La cultura contemporánea niega el carácter sagrado del agua; la mercantiliza, la mete a la Bolsa de Valores, especula con ella y niega que es en los bosques -como en el Bosque de Agua que rodea la Ciudad de México- o en el campo, en los humedales, en los cuerpos de agua, en donde tenemos la fuente de ese vital líquido. En nuestra sociedad se considera que el agua es lo que sale de la llave o lo que se consigue correteando una pipa. Y en la actualidad hay la tendencia más bien a lo contrario, a la profanación del agua, a su contaminación, a su toxicidad, a su uso para fines económicos, y se le menciona como recurso, no como bien común o como algo sagrado, que sí lo es para nuestras culturas originarias y para las culturas de todo el mundo antes de esta etapa de capitalismo terminal.
La reflexión es de Pedro Moctezuma, economista por la UNAM y doctor en Planeación y Desarrollo por la Universidad de Liverpool, actual Secretario del Agua del Estado de México; línea de pensamiento desarrollada hace poco en el programa del Canal Once "Sacro y Profano", conducido por el sociólogo experto en temas de religión, Bernardo Barranco.
-Y sin embargo, todavía hay este mito del agua pura; y es paradójico que se le niega agua al uso doméstico, se le niega agua potable a por lo menos diez millones de mexicanos, y al mismo tiempo se usa agua potable para regar campos de golf, para lavar maquinaria y para cierto tipo de prácticas que se podrían lograr con agua tratada.
Entonces, hay la ambición de que el agua que se use en cualquier tipo de actividad tiene que ser pura.
Y hay falta de claridad sobre la posibilidad -y esto entra ya en cómo sacralizar el agua- de regenerarla.
Después de su contaminación hay posibilidad de tratarla, de una ingeniería que combine técnicas aerobias, que usan mucha energía para darle vueltas y oxigenarla, y anaerobias, que puedan trabajar con bacterias sin contacto con el aire; más barato.
Y sobre todo, lograr que las plantas de tratamiento lleven el agua a la restauración de humedales, ríos y lagos, en donde es posible generar agua de calidad.
Las plantas sólo tratan aquello para lo que están indicadas. En cambio, la naturaleza logra mucha eficiencia en pocas semanas o meses en el tratamiento de contaminantes emergentes, microplásticos y todo tipo de tóxicos.
Está presente esa dimensión espiritual, sagrada, en las grandes religiones cuando hablamos del agua porque el agua está en el origen: en el orgasmo, en el parto después de estar envueltos por el agua en el útero; el agua está en la producción, en la diversión, en todos los elementos de la vida, en la salud, el medio ambiente y finalmente en la muerte.
En lo cotidiano el sudor, la lágrima, con todo lo que nos significa, y en la mayoría de las religiones hay un elemento, por ejemplo en el caso de los griegos, en donde Caronte se va en la barca de Hades a transportar el alma de los muertos, y se cierra un ciclo. Entonces, el agua envuelve nuestra vida, permea todos los aspectos de la vida y tiene ductilidad e invisibilidad, como el Dios de la Vida que no se puede tocar y, sin embargo, se hace presente cuando falta. Cuando no hay agua descubrimos el gran drama de carecer de esto tan vital, de esta energía que nos hace vivir y que por lo tanto es sagrada.
En la mayoría de las religiones, el agua es don sagrado. Tiene diversos significados: Purificación, renovación, liberación, fertilidad y abundancia.
Hay prácticas ancestrales del agua. Está presente en ceremonias y liturgias religiosas para santificar y sacralizar a los fieles.
En diversas religiones y culturas, el agua posee valor espiritual por ser considerada elemento vital, que otorga vida y ofrece purificación.
En grandes tradiciones espirituales, el agua tiene significado que sobrepasa su realidad material: el agua simboliza fundamentalmente la vida.
En la mayoría de los mitos de la creación del mundo, el agua representa la fuente de vida y de energía divina, de la fecundidad de la tierra y de todos los seres vivos.
Las grandes religiones y caminos espirituales, expresan su encanto por el agua a través de los ritos cósmicos, de iniciación y de purificación.
En la tradición de los pueblos indígenas de América, el agua es don de las divinidades, morada de los espíritus.
Para las civilizaciones prehispánicas, el agua es sagrada. Afirman estos mitos fundantes, que el ser humano fue hecho o creado del agua; o bien, salió del agua para la tierra, a fin de cuidar de la naturaleza.
Otras tradiciones creen que el agua es punto de relación entre Cielo y Tierra, entre lo humano y lo divino.
Tan vital que Jesús dijo: Yo soy el agua viva. Y en ese sentido, el agua como algo vivo, que conduce, es vehículo pero también orienta, se hace presente, como forma de vida que en las religiones prehispánicas no sufría esta separación que se dio en el tercer día de la Creación, donde se separan las aguas de la tierra.
En la cultura prehispánica se concebía que tierra y agua estaban integradas, además el agua estaba abajo, no arriba. Tláloc, tlalli, tierra; octli, néctar; el néctar de la tierra es el agua que desde seis metros empieza a evapotranspirarse, elevarse, y los Tlaloques rompen, al condensarse el agua, las ollas de agua o de hielo, y el agua cae en un ciclo vertical; siempre asociado a su dualidad, su pareja, Chalchiuhtlicue, la de las faldas de jade, que también viene de abajo, del manantial, ojo de agua, río, arroyo, laguna -la falda inmensa de Chalchiuhtlicue- que hace el ciclo horizontal.
Nuestros abuelos combinaban estos conceptos -más que dioses eran conceptos, ideas fuerza-, que orientaban las actividades de nuestra sociedad, que vivía el ciclo del agua como principal orientador de su cotidianeidad.
En memoria del ingeniero Héctor Astorga Zavala (Nazas, 26 de marzo 1936 - Torreón, 26 de diciembre 2024), siempre consistente con sus ideales y valores, defendió el agua como bien común, sagrado, en peligro en La Laguna, norte de México.