Elsa Malvido, antropóloga e historiadora del INAE -1941-2011- dedicó buena parte de su vida a la investigación de nuestros usos y costumbres, en particular los festejos de los Días de Muertos y Santos Inocentes.
Insistió en que tal costumbre es producto de la simbiosis entre las culturas indígenas y la española; por una parte, con la evangelización indígena de los primeros misioneros y la estrategia instructora implantada por los jesuitas, cobrando fuerza en el siglo XIX, aunque iniciara desde el XVI; por la otra: la muy rica cultura indígena, aportando colorido y dramatismo, en un enfoque particular a la ineludible realidad de la muerte.
El resultado es el tradicional festejo para recordar a nuestros antepasados con interesantes aportaciones multiculturales indígenas e implicaciones para la percepción de significados proyectivos en nuestra psicológica: la idiosincrasia de mexicanos.
Sus orígenes se remontan al siglo IV, la Iglesia Cristiana buscó dar reconocimiento a todas las personas declaradas "santas", quienes dejaron enseñanzas del bien ser y amor a Dios; así, quedaron nombrados en los días en el calendario, para distinción de cada uno.
En el siglo X, en la Abadía de Cluny, Francia, los monjes que deseaban vivir como San Benito -del 529- buscaban resaltar el sacrificio de los macabeos judíos. Luego, el cristianismo, marcó el día 2 de noviembre para recordar a los difuntos anónimos.
El México, constituido como nación eminentemente Cristiana, recibió la influencia católica que, a su vez, debió mezclar lo indígena; así, entreverados los rezos se mezclaron con las costumbres de los pueblos aborígenes, apareciendo los altares de muerto mexicanos, con flores y retablos en homenaje al finado.
La historiadora Malvido, según sus investigaciones, explica que los fieles solían pernoctar el día que Cristo es crucificado, velando su cuerpo; lo mismo hacían los familiares de los fallecidos, antes de sepultarlos; luego, recordarlos al cumplirse un año del deceso, de ahí el nombre de "velorio", término aplicado al acompañamiento del muerto, tradición que se mantiene hoy día, aunque recientemente se empiecen a adoptar costumbres extranjeras cerrando la funeraria a ciertas horas de la noche, para abrirlas al día siguiente.
Las fiestas conmemorativas reciben agregados a la tradición según la región de México y pueden ser tan variadas como rico es nuestro folclor nacional; van desde las coloridas y turísticamente aprovechadas en Michoacán, las del Valle de México y todas sus variantes, hasta las conmovedoras en todo sureste nacional, siendo un día de alegría y no de tristeza, definido magistralmente por Octavio Paz, quien escribió: "El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte acaba por negar a la vida".
El tinte mexicanísimo también es acentuado con "La Catrina", litografía de José Guadalupe Posadas, que originalmente fuera llamada "Garbancera", dibujo de un esqueleto femenino, exuberantemente ataviado según las costumbres porfirianas y con un gran sombrero de ala ancha. Surgió en 1910, como una burla a los indígenas vendedores de garbanzo, que siendo pobres aparentaban ser ricos y menospreciaban sus orígenes y costumbres. Luego la inmortalizaría Diego Rivera, incluyéndola en su mural "Día de Muertos", resguardado en el Instituto Nacional de Bellas Artes. Me pareció interesante compartirle el dato.
De origen, el Día de los Santos Inocentes, se dedicó a todos aquellos difuntos que "murieron en gracia", de quienes no se conoce o recuerdan nombres; más adelante se agregarían los "angelitos", menores que fallecieron a temprana edad, por lo tanto "aún sin pecar"; la UNESCO la ha declarado "Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad".
El norte de México, aunque fuera poblado tiempo más tarde, tampoco queda fuera de la tradición y teniendo distintos orígenes indígenas, adoptó la tradición imprimiéndole su propia mitología.
El día 2 de noviembre, es tradicional la visita a los panteones que, a su vez, son preparados para recibir multitudes, a las que acosan servidores y vendedores que ofrecen desde agua para lavar las tumbas hasta vendimias de todo tipo de comida callejera. Tampoco pueden faltar los músicos, que ofrecen sus servicios para interpretar la "favorita del difunto".
Claro que las bebidas espirituosas pueden estar presentes y en no pocas veces son la causa de envalentonamientos, ante el recuerdo de agravios y rencillas.
Las reuniones familiares -todos los integrantes que puedan asistir- son tradición en muchas familias norteñas; generalmente con comidas en casa y charlas alegres de recuerdos y remembranzas del querido ausente, para desembocar en otras anécdotas familiares y ocurrencias, festejándolas los miembros del grupo.
Defendamos nuestras tradiciones y retomemos los usos y costumbres familiares que refuerzan nuestra identidad nacional, hagamos conciencia entre los cercanos, particularmente con los jóvenes que, enajenados, sucumben ante la mercadotecnia extranjera y organizan fiestas de Halloween, totalmente ajenas a nuestra idiosincrasia. ¿Acepta?