Hiram Ruvalcaba explora la violencia desde sus propias vivencias a través de su nueva novela.
Hay una cicatriz en cada poblado de México. Ninguno está exento de la brutalidad y sus sociales consecuencias. Un ambiente rulfiano suele morar en el aire. El escritor mexicano Hiram Ruvalcaba (Zapotlán El Grande, 1988) conoce desde pequeño el inestable clima del caos. En su reciente libro también habita una cicatriz, la cual abre la piel entre las relaciones familiares y la violencia contenida en ellas.
Sí, por una parte está la violencia a nivel macro, esa que azota al país desde hace décadas; pero por otro se localiza aquella que tiene plaza en los niveles sociales más básicos, donde el núcleo central es la familia. En Todo pueblo es cicatriz (Literatura Random House, 2023), el autor entrega una novela narrada desde la autoficción, en la que se retoman hechos verídicos ocurridos en Zapotlán (Ciudad Guzmán), Jalisco. El texto también se aproxima al ensayo, a la crónica y al reportaje impreso en primera voz.
“Hay un germen muy violento en la sociedad y esa es una de las principales cicatrices que yo estaba tratando de reflejar en este libro”, indicó el autor en entrevista exclusiva con El Siglo de Torreón.
NARRATIVA
Es el año 1996 y una mujer de nombre Sagrario ha sido baleada afuera de su casa. El estruendo de los disparos ha puesto en alerta a los vecinos, entre ellos a Hiram, hijo mayor de la familia Ruvalcaba. Cuatro años más tarde, la violencia alcanza a Rocío, quien es asesinada y sepultada a medias en la sala de su hogar. Un último caso ocurre en 2005, cuando toca turno a Antonio Ruvalcaba, tío del protagonista.
El autor toca el tema del narcotráfico, le parece crucial no soltarlo en la literatura mexicana, pero se concentra más en las fracturas familiares donde la semilla de la violencia busca sitio para germinar. Podría imaginarse un barranco de incomunicación y resentimiento, las paredes cubiertas por el orgullo, el vacío que da pie al silencio entre padres e hijos. Allí, en ese paisaje social de accidentado relieve, es donde todo empieza.
“Me parece que la violencia del crimen organizado es una de las etapas más exteriores de esta esfera. Si empezamos a cavar y vemos quiénes son los sicarios, de dónde vienen, cómo se relacionan, cómo fueron creados, etcétera, nos vamos a dar cuenta de que el germen de la violencia está en la familia, en el barrio, en cómo los vecinos, los maestros de escuela, los compañeros, en cómo nos relacionamos con ellos, de tal suerte que tuvimos el primer contacto con el mundo violento”.
Hiram Ruvalcaba tiene fresco el primer acto violento que experimentó. Entonces tenía seis años de edad y vio cómo un perro fue asesinado a pedradas. Los culpables fueron unos niños que cursaban la secundaria.
“Para mí ese fue un momento sumamente impactante, pero como ese ejemplo hay muchos más. Si quieres ver hasta dónde llega la paciencia de una persona, sácala al tráfico de Guadalajara a las tres de la tarde. Ahí vas a ver qué tan cerca está la violencia de nosotros”.
El último ejemplo de Ruvalcaba puede sonar a broma, pero no lo es. La violencia vial es capaz de detonar la agresividad más extrema en los conductores de este país. Y es que un acto cotidiano se traduce en actos más complejos.
“El feminicidio es un asunto grave y preocupante, el crimen organizado igual, terrible, pero también el padre que le dice a la mamá de sus hijos que no le dará dinero, porque con 200 pesos al día (incluso a la semana) ajusta para alimentar a los hijos. La violencia económica, la violencia política, la violencia que hay entre profesores y alumnos, el acoso académico, el acoso sexual, todos estos actos cotidianos forman parte del mismo problema, que es la violencia en nuestro país. Si vamos a hablar de violencia, es importante hablar de estas cosas”.
LOS MUERTOS NO NOS DEBEN NADA
Hiram Ruvalcaba aprovecha el tema de la violencia para hablar de otros temas como la compasión y el temor. En un apartado, el padre del protagonista se dirige a su hijo, luego de que falleciera un amigo de este con quien se había peleado: “Los muertos ya no nos deben nada”.
“Un ahijado de mi papá, que es la inspiración de este personaje, se metió de sicario y lo mataron a golpes. Yo lo quería mucho, lo estimaba. Y aunque notaba que ya no era la persona que había conocido y traía un aura de rispidez, seguía saludándome con mucho cariño, con mucho gusto. Y yo pensaba que sí, que seguro cuando anduvo de sicario no hizo cosas buenas. Pero al pensar en su historia, pensaba en su papá que, cuando tenía cinco años, lo abandonó para irse con otra familia. Un padre que nunca contestó sus llamadas, que nunca lo buscó para pasar tiempo con él y me pregunto si el papá tuvo alguna responsabilidad en el camino que eligió su hijo”.
A pesar de sus detalles y visión social, la pluma de Ruvalcaba no romantiza la violencia, pero es verdad que el empuje de la sociedad puede ser factor para que un individuo tome decisiones equivocadas. “Yo soy yo y mi circunstancia”, dicta una frase del filósofo español José Ortega y Gasset, ¿pero qué se puede filosofar cuando la vida concluye al accionar el gatillo?
“Cuando ya te cargó la muerte, ¿qué más le debes a la sociedad?, ¿qué más le debe este tipo a su país si ya lo pagó con su vida? Por eso creo que los muertos no le deben nada a nadie”.
El dolor te revela tal cual eres ante el mundo, escribe Ruvalcaba. También se dice que la felicidad es un privilegio que caduca pronto. En este texto, las imágenes de la violencia contra la mujer se enmarcan en el adulterio, el machismo, el acoso, el feminicidio. El autor nota una libertad de los hombres para ejercer ese tipo de violencia, pero un feminicida no comienza asesinando, existen pasos previos.
“El marido que tiene años sin preguntarle a la mujer cómo está, algo muy común en las casas latinoamericanas; la mujer que no le habla al marido cuando llega a casa porque por tal razón ya no lo quiere. Tú ves esas relaciones humanas complejas que son las relaciones amorosas y están cargadas de ecos violentos. En la novela, al hacer tender estos puentes entre las vidas de las chicas muertas y de la familia del personaje (que en parte es mi familia también, pues es una novela de autoficción), lo que trataba de mostrar era que, finalmente, ninguna familia está libre de caer en esta situación del feminicidio”.
Todo pueblo es cicatriz, también es una premisa moral que aborda el perdón, la empatía y la posibilidad de un futuro, tal vez no mejor, pero sí distinto.