Con frecuencia suele pensarse que las políticas públicas son leyes y reglas que ordenan la vida pública. En sentido estricto y más simple, las políticas públicas son decisiones de los gobiernos en nombre de sus ciudadanos respecto a un asunto en específico. Ciertamente, las leyes reflejan justo eso: lo que un gobierno ha decidido que va a hacer o no hacer con un pedacito de la complejísima vida pública. En la mayoría de los sistemas democráticos, los presidentes pueden presentar iniciativas de leyes nuevas o reformas que reflejen lo que ellos consideran que deben ser las decisiones gubernamentales. La Constitución es nuestra ley suprema y de ella derivan leyes secundarias, reglas de operación y reglamentos que traducen artículos y texto en programas, acciones y distribución de recursos. Dado que nuestra vida pública es muy amplia, las constituciones pueden considerarse como principios generales bajo los cuales hemos decidido vivir en sociedad. Abarcan lo más importante y, en teoría, todos los aspectos de la vida pública de todos los ciudadanos a los que esa constitución es aplicable.
Aunque extensa, nuestra Constitución explica los "qué" pero no siempre los "cómo". Te acordarás de que el Artículo 3º dice que todos tenemos derecho a la educación y brevemente explica qué se entiende por educación básica, pero hasta ahí. No nos dice cómo se organizan las escuelas públicas en el país, qué materias se imparten y de qué color se forra el cuaderno de Matemáticas. Para eso hay leyes secundarias que sirven de guía a las diferentes dependencias federales, estatales y locales para hacer su trabajo, implementar esas políticas escritas en la ley y proveer un servicio como la educación.
Si hasta ahí vamos bien, habría que matizar el reclamo de quienes han dicho que están muy bien las iniciativas de reforma, pero no dice la lista cómo y de dónde saldrán recursos para llevarlas a la realidad. No es una pregunta disparatada pero la Constitución y sus reformas suelen ser así: relativamente ambiguas y breves. Porque los cómo de todas esas iniciativas deben quedar clarísimos en lo que le sigue y acompaña a las reformas, que son justamente las leyes secundarias. Entonces, dada la información que tenemos hasta ahora, lo que podemos discutir acaloradamente en la mesa del café son los qué y conjeturar un poco los cómo sin volvernos locos por esa parte todavía.
Pienso que conviene hacer esta distinción de la utilidad de discutir lo que se sabe e irnos por partes porque solo así la discusión tiene más probabilidad de acabar en algo productivo. Por ejemplo, a mí me parece muy bien que en la lista estén cosas importantísimas como prohibir el maltrato animal y el fracking. La construcción de vivienda pública se detuvo hace un montón de tiempo y las ciudades mexicanas se han vuelto especialmente caras en estos últimos años. No me parece en absoluto una buena idea darle todavía más tareas, funciones y poder al ejército, integrando la Guardia Nacional a Sedena. También creo que seguir desapareciendo los organismos autónomos
es un completo despropósito. Todas esas son discusiones de política sobre el qué, y tendría más sentido discutir esa parte ahora.
Claro que nuestros representantes encargados de diseñar, discutir y aprobar leyes y políticas públicas sí que deben tener en el radar todo lo que le sigue a una ley o reforma. De otro modo, corremos el riesgo de tener una visión únicamente normativa de nuestra vida pública. ¿A qué me refiero? Pues una cosa es que nuestras leyes digan que vamos a utilizar un montón de vías férreas para trenes de pasajeros y otra cosa es que tengamos dinero para comprar trenes, construir estaciones y echarlos a andar. El tren maya es un ejemplo de lo costosísimo y complejo que tiene cualquier proyecto de infraestructura de ese tamaño o mayor.
La ciencia de políticas públicas explica que hay un proceso que va desde que identificamos un problema, pasando por diseñar su solución e implementarla hasta evaluar qué tan bien lo resolvimos. Estudiar políticas públicas también nos ha hecho aprender que estas etapas no siempre son secuenciales y el proceso es bastante menos lineal que como lo pintan los libros. Aunque es normal que la discusión de los qué esté muy relacionada y unida con la de los cómo, mucho bien nos haría saber en qué estamos de acuerdo y en qué no para tratar de buscar la mejor solución en colectivo a los problemas del país.