachera viene la cruda. Una manera menos amable de observar al gobierno actual es recordando a Luis XV cuando afirmó que "después de mí, el diluvio". Efectivamente, pronto concluirá el gobierno más destructivo del último siglo sin haber dejado más que déficits en su estela. El presidente más poderoso y más legitimado electoralmente desde que los votos se cuentan bien no hizo sino polarizar a la población, confrontar a los partidos políticos y amenazar a quienes disentían de él, todo mientras disfrutaba de las reformas que sus predecesores habían puesto en práctica en respuesta a los males que exhibía la economía. Son dos caras de una misma moneda: la política de la pugna permanente y la gradual maduración de la economía. La pregunta es si la próxima presidenta verá este legado como una oportunidad o como una maldición.
La forma de conducirse del presidente saliente me recuerda a Gonzalo N. Santos, ese prócer de la lingüística política mexicana, cuando explica cómo procedió con uno de sus enemigos: "de acuerdo con un grupo de tahúres... mandé embriagar a Carrillo fingiéndose todos ellos sus partidarios... ahogado de borracho llegué con un fotógrafo, lo mandé desnudar, y lo retrataron en todas formas y posiciones que se pueda imaginar. Ahí murió la candidatura de Carrillo pues lo amenacé con exhibir al candidato al desnudo en el Colegio Electoral". Una parte importante de la ciudadanía fue embriagada en estos años, el llamado "voto duro", haciéndole creer que el nirvana estaba a la vuelta de la esquina. En contraste con Santos, AMLO fue menos brusco en sus formas: en lugar de emborrachar a sus seguidores, se dedicó a comprar su voluntad con fondos públicos, pero el resultado es el mismo, excepto que dejó hipotecado al país. Ahora viene la cruda.
Concluirá este gobierno y vendrá la resaca, como siempre ocurre. Lo que hasta ahora se manipula en las mañaneras y se descarta y desecha como irrelevante se aparecerá en el horizonte como realidad inmanente, exigiendo respuestas específicas en lugar de evasivas irresponsables. El caos de hoy -caos soterrado que ha dejado a la ciudadanía en espera de algo mejor- se convertirá en demandas incontenibles. Las presiones, pasiones y resentimientos que hoy se autocontienen cobrarán un volumen a los que el nuevo gobierno tendrá que responder de manera decisiva, comenzando por el lenguaje y las formas.
Parece claro que el nuevo gobierno cobrará forma a partir de un partido dominante y una presidenta con enormes oportunidades, pero con la espada de Damocles encima por las reformas que, evidentemente sin meditar las consecuencias, Morena se dispone a aprobar sin miramiento. Este mes de septiembre será crucial porque determinará si un resultado electoral tan extraordinario se convierte en oportunidad o en el inicio de una acelerada descomposición.
Conceptualmente, la presidenta tiene tres opciones: perseverar en los objetivos, estrategias y tácticas del gobierno saliente; desarrollar su propio programa, distinto al existente, pero dedicado a dar un giro radical; o procurar una convocatoria amplia e incluyente de cambio que realmente transforme al país o que, al menos, siente las bases para una transformación cabal.
Aunque prácticamente no hay gobierno que no llegue con bombo y platillo anunciando grandes proyectos, el gobierno saliente habrá dejado un panorama, tanto en términos económicos (sobre todo fiscales) y políticos, poco promisorio. Desde luego, la elección arrojó un resultado devastador para la oposición, pero el futuro depende de que el conjunto de la sociedad participe activamente, algo que el gobierno saliente logró, quizá más por inercia que por una exitosa convocatoria, pero en buena medida debido a la existencia del tratado de libre comercio que constituye la principal fuente de crecimiento económico en la actualidad.
Desde este panorama, independientemente de la retórica, más de lo mismo es concebiblemente posible, pero no con buenas perspectivas. Además, las diferencias de personalidad entre los presidentes entrante y saliente auguran poca viabilidad a una continuidad ciega, así sea informada. Un giro radical, por el que propugnan muchos liderazgos de la constelación de Morena, implicaría una estrategia económicamente suicida porque, aunque quizá popular al inicio, tendría el efecto de anular los fundamentos de la parte exitosa de la economía. Mucho más inteligente sería construir un gran acuerdo nacional que propugne por un proyecto de crecimiento económico equilibrado en términos tanto sociales como regionales, sustentado en el principal motor de la economía (las exportaciones) y el nearshoring.
El punto neurálgico es que no hay hacia dónde regresar como algunos sueñan, pero tampoco es posible perseverar en un modelo de gobierno dedicado a que la ciudadanía no progrese; a que se mate y extorsione a millones de personas; y a que se pretenda que con puras transferencias el país podrá ser exitoso.
Concluyen seis años de polarización poco productiva, dejando una enorme estela de costos y daños que poco a poco saldrán a la superficie. Es tiempo de sumar para construir, la oportunidad que la ciudadanía entera seguramente espera, independientemente de cómo haya votado. Sería criminal dejar pasar la oportunidad.
@lrubiof