¿Qué tienen en común la guerra en Ucrania, la escalada bélica en Oriente Medio y la tensión en los mares de China? Estos eventos forman parte del reacomodo mundial de fuerzas en medio de la transición global más importante en media centuria. Existe una confluencia de intereses de potencias mundiales y regionales agrupadas en dos bandos: una alianza occidental liderada por Estados Unidos y una entente euroasiática encabezada por China, Rusia e Irán. La transición está marcada por el repliegue de la hegemonía estadounidense y la desarticulación de su "orden internacional basado en reglas", por un lado, y la emergencia de actores que reclaman recuperar un protagonismo en sus regiones y el escenario global. La turbulencia de esta transición se da como producto del choque entre dos corrientes: una de resistencia, la occidental, que se niega a perder su papel de privilegio en el mundo; y otra de insurgencia, la de potencias orientales revisionistas que desafían a Occidente.
La guerra en Ucrania se aproxima a su segundo aniversario con un panorama más complejo que cuando comenzó. Rusia no sólo ha logrado resistir a las sanciones occidentales y mantener su economía a flote, sino que ha aprendido de sus errores estratégicos iniciales y ha recuperado la iniciativa. La tan anunciada contraofensiva ucraniana de 2023, para la cual Kiev recibió ingentes recursos monetarios y bélicos de Occidente, fue frenada por unas tropas rusas que hoy se preparan para extender su ofensiva a otros frentes. El conflicto en Palestina distrae a norteamericanos y europeos de sostener el ritmo de apoyo a Kiev, lo que alienta a Moscú a reforzar sus agresión para forzar una negociación que le permita a Putin presentarse a las elecciones de este año con un resultado que parezca una victoria.
Más allá de la propaganda sobre la desnazificación y la defensa de los rusos étnicos, los objetivos del Kremlin en Ucrania tienen que ver con una ambiciones geopolíticas que hunden sus raíces en una tradición expansionista. En un país en donde el éxito de un gobierno se ha medido históricamente por el orgullo nacional, la influencia mundial y la ganancia territorial, Putin pretende erigirse como el líder que levantó a Rusia de la humillación tras la caída de la URSS, le regresó sus aires de gran potencia y le hizo ganar miles de kilómetros cuadrados, sin que Occidente haya podido ponerle freno. Esto implica sacudir el tablero geopolítico y poner patas arriba el orden global que EEUU quiso mantener tras la caída del Muro de Berlín. La ayuda de Washington y Bruselas a Kiev no sólo debe leerse como el respaldo occidental a la soberanía de un país, sino también como un intento por descarrilar los planes de Putin y por hacer prevalecer y extender la hegemonía liberal en Europa Oriental, incorporando a Ucrania a instituciones como la OTAN y la Unión Europea.
Mientras tanto, en Oriente Medio asistimos a una escalada que pudiera alcanzar niveles no vistos en una región que de por sí tiene una larga historia de conflictos. Bajo el argumento de la eliminación de grupos terroristas islamistas, Israel ha acelerado su política de limpieza étnica del territorio palestino fiel a las directrices del sionismo radical que controla el estado israelí desde 1996. Lo que persigue el sionismo radical es la creación de un Estado exclusivamente judío que controle, someta o anule -según sus intereses- a la población árabe palestina. Esta postura ha recibido el respaldo de EEUU y potencias europeas que dicen defender en la teoría la resolución de la creación de dos Estados, mientras en la práctica brindan recursos para la ejecución de los objetivos radicales sionistas.
Del otro lado están milicias extremistas que defienden la existencia de un Estado palestino fundamentalista y que, para tal fin, propugnan la desaparición de Estado de Israel. Estas milicias forman parte de la resistencia palestina, aunque no constituyen la única expresión de la misma. Uno de sus principales apoyos proviene del régimen teocrático de Irán, cuyo objetivo geopolítico principal es consolidar su influencia regional y expulsar a EEUU de Oriente Medio. Teherán es el centro del Eje de la Resistencia, conformado por Hamás en Gaza, Hezbolá en Líbano, las milicias chiíes en Irak, el régimen de Al Asad en Siria y la rebelión Hutí en Yemen, la cual, por cierto, lleva a cabo ataques a intereses israelíes y occidentales en el mar Rojo en un claro afán de desestabilización del comercio internacional que atraviesa la zona. Washington se resiste a estos planes y por ello defiende a Israel, la avanzada occidental en la región. El asesinato en Beirut de Saleh Al Arouri, principal negociador de Hamás, por parte de las fuerzas israelíes, es una afrenta para Hezbolá, que ha prometido vengar el ataque cometido en suelo libanés, lo que llevará el conflicto a su plena internacionalización.
En el otro extremo de Asia, en la región de los mares de China, las aguas también se agitan. En la península de Corea, el régimen comunista de Pyongyang redobla su amenaza a Seúl y a Tokio, con el lanzamiento de misiles balísticos y ensayos de artillería. Estas acciones que, desde la retórica del líder norcoreano Kim Jong-Un, responden a actos disuasorios de defensa frente a lo que considera acciones hostiles de EEUU y sus aliados asiáticos, ocurren ante la mirada complaciente de China, proveedor casi exclusivo de todos los bienes que consume Norcorea. Es imposible creer que una acción de guerra del régimen de Pyongyang no cuente con el aval de la potencia que lo mantiene en pie. Y esta actitud desafiante ha motivado a Washington a fortalecer una alianza estratégica con Surcorea y Tokio para que puedan defenderse y poner límites a Norcorea. Pero, en medio de este clima, ¿cuál es el objetivo central de Pekín?
Como lo ha expresado recientemente el presidente Xi Jinping, China busca construir un nuevo orden mundial en donde, al menos al principio, la multipolaridad sustituya a la unilateralidad occidental que defiende EEUU, pero en donde el eje económico y político esté en Asia. Para lograrlo, Pekín necesita constituirse como la potencia hegemónica del continente, cuyo primer paso está en la reintegración total de Taiwán, país celoso de su autonomía. Y el obstáculo principal que tiene enfrente es la fuerte presencia de la armada estadounidense en la región y la estructura de alianzas que Washington ha construido para poner límites a los objetivos chinos en Asia y, particularmente, Taiwán. Para Xi, los objetivos de Rusia en Europa Oriental y de Irán en Oriente Medio son coincidentes, por el momento, con los de China en Asia y el mundo. Por eso, mientras respalda política y económicamente a Moscú, principal potencia militar euroasiática, se acerca a Teherán para sustituir a EEUU como potencia mundial en Asia Occidental. Lo que observamos es una gran colisión de dos mundos en múltiples escenarios.