La OMS define a una persona sobredotada (o superdotada) como aquella que cuenta con un coeficienteintelectual (IQ ) superior a 130. EL SIGLO DE TORREÓN / Daniela Cervantes
Educar a infantes que registran altas capacidades puede resultar un viaje acompañado de peripecias y dificultades, primero, porque enfrentan a un sistema tradicional que no les ofrece un espacio que promueva su potencial, y segundo, porque pertenecen al 2.2 por ciento de la población que parece estar olvidada desde la acción gubernamental.
Por medio de Facebook una mamá solicita recomendaciones de escuela para su hijo. En apariencia, parece un post cotidiano, sin embargo, la mujer describe que su pequeño ya sabe sumar, restar, y hasta identificar números de dos, tres y cuatro dígitos. Además, asegura que le gusta mucho leer y que, incluso, es autor de dos cuentos. El tema aquí es que el menor ya ejecuta todo lo anterior y todavía no alcanza ni los cinco años de edad.
“Todo esto lo hizo de la noche a la mañana, hemos pasado por dos colegios, pero llora mucho, queremos darle la mejor educación y el lugar adecuado donde él se sienta pleno, es un niño muy noble”, sentencia Abby en su publicación, una mamá lagunera que desea encontrar un lugar que abrace la inteligencia de su hijo.
La contacto por la misma red social, me interesa indagar más en su historia. Abby acepta tener una entrevista con este diario y me recibe en su casa, también ahí está Luis Manuel, su esposo y su único hijo Luisito.
El pequeño, enfundado en una camisita con los personajes de Mario Bross estampados, me saluda con amabilidad y cercanía, para después perderse en la lectura de un libro. Lo hace en voz alta, por eso soy testigo de que lee de forma clara y de “corridito”.
El próximo 13 de septiembre cumplirá cinco años, y desde antes de cumplir los tres, sus padres comenzaron a notar dones especiales en él. Por ejemplo, Abby recordó el día en que su madre le preguntó si su nieto ya sabía leer, a lo que ella respondió que no; pero antes, Luisito, ya le había demostrado a su abuela que sí, cuando se soltó leyendo los empaques de varios productos que vendía en su tienda de abarrotes.
Cuando cumplió tres años, el pequeño ya dominaba todo el abecedario y comenzó a devorar libros de cuentos. Su padre Luis Manuel me comparte que a su hijo le gustan los retos, por eso, quizá, desde más pequeño no mostró resistencia para adherirse, primero a maternal y luego a kinder uno.
La dificultad comenzó cuando en agosto del año pasado lo inscribieron a segundo de kinder. Al principio, cuenta Abby, la directora y su maestra identificaron y abrazaron la inteligencia de Luisito, pero ante un cambio de dirección, los comentarios positivos se convirtieron en quejas, y la nueva encargada de la institución señalaba a diario malas conductas del niño.
“Un día me dice la directora: ‘hemos detectado que Luis termina sus actividades muy rápido, se distrae y luego distrae a los demás, se quita los zapatos y se come las sopitas con las que hacemos las actividades’. Y me pidieron que fuera más temprano por él”. Por ello Abby comenzó a recogerlo una hora antes de la salida. Así, menciona, le rebajaron a su hijo el tiempo de enseñanza, pero no así a ella el precio de la colegiatura.
Poco tiempo después resultó evidente que Luisito ya no disfrutaba su estancia en esa escuela. Cada vez que lo llevaban se ponía a llorar y regresaba triste a casa. Por eso sus padres decidieron darlo de baja.
Y aunque les aterra decirlo, tanto Abby como Luis Manuel saben perfectamente por qué esa escuela no le funcionó a su hijo. Aunque les cuesta aceptarlo y no porque sea algo malo, están conscientes de que Luisito posee altas capacidades intelectuales, una condición para la que muchas escuelas tradicionales no están preparadas.
