Rodolfo, 'El Popo', siempre está ahí, de ocho de la mañana a nueve de la noche, listo para atender al cliente. (DANIELA CERVANTES)
Hay lugares que permanecen como estampas infinitas en el tiempo. Es cerca de medio día y deambulo por el parque Morelos de Gómez Palacio, mis ojos de infante penetraron ese pulmón durante, al menos, los seis años que cursé la primaria en la Escuela 18 de Marzo, institución que se encuentra justo a un lado, sobre la calle Rayón.
Observado desde Google Maps, el parque Morelos forma una escuadra, dentro de ella, casi al centro, ahí lo encuentro. De niña me gustaba ir ahí, a sentarme en unas sillas de fierro que parecían de una época antigua, quizá le pedía a mi mamá que me comprara un dulce, o un refresco, no recuerdo, pero de lo que sí estoy segura, es que ese estanquillo, clavado en el corazón del parque, me resulta familiar.
"Quiubole, ¿cómo estás? Si me acuerdo de ti", me dice un hombre que barre las hojas muertas que reposan cerca del negocio, producto de la época otoñal.
Yo también me acuerdo de él.
Se llama Rodolfo López, pero lo conocen como "el Popo", y desde que tengo memoria siempre ha estado ahí, en ese lugar que me transporta a la infancia.
La estructura del estanquillo sigue igual, luce algo desgastada por el tiempo, pero sigue igual. Arriba, pintado con letras blancas, se lee: Lonches Don Popo, nombre con el que fue bautizado el emprendimiento de un hombre, que data de 1970.
No fue Rodolfo López con el que me cruzo esa mañana, sino su papá (que portó el mismo nombre) el que fundó este negocio de lonches, que hasta la fecha permanece abierto.
Crisis económicas, delincuencia y hasta una pandemia, han sido motivos por los que infinidad de negocios laguneros han cerrado sus puertas. Incluso, empresas o maquilas que estuvieron en los alrededores del parque Morelos, desaparecieron, pero los Lonches Don Popo no, el lugar es perenne y parece ser que, como una metáfora, es este el que bombea el corazón del parque Morelos.
Después de que Rodolfo termina de recoger las hojas y levanta las cortinas del puesto, me dice que se encuentra listo para contar su historia.
TESTIGO DEL PASO DEL TIEMPO
Rodolfo López relata que Lonches Don Popo arrancó operaciones en el año 1970. "Llegamos en 1970; yo tenía 12 años. Fue mi papá quien inició el negocio, y yo le ayudaba en ese entonces".
La lonchería comenzó de manera muy modesta: "Ahí donde está esa barrita blanca, ahí empezamos", me dice Rodolfo, mientras señala un espacio cerca de la alberca, que hoy, cabe mencionar, luce desierta.
También recuerda que la refresquera Pepsi les ayudó con algunos materiales para comenzar. "Mi papá tenía amigos que le ayudaron a conseguir un carrito y una lona. Era una forma muy humilde de vender".
De donde me señaló que comenzaron a comerciar lonches, sólo se cambiaron unos metros. Ya en esa nueva ubicación, entre la empresa Barrilitos y el gobierno del entonces presidente Carlos Herrera, los ayudaron a levantar la estructura donde ahora se encuentra.
Del parque Morelos, me expresa, era muy diferente en aquella época. "Recuerdo que había jardineras triangulares con zacate, y cada una tenía una lamparita en el centro".
Como dato histórico, antes, el ahora pulmón de Gómez Palacio, fue la Alameda González Cosío, llamada así en honor a un personaje de fama nacional. Sus registros datan desde 1890, época en el que era conocido como "el barrio del pueblito", debido a que ahí se juntaban un grupo de indígenas a convivir. Fue hasta el centenario de la Independencia de México (1910), que el ayuntamiento decidió nombrarlo parque Morelos, en memoria de José María Morelos y Pavón.
Rodolfo, que ha sido testigo de las transformaciones de ese espacio verde, que en octubre del 2021 fue declarado Área Natural Protegida, menciona que su padre, después de una enfermedad, falleció a los 53 años. Tras su muerte, él asumió el control de la lonchería. "Yo tenía 23 años cuando me hice cargo. Mi papá ya estaba mal de salud desde que llegamos aquí, pero él se esforzó mucho por levantar el negocio". Aunque un tío suyo intentó ayudar, Rodolfo fue quien lo continuó de manera constante.
Ahora tiene 64 años, es decir, lleva 41 clavado en el corazón del parque, por ello sus ojos han sido testigo de los cambios físicos de la zona. Por ejemplo, un cambio notorio para él, fue cuando el expresidente José del Rivero realizó la primera remodelación del área verde, lo que marcó, dijo, el inicio de una etapa de cambios para el lugar y para su negocio.
"Antes el parque era de banqueta, con árboles muy viejos. El presidente José del Rivero fue quien remodeló todo; fue la única renovación general. Muchos han hecho pequeñas modificaciones desde entonces, pero nadie ha vuelto a hacer un cambio tan grande".
Asimismo, "el Popo" ha visto no sólo cómo el parque ha cambiado, sino también cómo la comunidad se ha transformado. "Cuando llegamos, había mucha gente mala y viciosa, y mi papá tuvo que lidiar con eso durante más de diez años". Afortunadamente el ambiente mejoró con el tiempo y, poco a poco, el parque empezó a recibir eventos y actividades que ayudaron a darle una nueva vida.
En ese sentido, comparte que, a pesar de las dificultades, su padre siempre se preocupó en trabajar para darle a sus hijos un sustento y una buena educación.
"A todos nos dio una carrera. Yo estudié Educación Física, y mis hermanos también lograron terminar sus estudios. Los consejos de mi padre nos ayudaron mucho. Yo todavía aplico lo que enseñó", me dice mientras un grupo de hombres en la mesa de al lado comparte el almuerzo.
LA PERMANENCIA
Le pregunto a Rodolfo cuál es el secreto de su permanencia, me dice, sin pensar, que la constancia y el trato.
"Mi papá me decía 'aquí siempre tiene que estar uno, mijo, no falta a quien se le ofrezca algo'". Y sí, Rodolfo siempre está ahí, de ocho de la mañana a nueve de la noche se encuentra listo para atender al cliente, que, comparte, ya le "granizan" poquitos, pero, dice, siempre llegan.
Luego de levantarse y atender a uno, Rodolfo expresa que Lonches don Popo es su segundo hogar. Es claro que él va a continuar, aún así tenga que nadar contra corriente.
Antes, el gobierno lo procuraba, y le prometía que le iban a remodelar, pero él ya no espera nada ellos, por eso, me adelanta, ya compró algo de pintura para darle otra vista al puesto, al puesto que comenzó su padre en 1970 y que él ha atendido durante 41 años. Un puesto al que le tiene cariño porque fue y sigue siendo el sustento de su familia, pero que también, percibo, Rodolfo aprecia con cierta nostalgia, quizá, porque como a mí... lo transporta a su infancia.