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Los Pinos, una revisión al hogar del rencor mexicano

Los cambios en la morada presidencial

Los Pinos, una revisión al hogar del rencor mexicano

Los Pinos, una revisión al hogar del rencor mexicano

PEDRO FRANCISCO PÉREZ

El Bosque de Chapultepec es el corazón natural de la Ciudad de México y uno de los órganos principales de su anatomía cultural. Cada domingo, miles de habitantes y turistas recorren sus veredas arboladas y visitan algunas de las grandes atracciones del país, como el mundialmente famoso Museo de Antropología Nacional o los Museos de Arte Contemporáneo y Moderno. Sobre la colina que da nombre al parque, se encuentra el abuelo de todas ellas: el Castillo de Chapultepec, que sobresale sobre la ciudad de cielo gris.

El castillo fue construido como coto de caza y después como casa de verano del virrey Luis de Velasco, representante de los reyes españoles en la Nueva España. En 1841, 20 años después de la victoria del movimiento independentista, se convirtió en la academia militar de un país que necesitaba un ejército para defenderse de invasores y también de sí mismo. Luego, durante el Segundo Imperio Mexicano (1864-1867), se convirtió en la residencia oficial del emperador Maximiliano I y su trágica esposa, la emperatriz Carlota. En 1882, el presidente Manuel González la declaró residencia oficial del Presidente.

UNA CASITA SENCILLA

Hacia 1550 se había levantado en el área un trapiche, donde se molía trigo y maíz a gran escala, por lo que adquirió tanta importancia que más tarde pasó a llamarse Molino del Rey.

A principios de 1853, José Manuel de Pablo Martínez del Río, patriarca de una de las familias más influyentes de México desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XXI, edificó en Molino del Rey un rancho al que denominó La Hormiga, por ser la más pequeña de sus muchas propiedades, la cual con el paso de los años fue transformada en una residencia. En el lugar existían dos casas, caballerizas, una capilla y demás servicios y espacios artificiales, como un estanque donde existían diferentes especies de peces y aves.

En 1917, con el fin de la fase armada de la Revolución Mexicana, el presidente Venustiano Carranza expropió las propiedades para que la gente más confiable de su gabinete pudiera vivir allí. Pagó 886 mil 473 pesos tanto por el lugar como por la construcción de una mansión que estaría cerca del Castillo de Chapultepec, que en ese momento ya se utilizaba como residencia oficial. El primer habitante fue Álvaro Obregón, mientras estaba al frente de Marina y Guerra. Después de que terminó el cargo, la residencia quedó sin uso.

En 1934, el muy popular Lázaro Cárdenas la convirtió en museo, considerándola demasiado ostentosa para que un mandatario viviera en ella. En aquellos días de gestos simbólicos revolucionarios, el presidente Cárdenas decidió trasladar la residencia presidencial al extremo suroeste del parque, zona que pasó a ser conocida como Los Pinos. El Castillo luego se convirtió en el Museo de Historia Nacional.

REFLEJOS DEL MILAGRO

Desde principios del mandato del Miguel Alemán, en pleno auge de lo que fue llamado “el milagro mexicano”, el protocolo para las visitas de jefes de Estado extranjeros en la Ciudad de México indicaba que estos se hospedaran en la residencia oficial, por lo que las instalaciones del chalet, que era la casa del presidente en ese momento, resultaron insuficientes para hospedar a dichas personalidades y a sus comitivas, situación que se unió al hecho de que la familia Alemán era muy numerosa, por lo que se pensó en hacer una nueva residencia que facilitara la vida diaria del presidente y sus visitantes, que también empezaban a ser artistas, académicos o empresarios.

El arquitecto Manuel Girault Esteva hizo un proyecto inicial, el cual fue modificado después de algunos ajustes por el ingeniero Fernando Parra Hernández. A principios de 1947 se empezó la construcción de la nueva casa con un estilo neobarroco francés en cantera, la cual se concluyó cinco años después.

La edificación se hizo en tres niveles: en la parte superior, las habitaciones de familia; en la planta principal, los salones oficiales para recibir y atender negociaciones, y en la planta subterránea salas de juego y de fiestas.

Desde que fue construida, la casa Miguel Alemán ha sufrido modificaciones con el objetivo de adaptarla a las necesidades del presidente en turno. Las más notorias fueron las realizadas durante el sexenio de Vicente Fox, cuando la convirtió en oficinas, aunque conservó la biblioteca, salones de eventos, comedor, salas y otras áreas de la mansión para usos posteriores.

RESIGNIFICACIÓN Y MORBO

Como la historia suele repetirse con ironía, 84 años después, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador (AMLO) optó por no residir en Los Pinos, aseverando que era un complejo demasiado ostentoso para un presidente, y se fue a vivir como un “mexicano común” en un modesto departamento, convirtiendo la antigua morada presidencial en un museo. Luego trasladó su residencia al Palacio Nacional, actual sede del Poder Ejecutivo y que fue el nido de los virreyes de Nueva España.

A primera vista, puede parecer que AMLO está siguiendo los pasos de Cárdenas, a quien ha elogiado como su héroe revolucionario. Sin embargo, una mirada más cercana demuestra que el Castillo y Los Pinos tienen significados muy diferentes para los millones de mexicanos que visitan el Bosque de Chapultepec cada año.

Desde sus inicios como museo, la función principal del Castillo había sido inculcar, más que instituir, el orgullo nacional al pueblo mexicano. No es de extrañar que la mayoría de los visitantes dominicales sean padres de familia con niños y adolescentes que hacen una parada inicial para tomar fotografías frente al Monumento a Los Niños Héroes, quienes supuestamente murieron defendiendo la nación contra los estadounidenses en 1847. En la entrada, al llegar al museo, son recibidos por un mural que muestra al último niño soldado, Juan Escutia, saltando hacia la muerte envuelto en la bandera mexicana. Luego, pasan por los pasillos de historia que terminan con el triunfo de la Revolución en 1910.

El encuentro con la historia en Los Pinos es de otro tipo. Se ven menos familias deambulando por el complejo; es más común la visita de adultos que buscan los vestigios de la corrupción que distinguió a México durante 80 años. Hay una curiosidad morbosa en el aire, gente que busca ver por sí misma cuán perversa y decadente es la clase política que ha hecho famoso a nuestro país. Otros pretenden comprobar el lujo o la ostentosidad que llegó a tener la ex residencia oficial. El resultado suele ser más o menos el mismo para todos: salvo algunos muebles, no hay mucho que ver en el edificio. Hay un vacío en esos espacios que los mexicanos han llenado con su imaginación, fascinados con las leyendas de la mafia del poder o con los testimonios de Roberto Palazuelos y otros famosos (y trabajadores domésticos) que estuvieron ahí, con la misión casi inherente de narrar qué es lo que vieron adentro y que, ahora en otro palacio, continúa evolucionando como los anillos en la cola de una serpiente.

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