Aunque no cuentan con un diagnóstico, ni ninguna prueba les ha revelado que Luisito tiene un coeficiente intelectual (IQ) alto, tampoco pueden tapar el sol con un dedo y negar que su hijo sobresale del promedio.
En el fondo saben que su antigua escuela les pidió que lo recogieran más temprano porque no supieron qué hacer con él; saben que su hijo aprende rápido y cuando no se siente estimulado se aburre. Saben que el equipo educativo de esa escuela no supo cómo canalizarlo, y lo más fácil que resolvieron fue hacerlo a un lado.
También saben que de confirmarlo, el camino para ubicar una institución que lo promueva, en vez de que lo apague será complicado.
No lo han sometido a pruebas porque todo eso también representa un gasto. Por ejemplo en una clínica de atención neuropsicológica integral ubicada en Torreón les informaron que para saber si su hijo cuenta con capacidades intelectuales altas, primero deben asistir a varias sesiones por semana, que representan un costo de 800 pesos por cada visita. Se trata de una inversión que golpearía a la economía familiar, debido a que Abby desde el 2022 tuvo que dejar de trabajar para estar, justamente, al pendiente de la educación de su hijo.
No se trata de un panorama sencillo, pienso mientras observo al pequeño Luisito dibujando las fases de la luna, me las dice a todas, así como también me habla de los planetas, del universo y me demuestra que ya se sabe todas las letras, también me cuenta en inglés hasta el número 20, e incluso sus padres me alientan a que pruebe su inteligencia y me invitan a que le escriba en una hoja de máquina números de dos, tres, y cuatro dígitos, sólo para enterarme de que identificarlos y pronunciarlos en voz alta no representa para él ningún problema.
También, en el poco tiempo que tengo en su casa, me doy cuenta que Luisito, aparte de listo, es cálido. Dice su mamá que es muy sensible al entorno, y un niño muy empático. Por eso le aterra que de ser cierto lo de su IQ, tengan que acelerar su educación, y él deba estudiar con niños más grandes, que al no comprender lo que sucede, lo rechacen, discriminen o le hagan bullying (la estadística dice que en México, 4 de cada 5 niños con capacidades intelectuales superiores al promedio sufren acoso escolar).
No lo han confirmado, pero Abby y Luis Manuel sospechan que su hijo es sobredotado, una condición que de comprobarse, incluso, para ellos, representaría un reto. Por ahora, me expresan: siguen en la búsqueda de una escuela que comprenda, encamine, potencie, y no rechace la inteligencia que, desde su corta edad, demuestra Luisito.
SER NIÑO CON UN IQ DE 132
“El resultado del Coeficiente Intelectual es de CI 132, lo que lo ubica en la escala poblacional en un nivel MUY SUPERIOR, en el que se encuentra solamente el 2.2% de la población”, fue la conclusión de una prueba a la que fue sometido Matías en diciembre del año pasado. Tiene seis años, y al contrario de Luisito, él ya está diagnosticado: es sobredotado.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a una persona sobredotada (o superdotada) como aquella que cuenta con un coeficiente intelectual (IQ) superior a 130, mientras que el promedio se encuentra en 100.
El término superdotado (que hoy también se conoce como sobredotado o altas capacidades) comenzó a ganar uso en la primera mitad del siglo XX, especialmente en los países de habla inglesa, donde se usaba "gifted" (dotado). Lewis Terman, un psicólogo estadounidense conocido por su estudio a largo plazo de niños con un coeficiente intelectual (CI) alto, con su trabajo, el Estudio de los Genios de Terman (iniciado en 1921), fue uno de los primeros en identificar y estudiar de manera sistemática a los niños superdotados.
En su caso, Karla, la mamá de Matías, me cuenta que desde que su hijo entró al kinder, las maestras le advirtieron que era un niño muy particular, adelantado, le dijeron, a todo lo que ellas pudieran enseñarle. Incluso le sugirieron subirlo de año, algo que ella aceptó, y a lo que el niño, dice, fácilmente se adaptó.
