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La vida es para contarla

La objetividad que logran los biógrafos profesionales rara vez se manifiesta en una autobiografía, porque quien narra su vida tiende a justificar sus conductas.

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ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

No hay vida humana que carezca de interés y que no sea capaz de brindar lecciones. Biógrafos como Emil Ludwig, Stefan Zweig y Gregorio Marañón han publicado trabajos que retratan a personajes como Bolívar, Tolstoi, Juan Luis Vives y Beethoven. 

Si las biografías son interesantes, las autobiografías resultan fascinantes. La objetividad que logran los biógrafos profesionales rara vez se manifiesta en una autobiografía, porque quien narra su vida tiende a justificar sus conductas. Nietzsche lo explica: “Siempre que la memoria y el orgullo entran en conflicto, vence el orgullo.” 

Hay autobiografías para todos los gustos. Por su estética destaca Confieso que he vivido de Pablo Neruda. El poeta narra sus inicios en la literatura, el desarrollo de su conciencia política, su trabajo diplomático, sus encuentros con intelectuales de todo el mundo. Retrata bien a todo tipo de personajes: Gabriela Mistral, que le contagió su afición por la narrativa rusa; Miguel Ángel Asturias, con quien lo confundían, circunstancia que aprovechó en situaciones de persecución, y Gabriel García Márquez, que se quejó con él de la censura que sufrieron en la Unión Soviética las escenas amorosas de Cien años de Soledad. Nos da retratos de políticos como Stalin, Mao Tse Tung, Fidel Castro, el Che Guevara, Lázaro Cárdenas y Salvador Allende. 

En La rueda de la vida, Elisabeth Kübler Ross cuenta su historia desde su infancia en Suiza hasta sus últimos días en los Estados Unidos. La evolución de una endeble niña trilliza que se convirtió en una psiquiatra que impulsó tanto la tanatología que llegó a ser conocida como la doctora de la muerte. El contacto cercano, no sólo con moribundos, sino además con personas que se encontraban en situaciones límite, afinó su sensibilidad. Fundar centros para enfermos de SIDA provocó la agresión de algunos vecinos que incendiaron su finca, pero no lograron que ella dejara de trabajar. “Mis moribundos me enseñaron mucho. Revisaban conmigo su vida y así me enseñaban no sobre cómo morir, sino sobre cómo vivir”. 

En Recuerdos, sueños, pensamientos, Carl Gustav Jung cuenta su colaboración y posterior ruptura con Sigmund Freud así como el estudio que hizo de religiones antiguas y prácticas como la cábala, el tarot, el I Ching y la alquimia. “Existen otras cosas en el alma que no hago yo, sino que ocurren por sí mismas y tienen su propia vida”. Esa convicción le distanciaría de Freud, quien diría que así dejaba la ciencia en aras de un ilusorio misticismo. Se advierte en su libro como fue acuñando las categorías de psicología analítica: los arquetipos, el inconsciente colectivo, las sincronías, el ánimus y el ánima, la sombra, el método de la imaginación activa. 

Mario Vargas Llosa, en Como pez en el agua, narra sus años formativos y su corta pero intensa carrera política cuando contendió por la presidencia de Perú. Lo más difícil en la primera etapa fue la convivencia con un padre al que por años supuso muerto, porque así se lo hicieron creer su madre y sus abuelos. Después aborda sus años en la academia militar Leoncio Prado, en que conoció la brutalidad de la vida castrense que después relataría en su novela La ciudad y los perros. Se refiere también a autores como Jean Paul Sartre y Karl Popper —quien con La sociedad abierta y sus enemigos fue determinante para que abandonara sus ideas marxistas—. Da también cuenta de su oposición a las medidas estatistas de Alan García, su campaña presidencial en 1990 y su derrota frente a Alberto Fujimori. 

Ulises criollo, de José Vasconcelos, cuenta las primeras décadas de vida de un filósofo testigo de la revolución mexicana. Meritorio fue que en un tiempo muy machista Vasconcelos escribiera sin reparos sobre su vida sentimental. Aclaró que no aspiraba a la ejemplaridad, sino al conocimiento. No quiso ser un pensador de torre de marfil, sino un hombre comprometido con la emancipación. Evoca al Ateneo de la Juventud, del que formó parte con personajes como Alfonso Reyes, Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña. Reconoce que su aportación al Ateneo fue mediocre porque lo que él cocinaba en su interior no estaba entonces para ser leído en cenáculos y menos para ser publicado. Eso sí, cuando alguien le preguntaba poniendo en duda su condición de ateneísta: “Bueno, y tú ¿qué haces?”. Él respondía sin titubear: “Yo pienso”. 

A quienes rechazan los relatos autobiográficos por sus imprecisiones les vendría bien el dicho de García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

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