Los pescadores de la isla El Muerto
“Las noticias mejor contadas son aquellas que revelan, a través de la experiencia de una sola persona, todo lo que hace falta saber. Eso no siempre se puede hacer, por supuesto. Hay que investigar primero cuál es el personaje paradigmático que podría reflejar, como un prisma, las cambiantes luces de la realidad”, escribió Tomás Eloy Martínez en uno de sus deslumbrantes ensayos en torno al oficio periodístico. La frase puede usarse para describir el conmovedor y deslumbrante trabajo que Omar Millán ha hecho en Los pescadores de la isla El muerto, obra reconocida en 2022 con el Premio Bellas Artes de Crónica Literaria Carlos Montemayor, y que hace unas semanas ha sido publicada por el propio INBAL.
La muerte de al menos 32 buzos entre 2016 y 2018 en una comunidad pesquera del Mar de Cortés, llevó a Omar Millán a investigar y posteriormente redactar la crónica. El factor común es que las víctimas se dedicaban a trabajar el callo de hacha, un cotizado molusco que se encuentra hasta a 40 metros por debajo de la superficie y que se exporta a Estados Unidos y a Japón. De acuerdo con las normas internacionales de seguridad, un buzo no debe permanecer sumergido más de 50 minutos trabajando a esas profundidades. Pero esa es la teoría, pues según constató Millán, los buzos pasan hasta tres horas trabajando a marchas forzadas, compitiendo para ver quién saca más moluscos. La razón es simple: en ese empleo, nos dice uno de los pescadores entrevistados por Millán, se puede hacer mucho dinero en muy poco tiempo.
Otro factor de riesgo es que los buzos no practican lo que en el oficio se conoce como “descompresión”, que consiste en volver a la superficie en forma pausada, permitiendo que el organismo se adapte a los cambios de presión. De este modo, las muertes se habrían debido a la combinación de varios factores: autoexplotación por parte de las víctimas y ausencia de medidas de seguridad por parte de los patrones y de las autoridades.
Pero el problema no termina allí: pese a que la muerte de tantos pescadores supone una de las mayores tragedias de la industria pesquera regional, ha sido ignorada por la abrumadora ola de asesinatos derivados de la llamada “guerra contra el narco” en la región. Y justamente allí estriba uno más de los factores que propician el ciclo de muerte que atrapa a los buzos: en sexenios anteriores el tema del narcotráfico fue visto por el gobierno sólo como un asunto de seguridad, cuando debió ser tratado también como un fenómeno de salud, financiero y por supuesto, educativo. Así, no es exagerado decir que las muertes de pescadores pueden ser vistas como una consecuencia más de la llamada “guerra contra el narco”: una guerra que produce violencia, desempleo y pobreza. El caldo de cultivo perfecto para una tragedia silenciosa.
En lo que toca a la forma, el libro destaca por varias características: la primera es por la creatividad del autor para generar, conseguir y contrastar información. A la plasticidad de la crónica, Millán añade la precisión y la profundidad del reportaje. Una segunda virtud formal consiste en la diversidad de herramientas narrativas utilizadas. Para muestra, un botón: el capítulo V es una suerte de ejercicio coral que nos recuerda el virtuosismo con que la maestra Elena Poniatowska armó La noche de Tlatelolco. Una tercera característica es la habilidad en el manejo del tiempo, que Millán usa para crear en sus lectores un sentido profundo de la historia: tras enunciar que la zona fue poblada por misioneros jesuitas en el siglo XVIII, nos recuerda que los moluscos ya estaban en el lecho marino millones de años antes de que los primeros humanos pisaran la Tierra.
Frente al prejuicio que sostiene que el trabajo periodístico es efímero y los libros de ficción se escriben para la posteridad, trabajos como Los pescadores de la isla El Muerto llegan para demostrar que, con frecuencia, el periodismo es una de las formas que adquiere la gran literatura.