A los tres años y medio el pequeño ya sabía ubicar todas las letras del abecedario. También al ver videos educativos en su tablet, los elegía en diferentes idiomas, por ende comenzó a practicarlos. Actualmente domina el inglés sin problema.
“Desde ahí empezamos a notar que Matías traía algo diferente”. Karla y su esposo comenzaron a buscar a un especialista que les explicara el comportamiento de su hijo. Pero por más que buscaron, en Torreón no ubicaron quién pudiera ayudarlos, por ende, viajaron a la Ciudad de México. Ahí, Matías fue evaluado por Rosa María Espriu Vizcaíno, especialista en niños sobredotados, quien después de aplicarle un estudio integral, concluyó que el niño poseía altas capacidades intelectuales, muy superior al promedio, un IQ de 132 para ser exactos.
Y ahora ¿Qué sigue? Se preguntó Karla después de tener los resultados de las pruebas en sus manos. Ya de regreso al terruño, junto con su marido comenzó a buscar la escuela ideal para su hijo, porque de pronto se enteraron que la inteligencia de un niño puede resultar una amenaza, y que llega, incluso, a ser rechazada por ser confundida con rebeldía o indisciplina.
Lo saben porque Matías, antes de aplicarle las pruebas de inteligencia, fue señalado de indisciplinado, distraído y malentendido. Pero no, ahora saben que su hijo no es nada eso, ahora saben que su hijo sólo es un sobredotado que constantemente necesita nuevos retos. Ahora saben que cuando les llamaron la atención porque de la nada se salía del salón, no era porque al niño no le interesara aprender, sino todo lo contrario, lo hacía, porque, de lo que se hablaba en el aula, él ya lo sabía, y el salirse, sólo era una reacción natural de su necesidad por adquirir nuevos conocimientos, y que eso de ninguna manera es su culpa.
Así como tampoco es su culpa que la parte de la población a la que pertenece, que, como ya se mencionó, es sólo el 2.2 por ciento, está fuera del radar del sistema educativo. Por ejemplo, en la Ley General de Educación en Coahuila ni siquiera están reconocidos. En los 111 artículos que contiene, en ninguno se menciona algo referente a los sobredotados. Lo mismo ocurre con la Ley General de Educación, en la que el término no se menciona explícitamente.
Por eso, ahora los papás de Matías saben que no cualquier escuela tiene la capacidad de recibir a un alumno como su hijo. En la propia institución en la que cursó el kinder, les dijeron que el niño no podía brincar con ellos a primaria porque no contaban con las herramientas necesarias para atender sus demandas intelectuales. Ahí, me dice Karla, comenzó la odisea para ubicar una escuela capacitada. Tocaron puertas y al no encontrar nada hasta pensaron en mudarse a la CDMX o a Monterrey, sólo para encontrar una institución que entendiera y encaminara la inteligencia que nació junto con Matías.
Al final decidieron quedarse porque encontraron una opción en una escuela Montessori que les ofreció una metodología multigrado, la cual le permite a su hijo convivir y aprender con niños más grandes que él. Actualmente cursa la primaria. Además, sus papás resolvieron que también era bueno inscribirlo a clases de piano y de batería en una escuela de música en Torreón para mantenerlo estimulado. Y ahí, en ese lugar, mientras él toma sus lecciones, yo charlo con su mamá, quien me reitera que tener un hijo sobredotado representa un reto en todos los sentidos, en lo educativo, pero también en lo económico.
Por ejemplo, sólo en la educación de Matías me comparte, invierte 11 mil pesos al mes. Aparte tiene que atender las necesidades de sus otros cuatro hijos. Otro reto es que a pesar de que, dice, Matías tiene una mente revolucionada, no deja de ser un niño al que se le debe alentar a que viva su infancia con total normalidad, “(también) hay que cuidar la parte emocional, y afectiva, para que su desarrollo vaya a su ritmo y a su tiempo”…
Karla aún no sabe si el método Montessori le va a funcionar a Matías, pero de lo que sí está segura es que el sistema educativo tradicional no tiene un lugar para su hijo, por ende, está consciente de que la odisea para que su pequeño acceda a una educación digna, apenas comienza.
