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La encrucijada siria

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La guerra siria que comenzó en 2011 es el conflicto que marca el inicio de la época de transición global que vivimos. Dicha transición parte de la descomposición del orden mundial unipolar bajo la hegemonía estadounidense y transita hacia un orden multipolar con diversos liderazgos enfrentados. Entre la caída de un orden y el ascenso de otro, el caos predomina. Así ha sido en todos y cada uno de los cambios de época anteriores. Las transiciones son periodos de crisis, guerras internacionales, inestabilidad, revoluciones. La guerra siria del siglo XXI comenzó con una protesta casi infantil en Daraa que fue reprimida. Se transformó en un movimiento social dentro de la llamada Primavera Árabe. Alcanzó luego el nivel de conflicto civil armado con varias facciones enfrentadas. Y adquirió el carácter de una guerra internacional con la participación directa o indirecta de potencias regionales (Turquía, Israel, Arabia Saudí, Catar e Irán) y mundiales (Estados Unidos, Reino Unido, Unión Europea, Rusia y China). Tras poco más de 13 años de enfrentamientos y luego de meses de aparente congelamiento, una ofensiva relámpago de la insurgencia derribó este fin de semana al gobierno sirio en cuestión de días. El régimen Al Asad, encabezado primero por el padre, Hafez, y luego por el hijo, Bashar, ha caído 54 años después de haber comenzado. No se trata sólo de la deposición de un dictador y el triunfo de una rebelión, como la mayoría de los medios occidentales quieren hacer ver. Siria es un estado de suma importancia en el panorama de Oriente Medio y en el contexto global por múltiples razones.

Como en el pasado, Siria tiene hoy una importancia geopolítica y geoeconómica extraordinaria. Se encuentra en el Pentalaso, la región de los cinco mares (Pérsico, Caspio, Negro, Mediterráneo y Rojo), habitada por una multiplicidad de grupos étnicos y religiosos. Es la región pivote de Eurafrasia, "la gran isla mundial". Siria es un enclave terrestre que conecta el noreste de África y el sureste de Europa con Asia Occidental. Pero también tiene salida al Mediterráneo, lo que incrementa su relevancia. El Pentalaso es también una región rica en recursos naturales, principalmente energético y un paso obligado para los corredores geoeconómicos que compiten por conectar las grandes zonas fabriles de Asia Meridional y Oriental, con las fuentes de recursos de Asia Central y África y los mercados de Europa. Para nada es gratuito que Bashar Al Asad haya viajado a China en septiembre pasado para firmar un acuerdo de asociación estratégica con el objetivo de financiar la reconstrucción de Siria y hacer de ella una etapa central de la Nueva Ruta de la Seda que impulsa Pekín. La competencia de esta ruta es el Corredor IMEC, que pretende conectar a India con Europa a través de Arabia Saudí e Israel, sin pasar por Siria, que, por cierto, acababa de ser readmitida en la Liga Árabe, tras años de marginación.

El poder de varias potencias se proyecta sobre Siria en la guerra civil y crea un complejo rompecabezas que dista mucho de la retórica simplista de buenos contra malos. Hasta la caída de Al Asad, Siria formaba parte del Eje de la Resistencia que lidera Irán, y al cual también pertenecen la milicia libanesa Hezbolá, el grupo extremista palestino Hamás, los rebeldes hutíes de Yemen y las milicias chiíes de Irak, entre otros. El Eje de la Resistencia se encuentra en guerra con el gobierno sionista de Israel, el cual lleva una campaña de exterminio en Pelestina. Para el Eje, Siria era una pieza clave en el suministro de recursos a Hezbolá y Hamás desde Irán e Irak. Por su parte, Estados Unidos y sus aliados europeos colocaron a Al Asad en la mira desde hace años por las afinidades de Damasco con Teherán y grupos contrarios a los intereses israelíes. Por ello, Occidente apoyó a grupos insurgentes desde el inicio de la guerra civil.

Otro jugador relevante es Rusia, quien por vínculos históricos y razones políticas y geopolíticas, apoyó decididamente al régimen alasadista en su lucha contra insurgentes y terroristas. La única base naval militar de Moscú en el Mediterráneo está en Siria. Además, la estabilidad del estado sirio es importante para el Kremlin en su estrategia de prevención del extremismo islamista en territorio ruso. Pero el jugador más importante en los últimos años ha sido Turquía. La visión neotomanista del presidente Recep Tayyip Erdogan ha puesto en el foco a Siria. Ankara es el principal socio comercial de Damasco, pero también un factor de inestabilidad. Erdogan quiere crear en el norte de Siria una zona de amortiguamiento para controlar a la población kurda que ahí habita, y evitar la creación de un estado kurdo. El gobierno turco intentó acercarse al gobierno sirio para negociar bajo sus propios intereses. Al Asad no respondió al llamado. Erdogan, en consecuencia, apoyó la irrupción de la insurgencia bajo el liderazgo del grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS), que nació vinculado a Al Qaeda y el Estado Islámico. Que HTS haya moderado su discurso recientemente no le quita su esencia de grupo fundamentalista.

El gobierno de Al Asad era una dictadura que se volvió cada vez más represiva y dependiente de la ayuda del extranjero, Rusia e Irán principalmente. La guerras en Ucrania y en Palestina provocaron que los grandes patrocinadores del régimen alasadista se distrajeran. Al Asad no logró iniciar la refundación del estado sirio para fortalecerlo. De fondo, una crisis familiar complicó el escenario: hace unos meses le fue diagnosticada leucemia a la primera dama de Siria, Asma al Asad. Débil por dentro y sin apoyos externos, el gobierno de Bashar Al Asad cayó ante el primer resurgimiento importante de la insurgencia armada. Turquía sabía que esto iba a ocurrir. Pero, ojo, un buen número de los grupos que hoy aparecen como "liberadores" de Siria, son extremistas o terroristas cuyos objetivos y métodos son combatidos por Occidente en otros países. La paz y la democracia no están garantizadas en Siria. Al contrario. Se cerró un ciclo de inestabilidad para dar paso a otro en el que las potencias regionales y mundiales buscarán posicionar sus intereses.

Además de toda la importancia histórica, geopolítica y geoeconómica de Siria, hay un elemento esencial que se olvida con suma facilidad: con todo y su brutalidad, el estado creado por los Al Asad era un estado multiconfesional que, al menos en el papel, garantizaba el respeto a las distintas manifestaciones religiosas que van desde diferentes denominaciones del Islam hasta las diversas iglesias del cristianismo. A los grupos que encabezaron el golpe final contra el régimen alasadista no les interesa un estado multiconfesional, sino uno en el que la ley islámica se imponga sobre toda la población. El futuro no es tan alentador como quieren hacer ver algunos en un país con una guerra que ha dejado más de medio millón de muertos y 12 millones de desplazados.

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