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Llámalo por su nombre

¿Es vulgar decir malas palabras? Hay muchos que coinciden en afirmarlo, pero ¿qué es ser vulgar?

Llámalo por su nombre

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MARCELA PÁMANES

Cada vez con más frecuencia, me detengo a pensar en eso que vi, escuché, presencié o viví. 

Una noche me encontraba haciendo fila en una de las cajas de un supermercado. Detenerse después de andar deprisa por los pasillos te sitúa en la realidad. 

En la caja de al lado, un hombre en sus treinta se recargaba en el carrito. Lo acompañaba una mujer joven y un pequeño los rondaba. Ella, entre palabras altisonantes, le reclamaba a manera de broma lo egoísta que era. Él sólo reía y prefería entretenerse con el niño. Ella le insistía, ya en tono más de reclamo, que no le hubiera comprado eso que le pidió, pero nunca se dirigió a él por su nombre; siempre fue “güey” o “ca…n”. 

Me quedé pensando en la manera que muchas parejas se comunican, en el cómo se hablan, en el cómo se demuestran el afecto. Le pregunté a unas cuantas personas qué significaba para ellas que sus parejas emplearan descalificaciones para nombrarles. Hubo respuestas de todo, por ejemplo: “a mí se me hace natural, porque siempre nos hemos llevado así”. Otra respuesta tuvo que ver con la normalización de un tipo de lenguaje. Una joven mujer me dijo que su novio y ella habían llegado a un acuerdo de no utilizar malas palabras en su relación, ya que consideraban que si no lo hacían así podían traspasar fácilmente la barrera del respeto. 

El lenguaje es algo tan complejo, no sólo desde el significado y el significante, sino desde la interpretación, la emocionalidad, el tono, el momento en que se dice y, por supuesto, el involucramiento del receptor. ¿Es vulgar decir malas palabras? Hay muchos que coinciden en afirmarlo, pero ¿qué es ser vulgar? Desde la definición básica, vulgo es pueblo, es la muchedumbre. El vocablo latín vulgus significa “gente común”, aquellos que no son refinados ni educados. Como la lengua está viva, hay definiciones que parecieran obsoletas. Las estratificaciones sociales han cambiado y hay costumbres que van y vienen entre los diferentes nichos de población. Para empezar, todos pertenecemos a un lugar, región o país; entonces todos somos pueblo. 

Entonces, lo que nos hace diferentes es la manera en que nos comportamos, el lenguaje que empleamos y el cómo nos relacionamos. Se puede ser vulgar con la cartera repleta de dinero, con un título universitario colgado en la pared, con la casa más impresionante, y puedes ser alguien que vive con los ingresos mínimos y ser educado, culto y respetuoso. 

Entiendo que cada quien establece las reglas de convivencia con la pareja, la familia y los amigos, pero tener control sobre lo que dices y cómo lo dices es fundamental para la paz y la armonía. Me atrevería a inferir que igual que le hablan a los demás se hablan a sí mismos. 

¿Será tan difícil ser considerados?, ¿ser amables?, ¿dejar de lado el lenguaje impropio que lo único que hace es poner distancia y cancelar la comunicación? 

“Es que le tengo toda la confianza del mundo, como sea que le diga, él sabe que lo quiero”. De acuerdo, son valores (¿o antivalores?) establecidos por ellos, pero ¿es necesario? ¿Así se demuestra el cariño? ¿O lo hacen para sentirse súper modernos, vanguardistas y liberales? Quizá también para seguir el patrón de quienes en la televisión o en las redes se han convertido en modelos a seguir. 

Volvamos a las buenas costumbres. Tanto que nos esmeramos en escogerle un nombre a nuestros hijos para que a la vuelta del tiempo solo sean “güey” o “ca...on”.

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Escrito en: Marcela Pámanes relación de pareja vulgar vulgaridad malas palabras

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