PERFIL DE UN SOBREDOTADO
Rosa María Espriu Vizcaíno, especialista en niños sobredotados con más de 20 años de experiencia informó para este reportaje que si un niño o una niña habla a una edad muy temprana, empieza a leer o a escribir sin ayuda, cuenta con un vocabulario amplio o capta la información de manera inmediata, podríamos estar hablando de un infante de altas capacidades.
En la escuela, dice, por ejemplo “ejecutan rápido y se aburren el resto del tiempo”, por ende, comparte, el maestro se queja de ellos, y sus compañeros al no estar en su nivel, comienzan a discriminarlo.
La especialista califica al sistema educativo tradicional como pésimo, pero más que eso, identifica que a las escuelas de México no les cae el veinte de que los sobredotados existen, y, dice, no se trata de que los vean como niños excepcionales, solamente, sino simplemente como una parte de la población estudiantil que tiene otras necesidades.
Esas necesidades, aunque son varias, ella las resume en tres: necesitan mayor reto cognitivo, que nos les repitan las cosas que ya saben y que tanto maestros como padres de familia identifiquen, y después promuevan, sus principales talentos.
Espriu Vizcaíno opina que falta voluntad para identificar, a través de pruebas, a estos niños sobredotados, que aunque no se sabe con exactitud cuántos no están identificados “la literatura dice que en una escuela, al menos el 10 por ciento del alumnado posee altas capacidades, y de esos ¿a cuántos los papás los llevan a hacer un proceso de identificación completa?”.
Para ella es de suma importancia la detección temprana, y aplicar, si se tiene la sospecha, un estudio psicopedagógico, porque dice, muchas familias lo que hacen es realizar estudios clínicos que sólo se prestan a los falsos diagnósticos, y a que se aplique una medicación innecesaria.
Asimismo las pruebas de inteligencia, solas, enfatiza, no sirven de nada “porque ¿para qué le sirve a un papá o una mamá saber que su hijo tiene IQ de 140?. Lo importante es identificar sí, la capacidad intelectual, pero también las inteligencias múltiples altas, saber cómo se siente el niño en su escuela, en su casa, cómo se siente como parte de la familia”.
Al cuestionarla sobre cuál es la inversión que debe realizar una familia para detectar las altas capacidades de algunos de sus integrantes, la especialista informó que el estudio completo cuesta alrededor de 10 mil pesos. “Es un costo alto, pero esta información que reciben les sirve para toda la vida”.
Rosa María Espriu concluyó que el tema más que invisibilizado actualmente está negado, debido a que el reconocerlo implica trabajo, es decir, que las escuelas y maestros tengan que ser capacitados para atender las demandas intelectuales de los niños y niñas sobredotados.
VISIBILIZAR LA SOBREDOTACIÓN EN COAHUILA
Otro testimonio que recabó este diario, aparte del de Abby y de Karla, es el de Sandra Edith, mamá de dos sobredotados. Ella sí, también ya pasó por la odisea de encontrarles escuela, ya se percató de que el sistema educativo tradicional no tiene un lugar para ellos. Ya acudió a clases particulares, ya viajó a la Ciudad de México en busca de respuestas, ya invirtió más de lo convencional en su educación. Ya escuchó a maestros que le dijeron que sus hijos eran rebeldes e indisciplinados, ya se dio cuenta de que sus retoños son parte de una población minoritaria que históricamente ha sido olvidada.
Cómo ya pasó por todo lo anterior, la misma Sandra impulsó en Coahuila, desde el año pasado, la Asociación Civil “Unidos por la Sobredotación Intelectual”, que, entre cosas, una de sus misiones es visibilizar a todos esos niños y niñas sobredotados que, aunque contados, existen.
