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Jesús Silva-Herzog

La segunda decisión

JESÚS SILVA-HERZOG

La futura presidenta coloca las primeras piezas en el tablero de su gobierno. Su gabinete empieza a tomar forma con cuadros experimentados que conocen los asuntos que atenderán. El absurdo criterio de la lealtad por encima de la capacidad parece estar lejos de la lógica de la nueva presidencia. A juzgar por los primeros nombramientos, podría decirse que quienes acompañarán a la presidenta Sheinbaum tienen una trayectoria propia y experiencia en la administración. Faltan muchos nombres, pero es innegable que los primeros reclutamientos (salvo el de la consejera jurídica) fueron bien recibidos. Incluso los críticos advierten en estos anuncios una señal de sensatez: una apuesta por la experiencia y el diálogo, un gesto de moderación que resulta alentador.

Es cierto que hace seis años se formó un gabinete razonablemente moderado que en nada moderó al presidente. La presidencia prescindió del consejo y la gestión de su equipo administrativo. No hubo realmente gabinete. Los cuadros menos ideológicos duraron poco o fueron adorno. Cada uno de los integrantes del equipo presidencial se habrá dado cuenta que era imposible llevarle argumentos al jefe. Siguieron dos caminos: rompieron con él, como lo hizo pronto Carlos Urzúa o estuvieron dispuestos a servir al decorado de Palacio Nacional. Ruptura o indignidad. Para ser, durante seis años, instrumento del antojo presidencial hay que tener mucha ambición y poco respeto de uno mismo. De ahí que debamos ser precavidos tras los anuncios recientes. La memoria cercana nos aconseja cautela ante los nombramientos de un presidente, pero no creo que el gabinete de Sheinbaum repita el modelo de la antiadministración saliente. En la candidata ganadora hay menos arrebato y más estudio; menos voluntarismo y más cálculo. No veo en ella el impulso de decidir por reflejo, a través de una simple dicotomía moral y por ello imagino que habrá gabinete.

Pero los nombramientos no son la primera sino la segunda decisión de la futura presidenta de México. La primera decisión fue haber aceptado acríticamente la agenda que le impuso López Obrador. Sheinbaum es responsable de haber aceptado su testamento de venganzas y, sobre todo, de consentir que ese pliego de imposiciones sea la prioridad de su inauguración. Debe subrayarse que no todas las propuestas del 5 de febrero se han incorporado como prioridad legislativa para septiembre. Pero durante ese mes que será el primero del nuevo congreso y el último de la presidencia de López Obrador se discutirá la reforma más tóxica: el descabezamiento de todos los tribunales federales. Sheinbaum fue capaz de posponer algunas propuestas, pero no la más nociva de todas, esa que descompondría una columna fundamental del Estado mexicano para hacer experimento con una alternativa de muy dudoso beneficio.

La purga de los jueces y la inevitable inestabilidad que causaría esa revolución judicial marcaría definitivamente al futuro gobierno. Se engaña el oficialismo cuando desestima los impactos de la supresión judicial. Los publicistas del régimen sugieren que, si acaso, la reforma provocaría una turbulencia pasajera en la bolsa y el peso, pero que las aguas volverían pronto a su nivel. Como el gobierno de Miguel de la Madrid fue marcado por la expropiación de la banca, el de Sheinbaum quedaría marcado por la desintegración del poder judicial. Es una irresponsabilidad gigantesca la de la presidenta electa el persistir en este empeño de la que el país y su propio gobierno saldrían perjudicados. No hablo ahora del efecto antidemocrático de la reforma trazada, hablo de la inestabilidad en el espacio judicial, de la explosión de la incertidumbre jurídica, de la incrustación de una desconfianza profunda en el corazón del sistema legal mexicano. Rehacer el poder judicial no puede ser asunto de apresuramientos. Con encuestas no se hace ingeniería constitucional. Pero, lejos de ventilar la discusión con el aire de su propio tiempo presidencial, Sheinbaum está dispuesta a ceder ante el chantaje de la urgencia. Esa es la primera decisión de Claudia Sheinbaum. La segunda decisión, la de su equipo, palidece frente a ella. La morenista que quiere levantar un "segundo piso" está respaldando el gran socavón constitucional que sellaría su gobierno.

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Escrito en: Jesús Silva-Herzog

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