Juan Manuel y Alfredo, sus hijos, son la inspiración de esta iniciativa social. Ambos son parte de ese 2.2 por ciento de la población superdotada que registra la OMS. Juan Manuel cuenta con un coeficiente intelectual de 138 y Alfredo de 140.
El año pasado, ambos vivieron un proceso de aceleración educativa, una práctica educacional compuesta por diversas estrategias que los estimuló académicamente y les redujo su tiempo de permanencia tanto en la secundaria como en la preparatoria. La primera la concluyeron en dos meses, y la segunda en seis. Actualmente estudian a nivel licenciatura a la edad de 12 y 14 años; uno en la Universidad Politécnica de Ramos Arizpe (Upra) y otro en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila (UadeC).
En una llamada telefónica, Sandra Edith comparte a este diario que su labor social se enfoca primero en que la sobredotación sea detectada de manera temprana, debido a que, dice, es muy común que se realicen diagnósticos erróneos.
Por ejemplo, el Centro de Atención al Talento (CEDAT), institución en México que atiende a niños y niñas sobredotados, estipula que el 93% de los niños sobredotados son confundidos y mal diagnosticados con el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Lo cual genera un manejo inadecuado y por lo tanto la pérdida de sus capacidades.
Por eso, “Unidos por la Sobredotación Intelectual” parece ser una luz en el camino de todos aquellos niños y niñas coahuilenses que muestren indicios de ser superdotados. A la fecha, informó Sandra Edith, registran 20 casos de sospecha; de esos, puntualizó, se ha confirmado que tres sí son sobredotados. Es decir, actualmente la asociación le da seguimiento educativo a cinco niños, incluidos sus dos hijos. Cuatro son de Coahuila y uno de Monterrey.
“Empezamos a canalizar a 20 familias, de ahí surgieron tres casos ya confirmados con pruebas, y de esos tres, solamente uno ya inició con el proceso de aceleración educativa. Se trata de un niño de 7 años originario de Saltillo”.
Según la Secretaría de Educación Pública (SEP), la aceleración es un modelo de intervención educativa, que permite a los alumnos con aptitudes sobresalientes y talentos específicos, moverse a través del currículo a un ritmo más rápido de lo que se establece en el sistema educativo nacional. Sin embargo, se estipula, que para la implementación de este modelo, es fundamental considerar el contexto familiar, escolar y social del alumno.
Sandra puntualiza que sí, la detección es un paso muy importante, pero acompañar a un niño sobredotado a que alcance su máximo potencial educativo, es un camino arduo, y a veces, reconoce, puede estar lleno de obstáculos.
Para empezar, dice, el sector público no aplica las pruebas de inteligencia. En su caso, igual que Karla (la mamá de Matías), su familia tuvo que viajar a CDMX, y pagar a un particular para que sus hijos Juan Manuel y Alfredo pudieran ser diagnosticados.
Y es que Sandra ya comprobó que los niños sobredotados no son un tema primordial en la agenda del quehacer gubernamental, ¿Por qué? Porque el sector educativo público no los atiende y porque, simplemente, el término “sobredotado” no existe en la Ley de Educación de Coahuila.
“Y mientras no exista, por ende, no van a existir programas especiales, no van a existir becas, no va existir una atención especializada, entonces la respuesta es no, el sistema educativo de Coahuila no ha atendido todavía a esta minoría”.
En ese sentido, informó, actualmente sólo cuatro estados de la república reconocen la sobredotación intelectual y esos son: Nuevo León, Guadalajara, Querétaro y el Estado de México.
“Coahuila se está quedando corto, pero tenemos la esperanza que al ser nuestro gobernador (Manolo Jiménez) una persona joven y visionaria, este tema, el de los niños sobredotados, cobre relevancia”.
Para Sandra, apoyar a la población sobredotada es de suma importancia, porque, argumentó: “son niños y niñas que pueden contribuir mucho al crecimiento económico, no nada más de nuestro estado, sino también de todo el país”.